Detrás de los zapatos de Carrie, cada vez más disonantes en el ecosistema contemporáneo, la segunda temporada de And Just Like That nuevamente deja caer temas necesarios sobre el lugar de las mujeres en la ciudad, la familia y el trabajo. La secuela de Sex and the City abre el círculo de amigas a las redes extendidas de Carrie, Charlotte y Miranda, y muestra cómo los personajes secundarios son los que perfilan la transformación de los principales.
En comparación con los demás personajes femeninos —incluso desde la serie original de los noventa—, Carrie madura más de lo que realmente evoluciona. Al cabo de un año de la muerte de Big, su esposo, empieza la temporada saliendo con su productor de pódcast. En el camino se da cuenta de que no buscan lo mismo; su viudez —al margen de toda expectativa canónica— solo tendrá espacio para la expareja de su vida. Después de haber escrito un libro por la pérdida de Big, se enfrenta a las tareas del comercio editorial y tramita la recreación de un dolor que ya no la consume, solo la acompaña con ligereza. Salvo algunas resistencias, Carrie se lleva bien con su edad e incluso la usa a su favor para tejer redes que movilicen las ventas de su libro. Se desprende de los espacios físicos más importantes de su historia en Nueva York y finalmente se entera de la vida incierta de Stanford en Japón. El brindis por su gran amigo se siente como un homenaje al actor fallecido durante las grabaciones, aun cuando la manera de «resolver» esa muerte no haya compaginado del todo con la naturaleza del personaje.
Seema, la agente inmobiliaria y amiga de Carrie, es el personaje más complejo de la serie. Recuerda a Samantha, que tanta falta hace, pues también mira sobre el hombro, se pone siempre en primer lugar, celebra la soltería y vive la libertad sexual sin contemplaciones. Aun así, mantiene la singularidad propia de su edad, su cultura y su trabajo. En la segunda temporada le enseña a Carrie a pensar el mundo en clave de negocios y transacciones por más libertad e independencia. Pero también le muestra la vulnerabilidad tanto de las épocas de soledad como de enamoramiento.
Charlotte es la esposa controladora que siempre ha sido, la madre que domina las rutinas y hace eco en las reuniones de padres. Los primeros capítulos —a excepción de los desafíos de un matrimonio largo— no suponen grandes giros en su vida, hasta que le ofrecen la oportunidad de volver a trabajar después de años dedicada a su familia. Eso mismo lo ve en su amiga Lisa, de hecho, y se plantea la posibilidad de buscar a la curadora de arte que fue antes de sus matrimonios. Con esa búsqueda revisa el rol de su esposo en la crianza y se da cuenta del desequilibrio. También encuentra que las generaciones de mujeres más jóvenes no son una amenaza laboral, sino una fuente de confianza y mutua admiración.
Lisa, además de poner en la serie el retorno de las madres al mundo profesional, también muestra los obstáculos que ellas tienen que sortear con más limitantes que los padres. Tanto su esposo como Harry, el de Charlotte, caen en la cuenta: no se puede sostener una familia, con relativa estabilidad mental, si el peso solo recae sobre uno de los miembros de la pareja. Ambos matrimonios hacen buenos equipos, pero se ven obligados a renunciar a la idea de que la madre, por ser madre, todo lo puede en el mandato del sacrificio inagotable.
Miranda tiene una época muy dura. Anda de casa en casa, les pierde el ritmo a las rutinas de Che y vive con la carga de la culpa por el sufrimiento de Steve, su esposo, y de Brady, su hijo. No logra poner el divorcio sobre la mesa y tiene que contenerse en el desacuerdo por las decisiones de Brady. En lo único en lo que sobresale, como siempre lo hizo, es en lo profesional. La osadía de darle un giro a su carrera después de los cincuenta, orientada al principio por Nya, su profesora y nueva amiga, recibe el reconocimiento de sus colegas y jefes, y la valoración de la experiencia por encima de la juventud en el mercado laboral.
Nya también atraviesa su propia crisis. No puede armonizar el asunto de un hipotético embarazo con su esposo y ve el colapso de su matrimonio. Cuando se da cuenta de que está sosteniendo la fidelidad en una relación extinta, hace sus propios papeles del divorcio, vuelve a salir con otros hombres y asciende en su carrera profesional. Nya, aunque le cueste, prefiere estar soltera a tener un hijo sin convicción por salvar un matrimonio.
Che, que empieza la temporada trabajando con éxito en Los Ángeles, se enfrenta a la caída más estrepitosa de todos los personajes. Vuelve a Nueva York, rehace su vida al margen de la comedia y por el camino habla de su pasado, de los inicios de su carrera y, con cautela, de la necesidad de dejar de pedir perdón por su trabajo. Eventualmente le hace un regalo a Carrie y dispara en ella una faceta nunca antes vista. Aunque corta, es quizás la más disruptiva de ese personaje en años.
El cierre de la temporada anuncia una nueva y deja la sensación de equilibrio en el aire excepto para Carrie y para Seema, intranquilas por el estatus de sus relaciones, pero juntas y de vacaciones. La serie sigue siendo sobre la amistad, mucho más que sobre el amor de pareja, y la breve reaparición de Samantha lo demuestra. Nunca tuvo sentido que ella y Carrie, después de décadas siendo amigas, dejaran de hablarse por negocios. El guion falla en eso, en la resolución de los imprevistos y los desacuerdos entre actores, de tal manera que los personajes no sufran. Pero sí ha podido sostener la amistad como pilar de la historia y lo reafirma sugiriendo que las amigas de las amigas siempre son bienvenidas.