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En Colombia nos tenemos que calmar, estamos muy histéricos. Hace falta que salgamos a la calle sin estar irritados porque todo nos molesta: el acompañante del bus y el conductor, los semáforos en rojo y los trancones, las filas en los bancos y en el cine. Todo. Nos molesta todo, nos irritamos por cualquier cosa.
Colombia está incendiada por donde se le mire.
Aquí algunos columnistas y periodistas, quienes deberían ayudar a no echarle más leña al fuego, hacen que con sus opiniones —a veces falsas— los chispazos nos quemen hasta las pestañas. Su labor es para la gente, para fortalecer la democracia, para tratar de comprender un poco el mundo. Nada más.
Aquí arde el Congreso con sus políticos groseros que no miden las palabras. Arde ese Congreso en el que no saben escuchar, pero sí tienen claro cómo ignorar al colega que está al frente dando un discurso. Arde el Congreso con las mentiras de algunos y sus pupitrazos porque creen que gritar los hace más berracos y más machos.
Las redes sociales en este país queman y echan chispas. Hay gente —a veces usuarios falsos, a veces usuarios verdaderos— que no habla, insulta. Escriben con odio, con sangre. Ahí, en esa cloaca, hay unos que no discuten, sino que gritan, lastiman, menosprecian.
Nos hace falta mucho como personas, como humanos. No respetamos la diferencia, no aceptamos que otros piensen diferente. Aquí parecemos perros y gatos pelando a toda hora, aquí pareciera que se dialoga entre sordos y que solamente se escucha lo que se quiere oír.
¿Para dónde vamos? No sabemos. Lo único cierto es que estamos perdidos, este no es el camino y el país está en llamas.
Vamos a calmarnos.