Triste, pero cierto, el material bello es escaso, y no solo en lo que concierne a machos y a féminas. Es una ley de la naturaleza. Hierro, cobre, son metales abundantes; esmeraldas, diamantes y oro, son metales preciosos bastante escasos. ¿Cuánta tierra tiene que escarbar un minero para encontrar una sola pepita de oro?
Empiezo por referirme a un ex compañero de estudios, Fermín. Fermín padecía de una extraña enfermedad. Nació con el sentido del gusto atrofiado. Le encantaban las feas. Lo enloquecían. Que vieja tan langaruta, desabrida, por el contrario, exclamaba cuando por enfrente suyo pasaba una beldad, una diosa. Aparte de amorfas, le fascinaban entradas en años. Lo retro, su otra gran debilidad.
No obstante, y a pesar de que le apodábamos Jesús, todo lo perdonaba, un diente en recreo, uno ojo visco, y de ser objeto de nuestras mas crueles burlas, al final, todos reconocíamos lo suyo como una bendición.
Argumentos a su favor:
«Por cada mujer divina hay 3 que están buenas, 10 que aguantan, 15 que están más o menos, 20 feas, y por lo menos unas 25 que asustan. De 70 años que en promedio puede vivir una hembra, durante solo quince, menos de una cuarta parte, de los quince a los treinta, es que está apta para el consumo. Hay gratas excepciones, pero, la gran mayoría, a los 25 ya va en picada – lo anterior aplica también para nosotros, los hombres-«.
«Son varias las leyes inexorables de la naturaleza que a Fermín no lo afectan, ya por ahí alguien mencionó la primera, lo bello es escaso. Segunda, aparte de escaso, lo bello es difícil de alcanzar.
Los mangos más grandes, dulces y jugosos crecen en la parte más alta del árbol. Y más se demoran en comenzar a madurar, que avezados granjeros, en empezar a trepar y a reñir entre ellos por quedárselos.
Los que hacen salivar a Fermín, por el contrario, están en la parte baja del árbol, ignorados por los demás, que pasan de largo sin ni siquiera voltear a mirarlos, no son tan sabrosos como los otros, pero la gran ventaja es que son los que al hombre le gustan, son el manjar que mas endulza su paladar.
Mientras que entre los que están por allá arriba encaramados se libra una lucha sin tregua por apoderarse de uno solo, el Taliana Vargas, o el Megan Fox de los mangos, para alcanzar los que son de su agrado a Fermín le basta estirar su brazo y agarrarlos con la mano. Por difícil que le quede le toca empinarse, o pegar un brinquito. No necesita pelear con nadie, ni trepar por allá tan alto, ¿qué tal que vaya y se caiga, que con una rama se saque un ojo, o que lo piquen las hormigas?
Déle y déle la vuelta a la mata, y tongo zorongo, arranque y arranque fruta y pa la muela, o pal costal, es por eso que al final del cuento Fermín acumula y tiene harto mango pa chupar».
«Como nadie les cae, el mercado del hombre son las viejas con poca auto estima. Hembras necesitadas, ganosas, siempre a la expectativa para decir que sí a cualquier propuesta por indecente y cochina que sea. Un nicho de mercado inexplorado, con poca competencia, que requiere de una mínima inversión. Un pastel de yuca con huevo y una pony en la panadería de la esquina, y ya se puede empezar a dejar resbalar la manito. En cambio nosotros, ¿cuánta gasolina extra, cuánto restaurante lujoso, cuánta rumba cara, y a veces ni siquiera las gracias? No cabe duda, lo bello es costoso».
«Posterior a desenredar, echarse al lomo la atarraya y subir del río en donde todo el año hay subasta, lo único que a Fermín lo ocupa es encontrar un buen libro de recetas para ver como prepara todo ese bagre que pescó. Y mientras tanto nosotros, noches enteras de incertidumbre navegando en alta mar y nada que avistamos una sirena. Fermín dispone los ingredientes, atiza el fuego y adoba el primer bagre. Detectada por fin la sirena, dentro del grupo de «amigos» se desata una lucha a ultranza, a ver quien la agarra primero. Bagre en salsa, bagre al horno, bagre en salsa criolla, bagre sudado, bagre frito, sancocho de bagre, Fermín engulle y engulle bagre que da miedo, y nosotros rema que rema, y nada que le damos alcance a la sirena.
Y el final, el de siempre, recostado sobre su hamaca, a la orilla del río, rascando su barriga, y a la sombra de algún palo, puede ser de mango, por si mas tarde se le ofrece, satisfecho, casi que ahíto, Fermín sonríe y eructa bagre. ¿Y nosotros? Hambrientos, exhaustos, completamente empapados de agua sal, sobre la cubierta del bote, observando impotentes, sino como se escabulle, como de repente llega un tiburón y zas, de un solo tarascazo, se almuerza la sirena».
Ese escamoso, además -hablo del bagre-, aparte de exonerarlo de aguantar hambre, le ha proporcionado proteínas y omega 3. Lo anterior, sumado a una dieta rica en grillo y gurre, lo han mantenido vigoroso, de buen genio y encantador semblante. El que si no se ha salvado de los largos «veranos», y de las full marraneadas, ha sido el suscrito, feo, pobre, y, para rematar, de buen gusto. No me eximieron del desprecio antes, cuando era joven, mucho menos ahora que he empezado a envejecer.
Crecí viendo a mi abuela y a mi abuelo arrugarse juntos, eso me hizo suponer que el sentido del gusto era algo que con el paso del tiempo se iba deteriorando, y que así como a los jóvenes les gustaban las jóvenes, a los viejos les gustaban las viejas. Pero tan absurdo eso, como suponer que por ancian@s nos va a gustar el arroz ahumado, la fruta descompuesta, o la carne dura.
Hace años que dejamos de hablarnos, no obstante, un compañero que aún mantiene contacto con él, me comentó hace poco que, con el paso del tiempo, a Fermín el mal se le ha agudizado, «usted viera el espanto con el que anda ahora,». A ese paso, ya ni siquiera los de la parte baja de la mata, de raro no tendría nada si le da por acuclillarse y empieza a recoger los mangos que están botados en el piso, o a chuparse las pepas que tiran los otros. Fabuloso.
Y mientras tanto yo, condenado a pasar saliva, porque pese a que dentro de unos años no tendré ni cinco de alientos pa trepar, ni la más remota opción de llegar hasta allá arriba, estaré de pie frente al árbol, con los ojos puestos aún en lo alto, en donde están los mas grandes dulces y jugosos, los mangos de la copa del árbol.