Mateo es un hombre humilde y trabajador,  tiene 43 años de edad y desde  hace cuatro lustros trabaja atendiendo una ventanilla de  quejas y reclamos en  una entidad del estado.
Sus tristezas, las mismas de muchos otros,   abrir sus ojos en las mañanas y advertir el  enorme contraste entre el lugar en donde vive y el que siempre anheló. Darse media vuelta y ver aún vacío el lado derecho de la cama, desde el día en que su esposa lo dejó por otro  y se fue.
Cuando un racimo humano cuelga de cada puerta, nunca antes,  el bus que lo lleva hasta su trabajo se  pone en marcha. Que los pasajeros no pierdan el compás del ritmo y bailen  sin cesar durante todo el trayecto, de eso se encarga el conductor del vehículo con los más bruscas arrancadas   y las más intempestivas  frenadas en seco.
Una hilera de rostros malhumorados, que a juzgar por el punto más distante al que lo arrastra su mirada no tiene fin, lo recibe frente a la  ventanilla que atiende,  todas las mañanas.
Y como si fuera poco, soportar los regaños  de sus superiores, y los airados reclamos de la mayor parte del público que atiende.
Hace ya muchos años,  una mañana cualquiera, cansado de que le negaran los préstamos que en su empresa solicitaba, y agobiado por  su precaria situación económica,   no le quedó otra opción que caminar hasta el cuarto de registro, un oscuro recoveco  ubicado al final de un interminable pasillo, abrir el estante del olvido  y depositar allí todos  sus sueños….
Pero, no todo son tristezas, momentos sublimes, como el que a continuación les narro, como a cualquier típico colombiano lo llenan de alegría, compensan tanto sufrimiento, y lo impulsan a seguir adelante:
Exhausto y algo desaliñado,  evidencia de las tres horas y media que tardó haciendo la fila,  un hombre, de gestos cordiales, trato afable   y aspecto humilde,  entrega a Mateo  una carpeta llena de papeles. Mateo recibe la carpeta, observa los papeles, ve  a  los ojos del hombre,   y sin poder ocultar la profunda emoción  que siente en ese momento,   le dice: «Que pena señor, pero lamento decirle que se equivocó usted de fila, vea,  es la de allá -le señala una fila en donde hay,  por lo menos,  unas 60 personas-,  tiene que hacerla de nuevo».