Una mujer despotrica, denigra del sexo opuesto, es apenas una forma, muy justa por cierto, de reclamar sus derechos. Una comediante se mofa, nos envilece, eso es sarcasmo, humor negro del más exquisito. Una mujer se refiere a un hombre como objeto del deseo, es apenas lógico, ¿no?, son seres sexuados.
Los anteriores, en el ámbito actual, son lujos reservados para ellas. Misógino, machista, morboso, son, para cada uno de los casos anteriores, los calificativos que aguardan al hombre que opte por una actitud similar o que se atreva siquiera a emitir una opinión contraria a la de una mujer.
Esto a propósito de un contexto social y cultural en donde, si surge una discordia hombre-mujer, por principio se le debe dar la razón a ella, no porque la tenga; se le debe creer a ella, no porque las pruebas apunten a que dice la verdad, sino por el simple hecho de ser mujer… No obstante todo lo anterior, el grueso de la opinión pública aún insiste en ubicarlas, y ellas ni cortas ni perezosas han optado por quedarse, en el cómodo y muy ventajoso papel de víctimas, rol desde donde una persona puede hacer lo que le plazca y siempre le van a quedar debiendo.
Un hombre es víctima de una injusticia, «las razones están por esclarecerse»… sucede lo mismo con una mujer, «machismo, no hay de otra».
¿Por qué cuando se presenta una discrepancia o una mujer es afectada en su quehacer todo se resume a un asunto de género? Sencillo, porque es en este campo en donde más les conviene librar la batalla, se incrementan considerablemente sus probabilidades de ganar, la ley las privilegia y la opinión pública siempre dirime a su favor. Y no es que los hombres no manipulemos, no acudamos a todo tipo de argucias, o no corramos a victimizarnos, solo que el argumento ataque de genero para nosotros no aplica, es una astucia que solo las beneficia a ellas.
Tan conscientes están de la ventaja que les reporta su condición que la resaltan en todo momento. Incluso, cuando aspiran a un cargo de elección popular, ser mujer pasa a ser su principal promesa de campaña. Si la destacan es porque les beneficia, empero aluden a ella como un algo que las desfavorece, que las sitúa en posición de desventaja. Que sagaces.
«Somos las víctimas de este cuento», «todo es machismo», estrategias feministas para seguir conquistando privilegios, y reclamar más y más derechos.
Que en todos los aspectos están al mismo nivel de los hombres, incluso en algunos nos superan, eso no tiene ninguna discusión, lo han demostrado hasta la saciedad, pero lo que sí es iluso, y a la vez presumido, es que el imaginario pretenda nivelarlas solo en cuanto a virtudes se refiere.
En todos los ámbitos nos han deslumbrado con cosas maravillosas, pero, al igual que nosotros, también han evidenciado indolencia, crueldad, sed de poder, altanería, agresividad, violencia… si es que ahora hasta se pelean. De este tipo, que aunque por obvias razones no se publicitan, también son «los avances» que hemos logrado con esto de la igualdad de géneros.
Equiparar dos aspectos desiguales implica que cada una de las partes adquiere derechos y renuncia a privilegios, para poder coincidir ambas en un punto neutro, que es en últimas a lo que se refiere la justicia.
El feminismo pretende continuar obteniendo derechos sin ceder, en lo más mínimo, los privilegios a los que ya venían tan acostumbradas. «Queremos igualdad de salarios, pero que aún sean los nombres los que gasten». «No queremos que se nos señale como el sexo débil, pero bajo la premisa «»primero las mujeres»» exigimos ser las primeras en acceder a un lugar de privilegio, simple caballerosidad»… «En fin, somos iguales cuando a reclamar derechos se dice, pero aún somos el sexo débil cuando de ceder privilegios se trata».
No por mucho que hayan cambiado las cosas quiere decir que hayamos evolucionado, o erradicado iniquidades .No porque una ideología -feminismo- sea más contemporánea que otra -machismo-, quiere decir que no busque su propio beneficio, o que sea más justa, tolerante, menos radical, extrema, intransigente, menos absurda.
Queda claro que ninguna lucha emprendida por un grupo en posición de inferioridad va a ser por lograr la igualdad. Una vez al mismo nivel, y con armas y aliento para seguir dando la batalla, siempre optan por pasar de largo, hasta ocupar el lugar de privilegio del que tanto renegaban.
No pretendo desconocer con todo esto que aún se cometen injusticias en contra de la mujer, a diario se presentan miles, pero lo que en este momento parece que no es válido reconocer, por lo menos no reporta popularidad, es que también se presentan miles en el sentido contrario. Hombre verdugo- mujer víctima es un precepto que está en mora de ser revaluado, aquí, a cual más, cada género se aprovecha de su condición y del aspecto que le reporta ventaja para sacar provecho e imponerse. Esto hace pero rato que se volvió un asunto de toma y dame.
Son innumerables las atrocidades que un hombre puede cometer en contra de una mujer y que merecen el repudio de toda una sociedad, en aras de la equidad, aún estoy tratando de identificar cuál es el acto que puede perpetrar una mujer en contra de un hombre y que genere un rechazo igual.
Si así, del mismo modo como alguna vez se arguyó intensa ira y dolor para justificar el vil asesinato de una mujer en caso de infidelidad a manos de su propio marido, cabe anotar que ya hay condescendencia y justificación para con ciertos actos que ellas cometen y que deberían recibir todo el repudio y la condena social.
De esa inmunidad de la que cruelmente gozaba el hombre, goza ahora la mujer, sino desde el punto de vista legal, sí en cuanto a permisividad e indulgencia social se refiere.
Si una mujer le monta los cachos a su pareja es porque «la tenía descuidada». Si lo estafa y lo deja en la calle, «¿quién lo mandó a ser huevón?» Si lo seduce, lo emburundanga y lo pone a disposición de sus compinches para que lo revienten a golpes, lo roben, e incluso lo maten, «eso le pasa por perro», «bien merecido se lo tenía».
Y esto no es de ahora, hace casi 20 años una mujer cortó el pene de su marido y fue absuelta. Entre las razones por las que se consideró, aparte de gracioso, un hecho totalmente justo, estaban que el tipo la golpeaba, que le era infiel.
Bajo qué argumento se justificaría que un hombre extirpara el clítoris de su mujer – el solo decirlo causa escalofrío-, ¿valdría el argumento de que le era infiel?, ¿cierto que no?, ¿valdría el argumento de que lo maltrataba sicológicamente?, ¿cierto que tampoco?, ¿valdría el argumento de que estaba loco?, mucho menos. ¿Por qué no la dejó en lugar de haber cometido tamaña atrocidad?, nos preguntaríamos todos.
El mismo hecho que en manos de un hombre es aberrante, perpetrado por una mujer es una fruslería, cuando no una justa retaliación.
Este tipo de injusticias, ¿no son las mismas que, en sentido contrario, cometen algunas tribus que con soberbia consideramos retrogradas, bárbaras?
Tan marcado es el interés que tenemos por lucir como una sociedad moderna, equitativa, libre de prejuicios, justa, ¡aquí no hay racismo!, ¡aquí no hay machismo!, que a veces me parece que exageramos otorgando beneficios, juzgando siempre a su favor, y , sobre todo, adulando, a los que alguna vez fueron discriminados. Esto, lejos de contribuir a eliminar diferencias lo único que ha logrado es invertir los roles.
Una oscilación más del péndulo de lo políticamente correcto. Han sido tantos los errores, tan grandes las injusticias cometidas por privilegiar a una de las partes que con ímpetu empujamos en sentido opuesto, tan fuerte que siempre llegamos al extremo contrario.