«Hoy, día en el que cumplo quince años de edad, he decidido rebelarme, no contra mis padres, ni contra mis profesores, como suelen hacerlo todos a mi edad, sino contra la moda, la rumba, y contra todo lo que para nosotros los jóvenes es sagrado, las redes sociales, los amigos, la apariencia física, los juguetes tecnológicos, el qué dirán, entre muchas otras cosas.
Y es que, pues no entiendo, ¿cuál es la rebeldía que le atribuyen al hecho de andar todo descalsurriado?, o al hecho de llevarle la contraria a los padres, cuando la mayoría se los pasa por la faja y no pocas «bellezas» trapean el piso con ellos.
¿Qué sentido tiene dejar de obedecerlos para entrar a obedecer, como borregos, los dictados de la moda y de la sociedad de consumo?, porque esto es, en últimas, lo único que hacemos y en lo que ha consistido, generación tras generación, la tan cacareada rebeldía de nosotros los jóvenes.
Y es por esa falta de sentido que hoy me declaro en rebeldía absoluta contra la rebeldía.
Y he decidido, primero, no voy a seguir modas gringas, ni inglesas, ni europeas.
Tampoco voy a pensar solo en diversión ni a preocuparme porque tengo que irme de farra cada ocho días.
De puro rebelde me la voy a llevar bien con mis padres, voy a obedecer a mis profesores, y a todos los que, ya sea por amor, o porque ese es su trabajo, propenden por mi bienestar.
¿Por qué gracia tengo que llevarles la contraria a quienes me dieron la vida?, cuando son ellos las únicas personas en el mundo a las que realmente les importo, me lo han dado todo, han tenido errores, obvio, será que yo no, pero por ese motivo no tengo porqué esponjarles las narices, y vivir dándoles brega a toda hora, mucho menos achacándoles todos mis temores y fracasos. Cuando siempre han estado dispuestos a escucharme, e intentar entenderme -como soy tan complejo e interesante-. Y mientras yo la monto, y gano de esa, ellos partiéndose ambos el lomo para que a mí no me falte nada.
Y tras del hecho, cada tres meses, estar sacándoles los ojos si no me compran el ultimo Smartphone, el IPhone, el IPod, o el güi de moda.
Al diablo con tanta tribu urbana
No voy a pertenecer a ninguna moda de esas, o tribus urbanas que les llaman, voy a ser yo, por lo tanto, si me gusta determinado tipo de música no voy a dejar que ese aspecto determine hasta la forma de cómo me siento a cagar.
No me voy a poner una gorra con los colores de la bandera de Etiopia, ni a dejarme de bañar las mechas, ahí verán si quieren que después me la ande con esa cabeza tetiada de piojos, y con rasquiña todo el bendito día, todo por creerme Bob Marley.
No me voy a parar los pelos, ni me voy a deformar las orejas, y de paso la nariz, ni voy a ir a ponerle mi pellejo al man ese que tiene la frente llena de turupes, que aquí entre nos, se le nota que no las cree desde que salió en tabú -no, pues que tabú tatuarse en una cultura en donde todos se tatúan -, para que me lo taladre con una aguja llena de tinta, mientras a mí se me llorosean los ojos y hago isssayayai, y le suplico: ¡pasito marica!, del ardor tan berraco… Y todo ese martirio, y ese mundo de plata que me toca pagar -porque bien caro que sí cobran los señoritos-, solo para ver si algún día la vieja que me gusta me ve y exclama: ¡Uy, marica!, te hiciste un tatuaje, ¡re bien!, y responderle que «ahí maso» cuando me pregunte si me dolió. ¡Y ya!, pare de contar, porque por ese solo hecho no me lo va a dar, ni crea yo… Simples ganas de ser el centro de atención, para después andar pavoneándome y diciéndole a Raimundo y todo el mundo que me importa un comino el qué dirán.
Mucho menos voy a raparme el coco, y a ponerme un par de botas con punta de acero y creerme el más alemán -cuando no arrimo ni a los 1,70 metros y bien Koguicito que sí soy-, acto seguido, salir con mi anacrónico combo de pseudonazis a levantar a pata a todo el que se atraviese. ¿Quién me creo, el más malo, la reencarnación de Hitler, el dueño de la verdad?… voy a dejar a cada quien que viva su vida.
Tampoco voy a dejarme crecer las greñas, ni a vivírmela rascando una guitarra y fumando maracachafa todo el sagrado día, para sentirme así el más huraño e incomprendido de los músicos, ¿Cómo me dicen, el rockero solitario?, cuando en el fondo más ganoso de reconocimiento, fama y hembras no puedo estar.
Si ayer amanecí triste y hoy entusiasta es porque así somos los seres humanos, tenemos altibajos emocionales, y no porque sea muy emotivo y tenga que salir corriendo, cual loca desesperada ante alarma de incendio, a gritarle a todo el mundo que estoy emocionado. La muerte de la abuela, el nacimiento de su tercer nieto, durante el último par de años el abuelo ha tenido hondas penas, pero también sendas alegrías y no por eso anda entubando los pantalones, y con las greñas por la jeta. Por tercera vez le aumentaron la edad de jubilación, con todo y eso jamás lo he visto con una plancha para el pelo por debajo del sobaco, aplicándose pestañina y rayándose con lápiz negro alrededor de los ojos. Los jóvenes no somos los únicos que tenemos conflictos.
Si mi novia me manda pal carajo, pues a hacer el duelo, si no le encuentro sentido a la vida, pues a camellar y a hacer algo productivo, nada de ir a cogerle las prestobarbas a mi papá y a ponerme hacer el trame de cortarme las venas. ¿No ve que de tanto trastearlas de aquí para allá les quito el filo y después al hombre le duele y se le pone roja la cara cuando se afeita?
De puro rebelde no voy a sentirme identificado, tampoco a rendirle culto a cuanto payaso se ponga de moda, al carajo con la tal Lady Gaga, vieja excéntrica, y con el Curt Cobain ese, la AmyHouse, el Jimmy Hendrix… artistas, todos ellos, que no hicieron otra cosa en vida que dar mal ejemplo, sí componían sabroso, quién va a negar que el último no tocaba muy bien el acordeón, -la guitarra, imbécil-, la joda que sea, pero, ¿cuántas generaciones de jóvenes no se pudrieron y se metieron en problemas tratando de emularlos? Como la pecueca esta del eminem, que con tal de vender su música y llenarse de plata hasta se la pasaba hablando mal de la mamá.
Que jartera que se la vivan declarando mis amigos, que digan que me quieren, o que piensan igual a mí, cuando no me conocen, es más, ni siquiera saben bien a ciencia cierta cómo es que se llama el país en donde yo vivo. Y si quiero ir a verlos me toca esperar a que no tengan un peso en el bolsillo para que ahí sí se dignen a venir por estos lados.
Ahora, sí me lo permiten, mi prima me pidió que incluyera estas líneas en su nombre. Adelante prima, «De pura rebelde no voy a centrar todos mis esfuerzos en ser la más linda, la más deseada y popular del salón. Como si estar buena fuera lo único que importara, por tal motivo, no voy a aguantar hambre, ni me la voy a vivir metiéndome el dedo, y lograr así, de esa forma, inducir el vómito, no hay sea que por andar obsesionada con mi figura me pegue gastritis o desarrolle un desorden alimenticio bien serio. Al que le guste, que me haga el mandado así, al que no, pues fácil, que se consiga otra. Tampoco voy a soñar con ser cantante, presentadora de televisión, modelo, ni reina de belleza. Que tengo que ser la más mami del salón, pistola. De pura rebelde no voy a vivir en función de la redes sociales, ni subiendo cuanta foto me tome al Facebook, ¿qué saco yo con tener dos mil amigos en esa bendita red?, ¿ah?, ¿a dónde dan un premio por eso?…»
– No siendo más…
«Calle primo, déjeme despedirme a mí, en conclusión: Nada de rebelde sin causa, al diablo con esa pendejada. Ahora sí, venga primo, hágase a mi lado, «»sin otro particular, nos suscribimos, jóvenes rebeldes»».