Dianthus. Caryophyllus. Caryophyllaceous. Lythraceae. Parthenodssus. Tricuspidata. Echinoclermuta. Estramenopilas. Dinoflagelados. Zygomicetes. Ascomycetes… Estas cosas espantosas no son los nombres de los jinetes del Apocalipsis, o de las bestias que, oriundas de lejanas galaxias, van a venir a arrasar con el planeta y a aniquilar a nuestra especie. Nada de eso, son los nombres científicos de algunas de las cosas que vemos cuando estudiamos, y que algunos esperan que nos las aprendamos.
Pero no siempre fue así, regresemos varios años atrás, al comienzo de la vida escolar y recordemos cuando el colegio era un lugar divertido. Lo más parecido a una fiesta, una ronda en donde, cogidos de la mano, unos con otros, aprendíamos jugando, riendo, y cantando con nuestras nuevas mejores amiguitas la a, la e, la i, la o, y obvio, la u.
Todas ellas nos fueron presentadas de forma amable y divertida; salió la a, salió la a, no sé a dónde va… Salió la e, salió la e… todas tenían apariencia agradable. ¿Cómo olvidar a esa gorda barrigona de la a, y a mamá, papá, casa… y a todas las demás palabras tan bonitas que formaba? Jugando y saltando con ellas, con los números, y con el círculo, el triángulo, el cuadrado y demás figuritas geométricas, transcurren nuestros primeros años de la infancia.
Pero de repente, todo empieza a cambiar, de formar palabras tan sencillas y amigables como ratón, colombina, y pelota; la a, la e, la i, y demás vocales y consonantes, empiezan a mezclarse de una manera extraña y a formar unas cosas tan horrorosas como Epanadiplosis, homeotéleuton, polisíndeton, aposiopesis… Si es que hasta parecen raras enfermedades. «Esta Epanadiplosis me va a matar.» «Me detectaron principios de Aposiopesis».
Para esa época resulta que nuestro buen amigo el perro ya no es aquel animal de cuatro patas que bate la cola y dice guau, guau, sino que es un canis lupus familiaris, de la familia de los cánidospus. Y el capra aegagrus hircus es un mamífero artiodáctilo de la subfamilia caprina e. Y nosotros pensando que el chivo era un buen tipo, que solo sabía decir beee.
Plantae Spermatophyt Coniferae Pinales Pinaceae Pinus
Cuesta trabajo creer que ese chorrero de palabras feas, corresponden al nombre completo, y a los alias, de ese verde amigo que un día de niños nos dijo: hola, mi nombre es árbol y me apellido Pino… Pinaceae, es el apellido real de la familia a la que pertenece. Y es aquí cuando cabe hacerse la pregunta, ¿qué necesidad tienen de bautizarlos con esos nombres tan rebuscados?, ¿por qué no lo hacen con nombres sencillos, amables para el educando?, algo así como: el nombre de este árbol, grande y fortachón, es Pedro, y pertenece a la familia de los Buendía. Más allá tenemos a su hermano Pablo, y a Margarita Buen día.
No se dan cuenta que aprenderse una sola palabra de esas, si es que se les puede llamar así, palabras, demanda tiempo y espacio, y nuestra mente necesita bastante para que quepa Antígona, Eurídice, Teresias, Andrómaca, Ferécides, Anaximandro y un sin fin de nombres impronunciables, y con los que supuestamente pretenden despertar en nosotros el gusto por la Literatura y la Filosofía.
Durante los primeros años de la escuela, los números van por un lado, el dos es un patito nadando en una charca, el 5 es un policía un poquito barrigón; y las letras por el otro, salió la o, salió la o, ¿esta fue la que terminó en el país de los cholos?, no, fue la u, esta fue la que se escabulló a comer tamal y se volvió obesa, ¿lo recuerdan?, hasta que entra a escena una cosa que se llama algebra y los empieza a revolver, a montarlos unos encima de otros. Resulta ahora que las letras ya no son lo que son sino un algo abstracto, una incógnita, una constante, un número que hay que adivinar. Y comienzan a aparecer en el tablero cosas tan malucas como estas:
Antes la a era la a, la b era la b, ahora ni siquiera sabemos que es lo que nos quieren decir. La fiesta empieza a aguarse. Con decirles que ahora la e de pepe lleva una doble vida, en las mañanas es letra, en las noches -libros de matemáticas- es un número todo raro: 2,71828183…
Aparte de eso, a nuestro otrora lugar de juegos, a nuestra fiestica privada, empiezan a llegar un poco de personajes oscuros, unos garabatos todos extraños, que a diferencia de nuestras tiernas amiguitas de infancia, nadie nos los presenta; €∑πµαβ, ahí los tienen, algunos nativos disque de Grecia, lo que sí es fijo, aseguran las malas lenguas, es que vienen cargados de problemas.
Y aunque al principio se ubican en el rincón más apartado de nuestro otrora lugar de fiestitas y pareciera que como que no logran integrarse, lentamente empiezan a entrar en confianza y a contagiarlos a todos de su mala leche. Vale la pena recordar que es a partir de su entrañable amistad con Pi que el más redondo y despreocupado de nuestros amiguitos se vuelve un tipo extremadamente problemático.
Y ni hablar de nuestro buen amigo el triángulo, el mismo que, muy diligente y divertido, posaba y nos servía de modelo cuando íbamos a pintarle la nariz a un muñequito, o el techo a alguna de nuestras primeras casitas. Su amistad con madame hipotenusa y los hermanos cateto terminan por convertirlo en un tipo indeseable.
A esa altura, los profes ya no cantan, mucho menos quieren jugar con nosotros, o, ¿quién de ustedes recuerda al de algebra empezar la clase cantando? ¡Llegó la ecuación!, ¡llegó la ecuación!, presten atención a esta mi canción, ¡manos arriba!, ¡trinomio cuadrado perfecto!, ¡brazos a los lados!, ¡diferencia de cuadrados!, son los casos que más me gustan a mí… o más adelante al de cálculo entrar al aula marchando y con un pimpón en la nariz: ¡hola!, ¿qué tal?, los saluda el pato pascual y hoy les presento a mi nueva amiga la integral.
A duras penas saludan y, sin una gota de anestesia, nos va zampando todos esos mamarrachos inmundos en el tablero.
Y cuando parecía que ya nada podía ser peor, nuestras amiguitas de jardín empiezan a tratarse con todos ellos, y es entonces cuando los libros de matemáticas, que antes estaban llenos de conjuntos, dibujitos, y colores, se llenan de unas cosas espantosas como estas:
Y ese tablero en donde de niños se escribían cosas como tío memo, mamá pata… y se dibujaban otras tan bonitas como árboles, cielos y arco iris, lo colman adefesios visuales como estos: