Con arma blanca un hombre desfigura el rostro de su prometida
Bogotá, 6 abril de 1984
Muere mujer apuñalada el día de su boda
Bogotá, 3 de febrero de 1985
El hombre, quien según cuentan ya se lo había advertido, llegó hasta el altar en donde su ex prometida contraía nupcias y ante la mirada aterrorizada de todos los asistentes a la ceremonia, le asestó 16 puñaladas; posteriormente, y en un acto de brutal salvajismo y demencia, procedió a arrancarle el ombligo. Antes de emprender la huida disparó en repetidas ocasiones en contra de la humanidad de su ex suegra, causándole la muerte instantánea. Se presume* que este hombre fue el mismo que hace un año le habría desfigurado el rostro con una cuchilla de esas de afietar, fue dejado en libertad por vencimiento de términos.
La primera vez que escuché este cuento casi me toteo de la risa. Tenía 10 años, cursaba sexto grado, y asistía a una de las tantas izadas de bandera realizadas en el patio central de la institución católica en donde estudiaba, cuando, de repente, el niño que siempre cantaba en los actos culturales del colegio agarró a gritar: «Si no me querés, te corto la cara, con una cuchilla de esas de afeitar, el día de tu boda te doy puñaladas, te arranco el ombligo y mato a tu mamá…»
¡Yujule!, y este, ¿qué disparates tan divertidos son los que canta?, le pregunté a uno de mis compañeros de clase; eso es música arrabalera, -me respondió- ¿chistosa no?, – que sí qué, y ¿él la compuso?, – no, es un disco de las hermanitas… ¡ Calle!, ¡las hermanitas Calle!, repuso Jaime, otro compañerito de clase.
Con el transcurrir del tiempo entendí que nada de graciosos, los crímenes pasionales son aterradores actos de locura, tragedias que acaban con la vida de unos y pueden dejar secuelas dolorosas e imborrables en la vida de otros.
Comprendí, además, que aunque tal vez la más excelsa y sublime de las artes, la música, como todo en este mundo, también es un negocio, un negocio que generación tras generación ha encontrado el lucro comercializando sentimientos y, ante todo, sublimizando al más vendedor de ellos, el amor. Un negocio que ha inmortalizado letras que enaltecen y describen con romanticismo hechos atroces: puñaladas, un par de balazos pa que te mueras, heridas en los labios con copas rotas; hechos indignos, no importa cuánto me rechaces, qué más da que me ignores, que para ti no exista, siempre te voy a amar; irracionales, «… y es que yo en el amor soy un idiota…», «…loquito por ti, loco, loco…»
Un negocio ligado a otro, la venta de chicha, cerveza, aguardiente y todo el otro poco de guarapos que fermentan el juicio y destilan la razón. «Enloquécete por ella, emborráchate hasta la pecueca, y luego ve y la buscas, para que dialoguen. Ese maravilloso estado de conciencia, estamos seguros, te dará las luces necesarias para que entre ambos encuentren la solución a tanta diferencia. Ya sea por sí o por no, por aquí -en la cantina- te esperamos de nuevo, no te pierdas».
Letras, en donde nada en tan magno sentimiento es racional, mesurado; promoviendo así, y muy a pesar de la salud mental y emocional de toda una sociedad, el amor frenético, insensato, obsesivo, enfermo, y arrodillado.
Entre más extremo e irracional es el acto que describen, más incapacidad para dominar los instintos, y más trastornos mentales; delirio, obsesión, paranoia, trastorno bipolar, locura, incluye el cantautor en sus versos, más profunda nos parece la letra, más se nos hace que se inspiró.
No hay límites, si la quiere es hasta el infinito, si la ama es con locura desbordada. Nada de que te quiero, pero poquito, me haces falta pero voy a salir de esta, pensaba echarme a la pena, ahogarme en un bar, pero pues con esos precios mejor te olvido a palo seco, además, mañana tengo que madrugar a trabajar, ni modo, será después.
Quizás sean solo letras sin sentido real, inofensivas metáforas… quizás sea la música nuestro primer y mayor referente del amor, e innegable su incidencia en la percepción que tenemos de él.
«Antes de determinar si estoy mentalmente trastornado, ¿debo iniciar un tratamiento?, ¿internarme?, ¿medicarme?, y sobre todo, antes de ir a cometer una locura de la que posteriormente pueda arrepentirme, he intentado establecer un paralelo, similitudes, divergencias – cavila el loco obsesivo para dentro de si – entre algunas de las cositas que siento ganas de hacerle a mi novia, como matarla, descuartizarla y, para cerrar con broche de oro la faena romántica, matarme; y lo que hablan las canciones de amor, y he encontrado consecuencia, una gran similitud.
Vea pues, y yo que pensaba que estaba loco, que esas cosas horribles solo atormentaban a una mente, que presumía enferma, como la mía, pero no, ahora me vengo a enterar de que el «Ruiseñor del Aguachica», y el «Príncipe de la Chinchin» piensan hacer lo mismo con sus parejas. No conciben la vida sin ellas, por ahí también vi una película francesa lo más de buena y trataba de lo mismo… conclusión: así es el amor». ¡Oh el amor!, ¡L´amour!, ¡L´amour!, ¡el amour está atado a la locura!, recita con voz de «severo ese último ploncito», el cuentero marihuanero que acaba de subirse al bus.
La banalización, la connotación romántica y soñadora que se le ha concedido a la locura no es exclusiva de la música, a ello también ha contribuido la poesía, la literatura, el cine y el arte en general.
Olvidando a propósito que loco es aquel que dada su condición comete actos irracionales, algunos inofensivos, otros atroces, pero ambos igual de probables, ¿o sea?, o sea que loco es el fulano que sin ningún «oso» se arrodilla y le «pide la mano» a su novia en plena final del Súper Bowl – de los gringos es que copiamos muchas de esas carajadas, de ellos adoptamos la ridícula idea de creer que un momento con nuestra pareja es especial solo si a nuestro alrededor un mundo gente de todas las razas empieza a aplaudir-, no obstante, loco es también aquel que al sentirse rechazado o consciente de que esa persona no va a ser para él, la viola, la golpea, la mata.
Entre versos con ritmo y odas a la falta de sensatez y cordura… una voz mariguano – aguardientosa nos saluda a todos los del bus. «Voy a regalarles algo de arte…», regalo, porque el que después nos va a pedir que nos dejemos ver, que caigamos con algo, pero bueno, ya habíamos aclarado que el arte es un negocio, ¡adelante parcero con tu presente! «Un día se reunieron -empieza- todos los sentimientos y cualidades del ser humano…. y la locura les propuso: juguemos al escondite…» Finalmente y con la mayor solemnidad y trascendencia que logra imprimirle a su relato, se deja venir con el tan célebre y anhelado desenlace: ¡el amor es ciego y está atado a la locura*!»
¡Uf! ¡Severo, parce»! ¡Se fajó! ¡Fenomenal!, ¡completamente cierto!, exclaman muchos. Llueven aplausos.
«Si está atado a la locura, que lo desate la razón…» me encantaría gritar desde uno de los últimos puestos, en donde voy sentado, en un pálido intento por empezar a desligar, por lo menos desde el arte, esa macabra relación entre amor, locura, y muerte, pero no lo hago, primero, porque me da pena, y segundo, porque cómo voy yo a salir con semejante final tan chimbo, cuando dentro del marco de la cursilería, la tragedia romántica y el arte de lo absurdo, el remate del cuento es magistral, y cuando es sentirnos impotentes, doblegados, ante tan publicitado sentimiento lo que nos parece una maravilla, absolutamente poético y encantador.
Pues entonces, nada que hacer, que los Viñas, los Aldana, los Velasco, los Ceballos*, continúen siendo los escritores y sus víctimas, las eternas protagonistas de las más delirantes, trágicas y crueles historias de amor.
*así los cojan con las manos en la masa, lo correcto es decir se presume.
*Apuñaló 13 veces a su esposa en el centro comercial Gran Estación.
* Un cuento muy conocido, el himno de los cuenteros.