Independientemente  de si va a ir en  detrimento, o  a  generar favorabilidad en  su imagen, ya era hora, a alguien correspondía  asumir el costo y tomar la decisión de prohibir los reinados en los colegios.

Es  demasiada la relevancia que en este país se le da a los concursos de belleza. Es demasiado   el protagonismo y los privilegios con los que ya  cuenta una mujer sólo por el hecho de ser bonita.

Pero vamos por partes: Innegable  que  el triunfo de quienes figuran en los medios,  si bien algunas veces no es el más merecido,  sí es el más rimbombante. Continua exposición de sus logros, pleitesía de toda una sociedad- «el cariño de mi gente linda»-, momentos extraordinarios  que se despliegan  ante sus ojos y las llevan desde niñas a soñar con ser actrices, reinas, modelos y presentadoras, por encima de cualquier otra cosa. 

Y en ese Olimpo de la fama y de la  gloria  que para una niña puede ser la televisión  ella no ve doctoras, bueno, muy de vez en cuando,  abogadas, economistas… pero sí a todas las mencionadas anteriormente. Y muy detallista, como lo puede ser cualquiera a esa  edad, se percata de  un  aspecto en común, todas son bellas.

Si a eso le sumamos que, en los  diferentes contextos en los que a diario se desenvuelve, siempre percibe lo mismo,  es a la bonita a la que todos  admiran, el mensaje  no puede ser más claro y directo:  la belleza es clave para lograr el reconocimiento. Nefasta asociación a una edad en la que está formando su criterio, conociendo la vida, estableciendo prioridades. La primera ecuación que resuelve en su mente es ¡belleza igual éxito! ¡Es mejor ser bonita que fea!, diría  la niña Pambelé. 

Que lo anterior se presente en un medio en donde el calificativo con el que se refieren  a la mujer que aún  a  sus 60 años  se  jura la más mami  no es «vieja sin juicio»,  sino «diva de divas»,  un medio en donde la gran mayoría  vive de su imagen,  vaya y venga;  pero que  la escuela también se sume al culto que esta sociedad le rinde a la belleza,   eso sí es la tapa. La academia no puede,  por   un lado estar cuestionando  la superficialidad de los medios,  y por el otro haciendo eco del evento insignia del elitismo y la  frivolidad.

La prepago, la reina y el narco, la modelo… como ente formador le corresponde, además,  romper con  paradigmas negativos y descubrir  ante sus  ojos a la ingeniera, a la odontóloga, y todos esos otros  referentes de realización personal.

Miss Panela, Miss maíz peto, y ahora qué;   Miss previas, Miss recuperaciones,   Miss evasión… Al carajo, a  la única a la que deberían  coronar en la escuela debería ser a la reina de las matemáticas, a la reina de la ortografía, a la reina del análisis y del razonamiento lógico. 

El ámbito académico debería ser más celoso, si se quiere excluyente,  y bajo ningún pretexto cultural, social, artístico – permitir el   más mínimo espacio para  la realización de actividades que en nada contribuyen a potenciar sus  habilidades mentales o a  desarrollar el pensamiento crítico. Eventos que  las desvían  de su formación,  afianzan ideales  discriminatorios y generan frustración.

El tema no es un asunto menor, en la institución educativa del distrito   en donde laboro es claro  que a   las estudiantes, perdón, que  a las jóvenes que asisten a la institución,  les preocupa más verse bonitas que cualquier otra cosa. Los tiempos de clase los invierten es en eso,  en maquillarse, en verse al espejo.

«¡Oiga niña!,  el salón no es para pintarse las uñas»,   «huele como a quemado, algo se   está chamuscand… ¡Señorita!,  ¡guarde esa  plancha!,  ¡esto es una aula de clase,  no  una   peluquería!»… Y como si todos estas  dificultades a las que a diario nos enfrentamos  como maestros      no evidenciaran la   trascendencia que le confieren   a su aspecto físico,   actividades como  pluriculturalidad, día del idioma, del medio ambiente,  con la disculpa de abrir «espacios de socialización»,  siempre terminan  en canto, bailes  y reinados. La razón,  somos un país de folclor, de carnaval,  un país  alegre, y eso  tenemos que dejárselo  claro desde chiquitos. El carnaval del desempleo,  la comparsa del endeudamiento, el mapalé de la corrupción…

Y bien que sí se logra el cometido, propicios son estos espacios para apreciar,  no sólo que sí  los ven,  sino como tanto reinado  ha hecho mella en ellos.  Nada que hacer, emulan todas las actitudes propias de este tipo de eventos; arman comitivas -gana la comitiva que más bulla haga,  ¡esa es!, ¡esa es!… La compleja capacidad para hacer algarabía, el arte de boletearse, de ese tamaño son los aspectos que se evalúan en estas actividades-,  las participantes, por su parte,  caminan como reinas, sonríen, responden, piensan como reinas. Se les puede culpar de todo, menos de que no se meten en el cuento.

Maravilloso que esa seriedad con la que planean un foforro,  ese empeño que le meten  a la preparación de un  baile, se hiciera también presente en unas olimpiadas matemáticas, un concurso de ortografía, el día de la ciencia.  «Profe una  grabadora para ensayar un baile».  Jamás,  «profe un lápiz y una hoja para resolver un par de ejercicios».

Y todo para que,  al final, desde lo más alto de  la tarima -recuerden, está ahí por la única  y sencilla razón de que es la más bonita-, la elegida empiece a sentar cátedra sobre la irrelevancia de la belleza,  la  importancia del estudio,  e  intente,   con un pálido discurso,  acallar  lo que la realidad le grita a todas las que  desde abajo la observan,  ¡LA BELLEZA  TE DA RECONOCIMIENTO!

Paradójico y desafortunado que aún en el  ámbito educativo el intelecto no sea objeto del mismo reconocimiento. Impensable que una   niña por muy  juiciosa y brillante que sea  llegue a ser ovacionada de esa forma,  reconocida a ese nivel. En una izada de bandera,  el único, y solemne evento diseñado para tal fin, apenas  mencionan su nombre, pasa el frente y le entregan un distintivo que la acredita como la mejor de su clase. Ella también genera algunos susurros  a su paso,  «ahí va la inteligente», «la responsable»… no señor, «ahí va la regalada», «la sapa», «la nerda del salón». 

Que el verdadero éxito aguarda es por ella, que la  vida se va a encargar de, a cada una,  entregarle lo que le corresponde…. Tal vez, pero, sin ser aguafiestas,   podrá una niña lograr apartarse de ese  entorno de vanidad y presunción que la rodea, podrá  dilucidar desde ya su futuro promisorio…  o va a pasar sus primeros, y definitivos, años de su vida frustrada, porque en una  cultura,  en un colegio,  en donde solamente  se  destaca la apariencia, su apariencia no es la mejor.