Vivimos repitiendo  que somos folclor, los más cálidos, alegres y cumbiamberos del  mundo entero. Dicen  que para todo tenemos  una sonrisa, pero  sale uno  a la calle y lo único que ve es a todo el mundo rabón y abstraído en lo suyo, ah,  y prevenido,   porque eso sí, que vaina pa robar en este país. No obstante, cada que hay un concurso de felicidad ganamos medalla.

¿De dónde sacan eso de que nos reímos hasta de nuestras desgracias? ¿Quién ha visto, por ejemplo,  a un par de conductores que tras  chocarse  se bajen cagados de la risa? «Jua, jua, severo  totazo que nos dimos». «Jua, jua  volvimos  mierda los carros…» Sale uno de su  casa  y aparte del pálido saludo de  un par de conocidos, la única sonrisa que recibe es la de algún  vendedor de  SIM cards Tigo.

Así es, el país más feliz y amable del mundo y  los  únicos que saludan y le  sonríen a un extraño en la calle son los que piden limosna  o los que intentan vendernos algo.   En el rostro de mi  gente linda sólo se dibuja   una sonrisa cuando hay plata de por medio.

¿De dónde sacan, por ejemplo  eso de que los colombianos aplauden cuando el avión aterriza? De todas las veces que he viajado en un bicho de esos jamás he visto a alguien que lo haga, por el contrario,  sus asientos van ocupados por  gente muy bien presentada ella,  tan adusta y absorta en sus asuntos  que raya en lo soberbia,   lo último que reflejan son nervios, digo, como para sustentar en el temor  a que el avión se caiga lo del aplauso. Por el contrario, tal desidia en su mirada y en su proceder,  sólo  pareciera decirle a los esporádicos de este medio de transporte,  «mucho lo tercermundista tu pánico  a volar».

Me  comentaba una amiga que en el avión que la traía de  España la acompañaba un grupo de colombianos.  «Lo supe por el bullicio, la algarabía, severa rumba en la que venían», me lo contó como entre que boleta y  orgullosa. Y  entonces a mí me parece que es la actitud que nos interesa vender, una imagen que nos creamos nosotros mismos como colombianos y latinos  y nos encanta  proyectar ante los gringos y europeos.

De no ser así,  ¿quién me explica entonces en dónde está ese saboooor en la vida cotidiana? ¿ Por qué no ve uno a mi gente  linda guapachando un lunes en la mañana, sabroseando en un trancón, gozándose las filas de los bancos,  o  yéndose  totiada  de la risa a pagar el impuesto de valorización?

Por el contrario, fila a reventar en la sucursal de un banco, 40 nazarenos aprox.,  y los únicos,   incluidos funcionarios,  con gesto de alegría, de «la maravilla este país, su gente, este banco… »  los dos «gatos» del afiche.

Junto a los modelos de  los posters y las reinas de belleza en pasarela   los únicos en este país que andan en el plan de «yo me llamo cumbia», de «yo soy  folclor», de «se me a romper la geta de esa sonrisa tan grande que tengo»,  son los que se suben a un bus a cantar. ¿Tienen  sangre caribe, ADN tropical?

Que va, a mí no me vengan a decir que un zutano  de estos saluda   porque es bien educado, mucho menos que el que se sube   a las siete de la mañana a cantar vallenato «eche güepaje, suéltela compae» lo hace  porque se levantó alborotado, sabrosón, porque nos quiere alegrar la mañana.

Tampoco le creo que el mayor regalo que le podemos dar es una sonrisa. Madruga, se pega severa patoneada, se salta a las malas la registradora,  se  agarra  con el conductor,  casi que le ponen su varillazo en la porra, ¿todo por ver nuestra hermosa  sonrisa? No se lo creo, me niego,  como tampoco se lo creo a los del Banco aquel  que todos los días repite lo mismo.

¿Quién puede subirse a un bus con ganas de bailar la pollera colorá cuando ha tenido que  soportar,  si no la grosería, el desprecio  de decenas de conductores a quienes no les tembló la mano para cerrarle la puerta en las narices, para hundirle el pie al acelerador  y ponerlo a tragar hollín?

«Lindo día, perfecto  para ir   a pedir limosna, ahorita que me vean,  y escuchen, los pasajeros recitando mi  frase célebre «»perdónenme si les vengo a interrumpir algo de su valioso tiempo, en el día de hoy…»» se van a poner dichosos». En serio, ¿puede alguien sentirse a gusto con esa actividad, subirse a un bus lleno de energía positiva -y conservarla-   cuando todos sus ocupantes al notar su presencia  hacen cara de «que mamera», «que mierda la cantidad de mendigos en este país»,  «y este con qué cuento nos irá a salir»?

No van en ese plan quienes se dirigen a un trabajo fijo, mucho menos aquellos   que viven en la incertidumbre del rebusque y en la titánica tarea de lograr despertar el sentimiento más oculto en las personas, la compasión.

Ni en la costa caribe, incluso allá   los únicos que saludan, los únicos amables y con ganas de dar a   conocer algo de su folclor son los que andan en el plan de rebusque. En intentar arañarle algo del dinero que ahorró durante todo el año, en eso en últimas consiste  la tan afamada amabilidad con el turista. Turista igual  signo pesos.

La verdad a mí sí me gustaría saber ¿qué es lo que nos mantiene tan alegres?, ¿la guerrilla?,  ¿nuestros gobernantes?, ¿el salario mínimo?… ¿Quién nos dijo a los colombianos y nos convenció de  que el todo el tiempo vivimos diciendo güepaje? Quizás el mismo que  nos convenció de que todos  los Brasileños se la pasan bailando zamba, y los pueltoliqueños perreando y diciendo ya tu sabe, mami.

Y mientras continuamos  presumiendo de alegres, sigamos en nuestra única y real preocupación,  mirar a ver cómo hacemos para conseguir lo del diario,   cómo le hacemos para seguir ganándonos  la vida.

Un último detalle, si eso somos los más felices, ¿cómo serán los más tristes del mundo?