¿Quién nos asegura que detrás de esa imagen de hombre humilde, sencillo,  cercano a los más necesitados, que se está esmerando grandemente en proyectar,  no se esconde  una estrategia calculada de la iglesia católica para,  a través de su máximo representante,  presentarse como una entidad más moderna, austera y humana?

Tan  evidentes,  frecuentes, pero,  sobre  todo,  tan públicos  sus  gestos    de  desprendimiento, que difícil  suponer que actúa de forma  espontánea,  y que  estos actos no   obedecen a una excelente y premeditada estrategia de imagen. 

Que los zapatos, que el trono de oro que cambió por un sillón, ahora que el carro, un Renault 4…mañana un Simca, un Topolino… tan consciente que el más mínimo gesto  suyo  va a ser captado por las cámaras y comentado por todos,  que imposible no verlo como   la figura central de un planeado y abyecto show de la humildad. 

 
Tan buena y efectiva la imagen que está proyectando que incluso la gran mayoría lo percibe como una figura aparte, contraria a esa  iglesia católica retrograda y clasista, de la que constantemente renegamos. 

 
Pero,  ¿cómo atrevernos  a desligarlo de ella si es su cabeza visible?,  a quien representa, para quien trabaja, por quien  fue elegido. Bajo sus principios se formó, para  defender sus intereses y ser  su imagen en el  mundo entero para lo que fue nombrado. Y cuando  ha sido  precisamente a través de él, su carisma y ese preciso rol que le fue asignado,  que esa  iglesia opulenta de siempre ha logrado renovar y  vender otra imagen. 

No deja de inquietar sí  la pregunta, ¿de  dónde surge en él tanta humildad y sencillez?, si  desde hace  más de 50 años pertenece y se ha ceñido a las directrices de una entidad elitista y  con marcados roles jerárquicos, y en la que,  a partir de cierto  rango, obispo, cardenal,  se goza  de  un  estilo de vida que dista enormemente de ser el más humilde. ¿O es que fue nombrado Papa inmediatamente después de haber sido sacerdote para que se muestre tan deshabituado  a las  costumbres y los privilegios de las altas dignidades? 

  
Inconcebible, por lo tanto,  que como máximo jerarca se declare ajeno y sorprendido ante el  lujo y la  opulencia ¿O es que acaso suponemos que llegó hasta lo más alto contrariando sus posturas y preceptos, manifestando continua desobediencia?

Por otra parte,  es claro reconocer que dado su carisma, su don de gentes, innegable que los tiene,  se le nota bastante  cómodo en su papel de estrella, saludando, sonriendo,  dando de qué hablar, siendo constantemente el centro de atención. 

 
La idolatría a su alrededor, sus miles de seguidores y admiradores, la histeria colectiva que desata es tal que, por lo menos a mí,  me cuesta trabajo verlo como un líder espiritual, personalmente lo concibo como una figura mediática  con un  rol más afín al  de una luminaria del mundo del cine o  de la música.

Hagan el ejercicio,  sintonicen una intervención, un evento al que asista, empezando por el día en el que fue hecho el anuncio de su nombramiento;  todo el preámbulo, el protocolo, las luces, las cámaras fotográficas, la euforia del público al verlo salir, al escuchar su nombre…  notarán una   parafernalia que se asemeja más  a la de un  concierto de un afamado artista pop que  a  la austeridad y sencillez que suponemos debería mostrar un verdadero guía espiritual.

¿A quién  beneficia todo esto? Reitero, a  una  iglesia que continua logrando réditos con su carisma e innegable popularidad; es ella  la que finalmente se está evidenciando,  al igual que  lo hizo durante siglos al tiempo que permitía todo tipo de injusticias y atrocidades,   como la más   noble, austera y  humilde. Es con ella,  y no con los más pobres,  a quienes  tanto alaba  en público,  con quien realmente tiene afinidad y con quien   el Papa Francisco ha establecido una conveniencia recíproca.