Durante la semana que pasó me tracé una tarea: tratar de encontrarle la importancia, sentido a la visita del papa. Intenté adivinar  ¿qué de positivo que podía traerle al país? Traté de encontrarle significado a las eternas transmisiones de sus recorridos, ver algo más allá que un señor vestido de blanco saludando a todo el mundo.

 
“La importancia está en su mensaje”, me guiaron algunos. Volví a encender el televisor, escuché con atención… Nada que no supiéramos, nada que no se hubiera dicho antes. En tono pastoral habló de reconciliación, de dios, de paz, de amor, de perdón, y de todas las demás cosas bonitas de las que hablamos los seres humanos mientras que por dentro estamos llenos de egoísmos, odios, vanidades y somos incapaces siquiera de soportar una opinión contraria. Si los discursos y las frases célebres sirvieran de algo este mundo sería hermoso.

 
“La clave está en su humildad”, me orientaron otros. Busqué en él un acto de humildad genuina. Intenté encontrarla en la pompa de su recibimiento, verla al final de esa elegante e imponente alfombra roja que engalanaba sus fastuosas ceremonias. Escucharla en la veneración que le rendían sus fieles, quienes le celebraban hasta la risa y reaccionaban ante cada frase de su intervención con un bullicio propio de un concierto de rock… Solamente vi culto e idolatría alrededor de su figura. A no ser que humildad consista en repetir a cada rato la famosa palabrita mientras que al mismo tiempo se presenta a tú alrededor toda una parafernalia y una frivolidad digna de una estrella de Hollywood.

 
La humildad no se celebra ni se aplaude. Renuncia al reconocimiento, y a la egolatría. Nadie que tenga la humildad como su bandera se considera digno de tanta idolatría, consiente para sí tantos homenajes y acepta que se organice  a su alrededor tanto show. Tampoco vive dando muestras públicas de desapego a lo material. La humildad no se exhibe.

 
Sí me encontré, por el contrario, con un evento altamente politizado. El encuentro de dos entes de poder, de un lado a un gobierno impopular y profundamente cuestionado por escándalos de corrupción, -y por falta de justicia social y económica –  tratando de sacarle todo el jugo a la visita, y del otro, una entidad elitista y jerarquizada intentando,  a través de su máximo representante, y como lo ha hecho durante siglos, afianzar su poder  mostrándose a favor de los más pobres y necesitados.

 
Imposible, eso sí, no reconocerle lo bien que maneja el discurso, la psicología de masas, “recen por mí”, “ustedes me han hecho mucho bien”…. y como, a través de sus acostumbrados despliegues públicos de bondad y caridad, y seguro de que todos los ojos estaban puestos sobre él, lograba agrandar aún más su figura, y aumentar tanto su popularidad como la de la entidad a la que representa.

 
Tampoco logré hallar la humildad en el afán de muchos fieles de figurar, de quedar ubicados en primera línea para alardear de su fe y exclamar a los cuatro vientos cuánto los había impactado su figura.

 
Sí vi a un país que, lastimosa e inocentemente, una vez más terminó cayendo en el juego, rendido y obnubilado ante la popularidad de una figura mediática y completamente politizada.
Un país al que se le olvidó lo que el gobierno quería que se olvidara, que razonó como el gobierno quería que razonara “la visita del papa no es un evento político”, no, que va; y que terminó señalando como su principal problema el que el gobierno quería que señalara. ¿Cuándo lograremos entender que el principal problema de este país no es conflicto Santos y Uribe? porque, reconozcámoslo, a eso se refiere y se reduce en el fondo el asuntico este de la polarización y la reconciliación, a la pelea entre ese par.

 
Algo sí me quedó muy claro, porqué los que están, están en el poder. Porque saben exactamente lo que hay que darle al pueblo para entretenerlo y mantenerlo embolatado, saben que para tenernos contentos no es necesario generar empleo, combatir la corrupción, dejar de ahorcarnos con tantos impuestos, o molestarse en crear un sistema de salud más justo y humano, con la visita de un personaje como el papa basta y sobra. Al menos por ahora, ya mañana veremos qué se nos ocurre. ¿Un beso entre Santos y Uribe?, ¿la tan anhelada reconciliación entre ellos?, ¿por qué no? Amanecerá y veremos.

Lo único seguro es que ese día los del pueblo estaremos ahí, en primera fila, con lágrimas en los ojos, listos para aplaudir como focas y ovacionarlos. Jurando que con eso se arregla todo.