Los ingenieros se quejan porque en este país realmente no ejercen, aparte, no se crea, ni se innova; los científicos, a su vez, se lamentan de que, por falta de recursos, aquí no se investiga, ni se desarrollan, por ejemplo, vacunas, medicamentos… Unos y otros coinciden en que nos limitamos a copiar e importar, y que, por lo tanto, nuestro desarrollo tecnológico y científico es nulo.

Entre las demás carreras el panorama no mejora, y es cada vez más común escuchar la queja: “en este país no me puedo desarrollar profesionalmente”. Como si fuera poco, lo que les pagan no les alcanza para vivir dignamente, ni compensa la inversión que hicieron en su educación.

Y si por el lado de los profesionales llueve… Desesperanzados porque no encuentran trabajo, o porque en el que tienen el sueldo no les alcanza para cubrir sus necesidades básicas, y víctimas del peor de los escenarios (alto costo de vida y baja remuneración), muchos de los que no lograron entrar a una universidad deciden “emigrar a otro país en busca de un mejor futuro”.

De todo lo anterior podemos concluir que nacemos, vivimos e intentamos ser felices en un país laboral y económicamente inviable. En un estado fallido e insostenible, en un territorio estéril para los sueños.

Nuestro caso, valga la pena decirlo, no es único, es el mismo de México, Honduras, Perú… y, en general, de toda Latinoamérica y de África.

Ante tan cruda realidad, se podría pensar que nuestra mayor preocupación es ¿cómo logramos, entre todos, sacar este país adelante? ¿Cómo hacemos de él el lugar en el que todos – y no sólo unos pocos- podamos desarrollarnos profesional y laboralmente? ¿Cómo construimos el país que soñamos?

Pero no. Lamentable que ante esto la expresión más escuchada sea: “me gradúo y me largo a otro país, porque este no me gusta”. Y junto a ella las preocupaciones: “¿Cómo hago para que me den la visa?” “¿Cómo, con la eterna excusa de aprender el idioma, convenzo a mis padres de que me paguen un viaje a ese otro país? Porque en este no hay futuro, porque quiero ir en busca de mis sueños,”.

¿A qué se refieren exactamente con “otro país”, “un mejor futuro” e “ir en busca de mis sueños”? Con «otro país» se refieren a Estados Unidos. Allá está el modelo, la cultura, el estilo de vida, pero, por sobre todo, el idioma que les gusta, el que les inculcaron desde niños, era el más bonito e importante. Con “un mejor futuro” e “ir en busca de mis sueños” se refieren a trabajar de meseros, de niñeras, e ir a lavar platos y baños en Estados Unidos. En otras palabras, a trabajar de lo que sea – por lo menos allá sí hay trabajo-, a cumplir eso que llaman el sueño americano.

“Pero si son trabajos dignos”, alegaran algunos. Si son tan dignos ¿por qué no los ejercen acá? ¿Por qué desprecian y miran por encima del hombro a quienes aquí, en Colombia, trabajan en esas labores? ¿Qué es lo indigno, entonces? ¿El país? ¿Los sueldos?

Así mismo, nuestro reclamo ante los gobernantes de ese otro país debería ser: respeten nuestra soberanía. Desistan, con la excusa de luchar por la democracia – en nuestro caso particular, luchar contra las drogas-, de intervenir en nuestros asuntos internos, de imponer gobiernos, modelos y tratados económicos que solamente los benefician a ustedes. No continúen, a través de sus organismos, FMI, BID, OCDE, dictando reformas que precarizan nuestro sistema laboral, fiscal, pensional, y no nos permiten salir del subdesarrollo. Permítannos intentar construir un país digno y justo.

Pero no, lamentable que nuestro único reclamo sea suplicarle a Trump, Biden, o al que sea el gobernante de turno, que nos deje entrar a servirles. Reclamarle que deje de ser racista. Obligarlo a que nos quiera y, de paso, presionarlo a reconocer que los latinos fuimos clave en la grandeza de Estados Unidos. ¿No deberíamos haber sido claves en la construcción y en la grandeza de nuestros propios países?

Es como exigirle al vecino rico que nos deje entrar a todos a vivir en su casa, porque solamente su casa es bonita, solamente en su casa se vive bien. A cambio, ofrecernos a barrerle, cocinarle, lavarle los baños y a cuidarle los niños. Y si no cede, suplicarle, reclamarle y finalmente intentar metérnosle a la brava. Ofendernos porque decidió construir una barda con alambres para impedir nuestro ingreso, pincharnos hasta el alma intentando cruzarla. ¿No sería mejor luchar para que cada uno de nuestros hogares fuera un lugar digno y habitable, en el que tanto nosotros como nuestros hijos seamos felices? ¿Qué tenemos que ir hacer todos a hacinarnos a esa casa si en la nuestra hay espacio suficiente? Ahora, si es culpa de ese vecino que el resto de hogares esté quebrado, que el vecindario esté en la “olla”, entonces el reclamo debería ser ese.

El drama no es, como lo han pretendido retratar durante años en películas, series de tv y libros, tener que mendigar la visa, cruzar el hueco, transar con el coyote, ni todos los demás obstáculos que deben sortear y las humillaciones que deben soportar para entrar a ese país, el verdadero drama es tener que abandonar el nuestro porque nuestra economía no funciona, porque lo que ganamos no nos alcanza para vivir dignamente, y no podemos hacer realidad nuestros sueños. Que tristeza tener que reconocer que el mayor sueño de los que nacen en este país sea irse de aquí.

Lo lamentable no es que los gringos y europeos no nos quieran o que nos discriminen, lo lamentable es que seamos tan acomplejados que nos menospreciemos, y menospreciemos el lugar en el que nacimos, que nos refiramos a él como el platanal. Así mismo, que los idolatremos y les rindamos tanta pleitesía. No sé quién es más racista, si el que rechaza a otro por considerarlo inferior, o el que se arrodilla ante otro – al que considera superior -y le mendiga reconocimiento y aprobación.

El problema no es cómo le hacemos para entrar a la casa del vecino, sino que la nuestra se esté cayendo a pedazos.