No todo lo malo que pasa en este país es culpa de Uribe. Colombia no es hoy un desastre sólo por su culpa, ni entre el 2002 y el 2010 fue una maravilla – nunca lo ha sido – gracias a él.

No obstante, al escuchar todas las atrocidades de las que se le acusa, es imposible no preguntarse: ¿en dónde estaban los grandes medios de comunicación durante su gobierno? Lo pregunto porque, así intenten pasar de agache, y estén tratando de hacerse los de la vista gorda, son ellos los directamente desmentidos y desacreditados con estas acusaciones.

¿Cómo es que – al parecer, y a juzgar por las acusaciones – fuimos gobernados por un personaje sobre el que recaían tantas dudas y sombras, y aun así nadie nos avisó, ni nos advirtió nada? Todo lo contrario, los dueños de este país  dedicaron cuerpo y alma a endiosarlo, a presentárnoslo como el salvador de la patria, el mesías criollo, como, palabras textuales, el mejor presidente de la historia después de Bolívar.

Fueron los grandes medios, y toda su propaganda, los artífices del mito Uribe, los responsables de que lograra esos niveles tan altos de popularidad y de que el país entero lo idolatrara. Ya está bueno de la disculpa: “Uribe fue bueno durante su mandato, pero después se puso cansón”. No nos digamos mentiras, el grueso de lo que se le acusa, supuestamente, lo cometió antes y mientras estuvo en el poder, mientras ellos, los grandes medios, nos repetían que todo lo que hacía el hombre era lo correcto y por puro amor a la patria.

Ante esto, el gran periodismo de este país no puede seguir callado. Y está en el deber moral y ético de salir a defenderlo, alegar que es inocente, confirmar que, tal y como nos lo contaron, fuimos gobernados por dios hecho gobernante, por ese prócer honesto, de mano firme y corazón grande, que no hacía más que trabajar, trabajar y trabajar.

Es eso o confesar que le taparon y explicarnos ¿por qué? ¿A quién o a quiénes les convenía que tuviera tanto poder y aceptación entre la opinión pública? ¿Por qué omitieron su deber de informarnos?

Queda una última opción, se la aprendí hace poco a un Nobel: decir que se acaban de enterar.

El mismo reclamo va para todas las vacas sagradas del periodismo, los mismos que hoy se ufanan de ser sus más férreos críticos y opositores y reclaman para sí el rótulo de valientes. ¿Valientes? Lo hubieran sido si se hubieran atrevido a encararlo y a denunciarlo por allá en el 2003, cuando era intocable y estaba henchido de poder. ¿Por qué su voz “crítica” e “independiente” no se escuchó por allá, por esa época, cuando todo lo que escuchábamos eran maravillas de él y ustedes también hacían parte de su coro de alabanzas?

Lo de ustedes hoy, mis queridos comunicadores, no es independencia, ni valentía, es oportunismo político. Y tiene el mismo mérito del que se suma a una solfa, cuando ya el pillo está botado en el suelo – por lo menos en cuanto a imagen ante la opinión pública se refiere-, después de que otros lo derribaron, y tiene a su alrededor a unos 20 católicos dándole, con manos y pies. Pero cuando lo veían campaneando por el barrio, y a sabiendas de sus andanzas, jamás dijeron ni hicieron nada.

Y ni hablar de todos estos personajes de la farándula, actores, actrices, cantantes, comediantes,  presentadoras que hoy también posan de anti uribistas y rebeldes. ¿Con qué cara vienen ahora a dárselas de críticos y a sacar pecho, si ustedes también ayudaron a metérnoslo por los ojos? ¿Qué gracia tiene darle palo hoy, cuando lo fácil es darle palo, caerle encima, cuando no hay nada en este país que esté más de moda? Bonita la hora de venir a preocuparse por nuestra realidad social, política, laboral y económica. ¿De verdad, mi estimada ex presentadora y ex reina de belleza, que sólo hasta ahora, y sólo porque lo leíste en algunos medios, te diste cuenta de que vives en un país pobre, injusto y desigual? Tal sería la burbuja de glamour en la que flotabas.

Idéntica pregunta para esa élite que lo subió al poder, lo usó para sus fines y que hoy lo desecha y trata, desesperadamente, de desligarse de él. A propósito de esa élite, ¿por qué si uno de sus mayores y más fieles representantes gobernó a su lado y terminó como su ungido, a él sí lo sacan de la «colada» y  hasta él mismo se aterra de todas las atrocidades, aun cuando estas se cometieron, presuntamente, dentro de la cartera que él dirigió?

Es más, ¿dónde estaban todos los anteriormente mencionados cuando eliminó las horas extras, cuando nos trataba a todos sus gobernados de vagos y  flojos, cuando le daba duro al pueblo y a la clase trabajadora? ¿Niansesabe? Ya lo dije, pero se los recuerdo, repitiéndonos que estábamos frente al gran patriota, al mejor presidente de toda la historia después de Bolívar.

Cuéntennos, ¿a qué se debió ese giro tan repentino, ese cambio tan radical de opinión? ¿Qué pasó con los uribistas, y los antiuribistas? ¿Por qué se esfumaron los unos? ¿A qué horas florecieron tantos de los otros? ¿O fue que mutaron?

Nos contaron una fábula para subirlo al poder, y hoy, a pesar del cuento de horror, no logran bajarlo del pedestal en el que ustedes mismos lo encaramaron. Cuéntennos: ¿A qué horas se les creció tanto el enano?