Odiamos las matemáticas y las fórmulas, pero, cosa curiosa, pasamos la vida entera anhelando encontrar fórmulas para todo.
Fórmula para hallar el amor verdadero, para alcanzar la felicidad, el éxito, para convertirnos en ricos y millonarios de la noche a la mañana, para cumplir nuestros sueños, para no sufrir… Esto como personas, como país llevamos años soñando con la fórmula que nos permita salir de la pobreza y el subdesarrollo, la misma que, según los “expertos”, les permitió a los países ricos y desarrollados llegar a serlo.
Pero, ¿de dónde surge ese interés inusitado por intentar resolver todos nuestros conflictos desde las matemáticas? Tal vez de imaginar lo sencilla que sería nuestra vida si la solución a todos y cada uno de nuestros problemas fuera una simple fórmula, y la respuesta, un número exacto. Tal vez de entender, así sea de forma inconsciente, que aunque nos resulten complicados, comparados con otros que nos causan mayor sufrimiento, los matemáticos están entre los problemas más fáciles de resolver. Tal vez de suponer lo fácil que sería el amor si este, o el dolor, fueran ciencias exactas, si en lugar del psicólogo consultáramos al matemático.
“Anoche, como parte de mi labor profesional, y tras un par de cálculos, logré hallar la solución para que la relación entre ustedes dos funcione, el resultado: 6,5”. Así mismo, determinar la inclinación promedio a la que está decreciendo vuestro amor: -2 %, lo que indica que aún están a tiempo de invertir la pendiente y salvar esta relación”. Así que, vamos, dense un abrazo al cubo.”
Que sería mucho más sencilla, tal vez, pero… ¿ más feliz? ¿Nuestra vida tendría el mismo sentido si descartamos de ella la probabilidad de equivocarnos? ¿Acaso la certeza no acaba la ilusión?¿ Si eliminamos la frustración ante el error no eliminamos de paso la alegría ante al acierto?
Aun así, lo que para muchos no pasa de ser un anhelo, para otros es un hecho. Y es que no son pocos los que consideran, por ejemplo, que la fórmula para enamorar, y convertirte en el hombre de la vida de mujer de tus sueños, sí existe. “La clave está en hacerla reír”, aducen -de ser así, no puedo evitar envidiarlos, ni dejar de imaginar la gran cantidad de mujeres que estuvieron rendidas a los pies de Pernito, Tuerquita y Bebe-, «a eso súmele una buena dosis de indiferencia”.
Pues bien, con el fin de comprobar o desvirtuar esta teoría, vamos a imaginar que ante una mujer muy bella acuden Don Jediondo, Boyaco man, el Maxwell, Hugo Patiño, y Loquillo -bajo esta premisa “hacerla reír”, los adonis, los símbolos sexuales más apetecidos y deseados de este país-, con la dichosa fórmula en mano (algo así como cosquillas por chistes al cubo, sobre raíz cuadrada de indiferencia…), y con una sola intención, enamorarla, convertirse en el hombre de su vida.
Antes una precisión, para que una fórmula pueda considerarse y definirse como tal, debe cumplir mínimo 3 requisitos: ser efectiva para todo el que la aplique, es decir, debe convertirlo en el terror, permitirle “levantar” tanto al rico, como al pobre, al bonito como al feo; frente a toda aquella que la aplique, es decir, debe permitirle «levantarse» a la que sea, sin importar edad -desde inocentes doncellas hasta experimentadas abuelitas-, raza, condición social o nivel educativo; debe ser efectiva en toda circunstancia y ocasión, en un bar, en el bus, no importa si está casada, despechada, si un ser querido acaba de fallecer o si acaban de diagnosticarle una grave enfermedad, una vez aplique en ella la fórmula, la mujer va a sentir unos deseos irresistibles de irse a motelear, y a vivir con él.
De regreso al ejercicio, existen tres probabilidades:
1. Que ninguno de los cinco lo logre. No cumple.
2. Que uno sólo de ellos lo logre. Tampoco cumple. Una efectividad distinta menor al 100% no permite considerarla una fórmula infalible.
3. Que se enamore de más de uno, de dos, tres o, si se quiere, de los cinco al tiempo -si bien en un punto debieron hacerla partir de la risa, al minuto siguiente debieron haberla ignorado de tal forma que ella sintió que no valía, que para ellos era un ser insignificante, un cero a la izquierda-. En este último caso ninguno, tampoco, habrá logrado su cometido, pues recordemos que la aspiración de cada uno era convertirse en el único, en el hombre de su vida. Por lo que caeríamos en una paradoja, en la que su extrema efectividad determina su inefectividad.
Igual sucede con otros campos distintos al amor. Suponer, por ejemplo, que existe la fórmula para llegar a ser el número uno implica avalar el sinsentido, el absurdo lógico y matemático de creer que varios, o todos los participantes de una competencia, pueden ganar al tiempo, ocupar a la vez el cajón número 1 del podio.
Aceptémoslo, las fórmulas mágicas para resolver nuestros problemas no existen.
En fin, tras mi primera decepción amorosa, y siendo aún un adolescente, tuve mi primer contacto con una de estas fórmulas, más exactamente con la del olvido. Antes de que mi mejor amigo me la revelara, imaginaba algo así como: días de soledad, por noches de dolor, e insomnio… ¡mk, le tengo la fórmula para olvidar a su ex!, me dijo, abstrayéndome de mi ensimismamiento y haciendo alarde de lo más exquisito y profundo de su filosofía: ¡ imagínesela cagando!, sentenció.
Muy juicioso, hice mi mejor esfuerzo. Lentamente, empecé a desarrollar en mi mente el algoritmo, la imaginé entrando al baño con un rollo de papel higiénico en la mano, la senté al inodoro… finalmente, quien terminó pujando intentando expulsarla de la mente, y para no llorar frente a los papás, fui yo.