Por fin un gobierno cumple con lo que prometió en campaña y presenta 4 reformas con las que, por primera vez en la historia de este país, busca favorecer al pueblo. Empero, las discusiones tendientes a aprobarlas, se enmarcan dentro de la misma hipocresía, desinformación, mentiras, y ardides a los que siempre acude el gran capital, los grandes empresarios y los grandes medios de comunicación, cuando una medida no les favorece o afecta sus intereses económicos.
La primera mentira y más grande de todas: decir que están del mismo lado de los más pobres y necesitados, que «ellos» son lo más importante, que por «ellos» están dispuestos a darse la pela, que sus intereses y los de «ellos» son los mismos. Con “ellos” se refieren a los pacientes, a los que les hacen el paseo de la muerte; a los pensionados, a los que no pensionan; y a sus trabajadores, a los que les pagan chichiguas.
Argumentar que se oponen a las reformas, no porque se les acabe el negocio, sino porque los más afectados van a ser los más pobres, y las pequeñas empresas. Según sus palabras, su intención al consolidar sus monopolios, no es engullirse, ni quebrar a la pequeña empresa, sino apoyarla, fortalecerla, tampoco su intención es ganar muchísima plata, sino generar empleo, hacer patria, demostrar que aman y creen en el país… en fin, defender sus intereses usando como excusa a los más débiles, eso simple y llanamente se llama populismo.
Crear pánico, argüir que si al trabajador se le reconoce un salario justo se quiebran, y, por ende, se acaba el empleo, aumenta la informalidad, y deben sacar sus capitales del país (pero los de las amenazas son otros) . Eso sí, al final de año, no les da ni pite de vergüenza aceptar que obtuvieron ganancias billonarias.
A estas “advertencias” las llaman argumentos técnicos, principios básicos de una economía de mercado. A los llamados del trabajador a la protesta ante estas arbitrariedades los llaman amenazas. Así mismo, a las medidas que benefician a las grandes empresas las llaman inteligentes, técnicas, y financieramente responsables. A las que favorecen al más pobre y trabajador las llaman dogmas.
Desprestigiar las reformas, y a sus ponentes, criminalizarlas, tacharlas de polémicas, y luego poner estos calificativos en boca de terceros. “Ministro, ¿qué decirle a aquellos que califican estas reformas de polémicas, y de criminales, como redactadas y escritas de puño y letra por el mismísimo diablo?”
Acusar a la contraparte de ideologizada, y calificar a todo aquel que se atreva siquiera a sugerir que lo público funciona, de dogmático, radical, y activista; esto mientras que al que defiende a ultranza lo privado lo gradúan de objetivo. Beneficiar al empresario, a las EPS, al AFP lo consideran un criterio técnico; beneficiar al trabajador y al paciente lo llaman sesgo ideológico y político.
Aducen no estar guiados por ninguna ideología pero, haciendo gala de un criterio que apesta a sectarismo, reclaman que la salud y la vida debe ser considerados negocios y obedecer a las leyes del “libre mercado”, y apelan al maniqueísmo de calificar la corrupción y la ineficiencia como exclusiva de lo público, y, en contraposición, a la excelencia y eficiencia como propia de lo privado. Se debe descartar lo público tras la nefasta experiencia con el ISS, pero no lo privado tras la nefasta experiencia con las EPS.
Negar la realidad, desconocer que la noche empieza cuando cae el sol, o inventar disparates como “el sistema de salud de este país es uno los mejores del mundo”. Ahora, lo triste no es que lo hagan, es apenas obvio, están velando por sus intereses y negocios, lo triste es que la gente se lo crea.
No entiendo a la opinión pública, este país lleva años reclamando un verdadero cambio, y cuando realmente llega, lo rechazan, lo consideran un salto al vacío. Respecto a este reclamo, me perdonaran quienes nos han gobernado – y hoy están en la oposición – que cuestione su astucia, pero no existe frase que los auto incrimine y delate más que, ante cualquier presunto hecho de corrupción de este gobierno, preguntar de forma ingenua: ¿acaso no era este el gobierno del cambio? Pero, bueno, ustedes son los listos.
Imponer el punto de referencia. El servicio de salud actual se debe contrastar, según ellos, no respecto a un buen servicio, sino al que prestaba el ISS. La corrupción actual se debe comparar, no contra un escenario de cero corrupción, sino contra la que había antes de la ley 100. Presumen de técnicos y eficientes, pero circunscriben la discusión a dos opciones: El caos de ahora, o el de ayer.
Presentar la falsa libertad que nos ofrecen como el fin supremo. Según ellos, el “privilegio” que está en riesgo con estas reformas y que debemos proteger es el de poder elegir entre un sinnúmero de EPS que no atienden. Seamos claros, lo que realmente le importa a un ciudadano no es poder elegir entre un fondo de pensión público o privado, sino tener un ingreso seguro durante su vejez. Poder elegir qué EPS voy a tener que entutelar, o me va a hacer el paseo de la muerte; o entre si trabajo por un salario miserable o me muero de hambre, no corresponde a un concepto de libertad real.
¿Qué logran con esto?
Que el trabajador termine convencido de que por insensatos como él, que se atreven a reclamar un salario justo, este país está jodido y los grandes empresarios quebrados.
Convencido de que la economía de este país solamente funciona bien si a él se lo marranean y lleva del bulto, caso contrario, el país se va pal carajo. Convencido de que los altos salarios aumentan la inflación y van en contra de la generación de riqueza, y que la explotación labor…, perdón, la optimización de la fuerza de trabajo, es clave en el aumento la productividad.
Convencido de que lo que le conviene no le conviene , y de que lo que no le conviene le conviene. De que lo que es bueno para él es malo para la economía, y viceversa. Convencido de que si el país crece es gracias a los empresarios, pero si se arruina es culpa de los empleados.
Convencido de que reclamar algo de justicia social lo convierte inexorablemente en un subversivo, en un soldado de Hugo Chávez, del comandante Fidel, y en un admirador del régimen cubano.
Convencido de que un sindicato es una organización criminal, y un sindicalista, un delincuente. El único y gran culpable de la debacle de este país.
Convencido de que lo más inteligente y sensato que puede hacer es entregarle su dinero a un privado para que negocie, especule en los mercados, y capitalice sus empresas e inversiones con él.
Convencido de que para que el sistema de salud funcione debe elevar su umbral de dolor y no ir a poner pereque a un hospital, así el sistema no malversa recursos en sus dolencias, y quejumbres.
Convencido de que eso de que tuvo que interponer tutelas para que lo atendieran es mentira. Y de que aquel aciago suceso, cuando el sistema de salud dejó morir a su tío por falta de atención, se lo soñó. Tan convencido queda de que las EPS son la maravilla que termina, no sólo defendiéndolas, sino poniendo las manos al fuego por ellas, preocupado por su futuro, y recitando de memoria los sirirís que componen los medios de comunicación: “hay que construir sobre lo construido”.
Convencido de que la ministra Carolina Corcho es una asesina en serie, una sádica que tiene pacto con el diablo, y que sale todas las noches a desconectar pacientes montada en su escoba.
Tan convencido como quedó de que la ahorcada del 4×1000 iba a ser temporal, como temporal fue la reducción del pago de las horas extras, y las regalías a las que, desde 1992, y por un tiempo muy “breve” renunciaron los actores, directores, guionistas y demás trabajadores del sector audiovisual.
Pero, por sobre todo, convencidos de algo que por culpa de nuestra infinita torpeza y retardo mental tardamos en entender, pero que, gracias a los expertos, logramos hacerlo: los intereses que como trabajadores debemos defender no son los propios sino los del rico y gran empresario. Todo por una lógica simple, si a ellos les va bien, a nosotros nos va bien, se genera empleo, aumentan los salarios, y por los surcos de este país empiezan a correr ríos de leche y miel… “Pero nada de esto ha pasado en la práctica – increparán los escépticos – el gran empresario lleva años yéndole de maravilla, hace casi 20 años que se redujo el pago de las horas extras y, contrario a lo que prometieron, ni se generó más empleo, ni mejoraron los salarios, ni…”A todo ese poco de latosos y tercos les pregunto: ¿a quién le van a creer, a los expertos que tanto saben, o a esa realidad que miente, los manipula y engaña?