Por instinto, todo ser vivo busca las condiciones óptimas y más favorables para su supervivencia. Una vez las alcanza procura conservarlas, permanecer en ellas sempiternamente. Así mismo, y en busca de un mayor control y certidumbre sobre todas las áreas de su vida, el ser humano creó la ciencia, la tecnología, la medicina, etc.
Es por todo lo anterior que, una vez alcanzamos algún grado de seguridad y estabilidad en cualquier ámbito de nuestra vida, no hay nada más ilógico ni contra natura que podamos hacer que renunciar a ella. Pues bien, a esto se reduce el principio aquel de: “he decidido salir de mi zona de confort”.
Para dimensionar lo absurdo de este “arte” de complicarse la vida empecemos con extrapolarlo a otras áreas de nuestras vidas. Es como si cansados de tener un buen estado de salud buscáramos la forma de contraer un virus. Hartos de unas finanzas sólidas adquiriéramos una deuda impagable. Aburridos de contar con una pareja estable a la que amamos, le pusiéramos los cachos de frente o le termináramos. Sólo por probar qué se siente sufrir, a qué sabe el dolor.
Continuemos por reconocer que alcanzar la estabilidad en cualquier área de la vida es sumamente complejo, mucho más si de la parte profesional se trata y en un país con una economía tan precaria, y con una inestabilidad laboral y una tasa de desempleo tan altos. A esa seguridad, precisamente, es a la que renuncia aquel que decide dejar tirado ese trabajo que tantos años de esfuerzo y estudio – mínimo 16 – le costó alcanzar, para irse a aventurar por el mundo -con la ilusión velada de convertirse en el nuevo «luisito comunica»-, y dizque probarle a los demás y a sí mismo de qué está hecho. ¿A dónde dan premio por eso? ¿ Quién de todos a los que intentó impresionar va a pagarle sus cuentas, o le va a dar de comer después cuando no tenga con qué hacerlo por haber desechado su única fuente de ingresos?
Es paradójico, pero mientras por un lado los criticamos y los tachamos de huecos y banales, por el otro nos sentimos muy sabios y profundos repitiendo cuanta estupidez dicen los famosos que aparecen en ese par de canales de televisión que decimos no ver. Porque, no nos engañemos, este sinsentido filosófico no proviene de ninguna reputada escuela de pensamiento, sino desde el ámbito más light y frívolo de esta sociedad, es un discurso made in nuestra tele, tiene el sello la red, el desafío, protagonistas de novela.
Esta tontería no se presenta ni siquiera en el reino animal. Nunca veremos a un león obrar bajo la “lógica”: “he decidido dejar de escoger entre todos los búfalos al más débil, enfermo e indefenso, y cazar al más rápido, astuto y fuerte de la manada, con los mejores reflejos y los cachos más grandes y filudos, así la probabilidad de que me los ensarte y atraviese las tripas con ellos aumenta ostensiblemente”. Más radical aún: “ me harté de ser el duro, el amo y señor de esta manada, me hastié de comer tanta gacela sabrosa, de aparearme con tanta leona sexi y caderona, por lo que he decidido reinventarme, salir de mi zona de confort, e irme a aventurar solo a una zona bien desértica y árida, en la que escasee el agua, las presas y abunden los escorpiones venenosos”. Ahora, ¿por qué no pasa esto allá en la selva?, simple, porque allá en la selva no hay televisión y, por lo tanto, no hay leones actores diciendo pendejadas.
Y mientras predican y nos alientan a optar por lo incierto, y a imponernos retos absurdos, desde la superestructura, los dueños del país – los políticos, directivos y accionistas de las grandes marcas y empresas privadas – yendo a la fija, “apostando” por lo seguro.
Así es, mientras intentan convencer al de a pie de que es un mediocre conformista por aferrarse a un trabajo fijo, y de que no hay nada más valiente e inteligente que asumir riesgos innecesarios, ellos toman todas las precauciones posibles, y encaminan todas sus acciones y estrategias a consolidar sus monopolios económicos, y a proveerse a sí mismos de la mayor estabilidad económica y financiera posible. Siempre en procura de alcanzar la mayor rentabilidad, y de perpetuar su posición dominante en el mercado. Asegurar su futuro y el de las generaciones venideras.
Esa gente sí no es pendeja, ni va por ahí dejando nada al azar, o dando saltos al vacío. Viven pegados al análisis, y a la data, procurando así minimizar el riesgo y controlar la mayor cantidad de variables posible, antes de, siquiera, contemplar hacer una inversión. Nunca van a escuchar a un banquero, por ejemplo, decir: “he decidido salir de mi zona de confort y prestarle a clientes riesgosos, mala paga, y sin trabajo e ingresos fijos”.
Cruzan el río caudaloso por el puente construido con acero, hormigón y los más altos estándares de ingeniería, mientras nos conminan a hacerlo por el amarradijo de chamizos secos y cabuya vieja que se bambolea de lo lindo. Así nos mantienen endeudados, y trabajando para ellos.
Ejemplo claro, los altos directivos de los grandes canales de televisión. Mientras aplauden a sus obreros – actores – por renunciar a la poca seguridad que se puede alcanzar en un gremio tan inestable, ellos sí van a la fija con sus concursos de canto, sus realitis de convivencia y sus desafíos. Vean no más a Carolina Cruz, tanto que joroba con eso y ahí sigue cuidando la papita, echando raíces y buscando su jubilación en Caracol. ¿Y qué me dicen de Dago García con sus paseos y su chabacanería, o de los artistas que la «rompen y se “arriesgan” cantando un ritmo tan underground como el reguetón?
Firmar un contrato de medio pelo, estar pagando una cicla a crédito… hoy a todo le llaman zona de confort. Y cada vez es más común escuchar desde ingenieros, abogados, médicos – gente que uno se imaginaría seria e inteligente -, hasta otros que a duras penas se levantan lo de una noche en el paga diario, o incluso no tienen ni en donde caerse muertos, pronunciar y poner en práctica la consabida frasecita.
“He decidido reinventarme, salir de mi zona de confort, dejar tirada en mitad de la calle mi carreta de reciclaje, botar el plástico con el que me cubro en las noches, y empezar de ceros, a guerrearla”.