«Las mujeres no mienten». Si tan convencidos  están, ¿por qué las entidades privadas,  las entidades del gobierno, los grandes medios de comunicación, y todos los que tanto profesan y defienden esta premisa, no la aplican ni se rigen por ella?

“Las mujeres no mienten” no puede ser un principio bajo el cual solamente se nos juzgue y condene a nosotros los hombres. La ley debe ser igual para todos, y tanto el estado como la justicia deberían actuar en consecuencia. ¡Adelante! ¡Concédanle peso legal! ¡Decrétenlo principio jurídico! Y ¡elévenlo a ley de la república! Y que rija para todos. O todos en la cama, o todos en el suelo.

Empezando por las Notarías, no les tomen huella, ni firma, mucho menos les exijan documento de identidad, o las obliguen  a autenticar algún papel. Si una mujer dice ser fulana de tal es porque es fulana de tal, punto. Aplíquenlo incluso en los pleitos contra el estado. Si mañana se aparece otra alegando que X predio público es de ella, escritúrenselo. Es más, su sola palabra debería ser suficiente para acreditar su dominio sobre la propiedad.

Obrar bajo este principio permitiría descongestionar la rama judicial, ahorrar en nómina de funcionarios, fiscales, técnicos, peritos; evitaría el despilfarro de recursos públicos en procesos, juicios, recabando vídeos, material genético, pruebas técnicas…  Bastaría con tomar el testimonio de la primer mujer que declare haber sido testigo del hecho punible,  preguntarle quién fue el asesino, y listo. ¡Caso resuelto!

Señores de los bancos y del sector financiero, préstenles sin codeudor. Dejen atrás ese machismo de exigirles fiador, vida crediticia, extractos bancarios, o comprobantes de ingresos. Si una mujer les solicita  un préstamo, y sin importar el monto, simplemente pregúntenle si tiene con qué pagar y si no se les va a perder. Si ella responde sí a la primera y no a la segunda, suéltenle el billete. A medida que la  desconocida  se vaya retirando de la sucursal sin haberles firmado ni un  sólo título valor que soporte la deuda, pero, eso sí, jurando que va a devolverles  hasta el último centavo, que el gerente la despida con un afable y caluroso: “yo sí te creo, hermana”

Departamentos de recursos humanos, ¿qué es esa misoginia de exigirles certificados académicos o referencias laborales que acrediten su experiencia?, si ella dice que su título es tal, y que su experiencia es tal por cual, contrátenla a ojo cerrado. Basta de normalizar esa falta de confianza.

Entidades recaudadoras de impuestos, señores de la UGPP, si la sola palabra de una mujer tiene más peso que incluso una prueba de ADN, y basta y sobra para condenar a un hombre de por vida, aun en contra de las pruebas, ¿por qué al momento de declarar renta, de cobrarles impuestos, y de calcular sus aportes a salud y a pensión, no les creen, y parten, no del principio de presunción de inocencia, sino del de mala fe? A ver si le jalamos al respetico y dejamos de revictimizarlas fiscalmente, y de tratar a las contribuyentes, a las cotizantes,  y a las contadoras como delincuentes. Si una mujer declara que su ingreso anual fue de 20 millones y no de 50 millones, como “consta” en su base de datos, es su sistema el que miente. Simplemente pregúntenle cuánto gana, cuánto tiene en el banco, en el bolsillo, debajo del colchón, a cuánto ascienden sus deudas, sumen, resten, y listo, ahí tienen su patrimonio. Créanles. ¡Ni  Una contribuyente Más víctima de la DIAN.

Al momento de auditar la empresa de una emprendedora no le soliciten facturas electrónicas, estados financieros, soportes contables ni pierdan días enteros contrastando información, simplemente pregúntenle a la dueña si no está evadiendo impuestos, si el balance no está maquillado, y listo, levanten el acta, y terminen la diligencia. Procuren, eso sí, que toda empresa esté liderada por una mujer, y que sea una representante de ese género la que  ejerza como contadora y/o revisora fiscal.

Dios, esta vez cúrate en salud, y en vez de un salvador envía a una salvadora, en vez de tu hijo Cristo envía a tu hija Cristina, así, cuando ella se nos presente, los humanos tendremos la plena certeza de que estamos ante tu elegida, y por ende no la torturaremos ni la colgaremos de ningún lado.

Antes de terminar, un par de preguntas que bajo la lógica salomón – feminista de un pañuelo verde me encantaría que me respondieran: ¿Si dos mujeres ofrecen versiones opuestas de un mismo hecho delictivo y se acusan mutuamente, las condenamos o las absolvemos a ambas? ¿Un hombre que se auto percibe mujer deja de mentir? Si tan seguras están las mujeres de que ellas no mienten, ¿por qué Laura Sarabia no le creyó a la niñera y la sometió al polígrafo, por qué Vicky no le creyó a Laura, por qué las fans de Laura alegan que Vicky miente?

Increíble que sean las que más nos exigen y reclaman a los hombres que debemos creerles por el simple hecho de ser mujeres, las mismas que no se crean entre ellas. Llegó el momento de dar ejemplo, si una de ustedes encuentra a su novio o a su marido en la cama con otra no pierda tiempo preguntándole a él si la vieja es la moza. Igual, ¿para qué? si el muy miserable se lo va a negar. Váyasele directamente a ella – a la que no miente, a la que nació genética, biológica y anatómicamente impedida para faltar a la verdad, a la que sí tiene valores y principios- y, con tono pausado pero firme, y viéndola fijamente a los ojos, pregúntele qué estaban haciendo. Si ella le responde que no es lo que usted está pensando, por muy en bola, colorados y agitados que los haya sorprendido, no es lo que usted está pensando, así de sencillo. Recuerde, es mujer, y las mujeres no mienten, por lo que palabra de moza es sagrada.

 

Por último, un pequeño test de lógica y razonamiento con enfoque y perspectiva de género: la abuela pregunta a sus 5 nietos cuál se mecateó el biscocho que ella le preparó al abuelo, a lo que ellos responden: Pablito: Fue Susana; Miguel: Fue Pablito; Susana: Pablito miente; Luis: Yo no fui; Gabriel: Yo fui. Si todos, menos uno de ellos miente, ¿quién dice la verdad y quién se comió el bizcocho de la abuela?

 

 

Solución: la verdad la dice Susana – recuerde, las mujeres no mienten – y por consiguiente el bizcocho se lo comió Luis.