Lectores Impresentables, en esta ocasión publico un texto (ahora son dos: la carta y la respuesta a la carta) que no es de mi autoría sino que llegó al correo de Los Impresentables. El texto está firmado por el Colectivo Cultural Jorge García Usta, colectivo del que hasta éste correo suyo me entero de su existencia. No sé entonces quiénes hacen parte de él ni de dónde son. Si alguien sabe algo al respecto les agradeceré que me pasen información.
¿Por qué publico el texto entonces sin tener muy claro el autor? Por dos razones: en primer lugar no se basa en especulaciones, da prueba de lo que afirma y nos remite a las fuentes originales para que nosotros, como lectores, tengamos la posibilidad de contrastar lo que ellos aquí están diciendo, por otro lado finaliza invitando al diálogo, no pontifica ni pretende ser la última palabra. Ese juicio y esa actitud en el texto me gustó, me dio confianza. No es un texto que busque el escándalo y la confrontación boba.
En segundo lugar lo publico porque este texto resulta coincidir con una reflexión que adelantamos en el taller desde el año pasado y que ya es hora de que tengamos de manera pública: la reescritura. ¿Hasta qué punto un autor hoy en día puede tomar una obra de otro y trabajarla nuevamente? ¿Dónde se borra la línea entre intertextualidad y se pasa a la burda copia? ¿Es saludable para una literatura como la nuestra trabajar incansablemente historias de otros y no proponer las nuestras?
A nosotros como ejercicio de taller nos parece pertinente, tomamos un texto, lo analizamos, le encontramos su estructura y luego jugamos a copiarlo, eso nos permite desvelar el tejido del texto y los trucos de determinado autor, pero ¿vale pasar del ejercicio y presentarlo como un texto propio del cual busco salir favorecido al presentarme con él a un concurso? En el taller no tenemos las respuestas, pero trabajamos en ello.
¿Por qué lo enviaron a Los Impresentables? Esa respuesta solo la tiene el Colectivo Cultural Jorge García Usta. Quizá creyeron, equivocadamente, en tanto que David Betancourt es amigo de Los Impresentables en facebook y tenemos además algunos amigos en común, que conozco personalmente al autor y trataría de salir en su defensa. ¿Quién sabe? Lo cierto sí es que aprovecho la oportunidad para convocar a David y pedirle que dé respuesta a lo que este colectivo aquí plantea.
No siendo más procedo a transcribir el texto tal cual como llegó al correo y quedo atento a sus comentarios:
(Más o menos transcurrido medio día de publicada esta entrada David se acogió a la oportunidad brindada unas líneas atrás y me envió su respuesta pues estaba, según entendí de lo que me escribió, a la espera de este tipo de cartas. Luego entonces del texto de la carta del Colectivo Cultural Jorge García Usta va la divertida respuesta que me hizo llegar David Betancourt y que por supuesto también comparto con ustedes y con el Colectivo remitente de la misiva, del cual parece que David tiene mucha más idea de quienes pueden ser, que yo)
***
David Betancourt o el arte de copiar
Acaba de ganar el V Premio Nacional de Cuento La Cueva y, como era de esperarse, ha sido presentado bajo los rótulos de siempre: “Una promesa”, “El mejor cuentista de Colombia”, “El futuro de las letras de nuestro país”.
Faltó el peor de todos, el más ridículo, el más chambón: “El secreto mejor guardado de la literatura colombiana”. Pero tal vez este mote no le fue puesto porque David Betancourt sí que tiene un secreto muy bien guardado: sus cuentos son reales e incuestionables copias de otros más o menos conocidos. Aquí hablaremos de cuatro, pero sospechamos que la lista puede ser mayor.
Comenzaremos por Nocaut, el relato con el que inicia su libro Ataques de Risa. En el blog El rinoceronte ilustrado lo presentan como una “reelaboración” de Besacalles, el famoso cuento de Andrés Caicedo. Y aquí iniciamos la discusión. ¿Una reelaboración? Para nosotros, este concepto hace referencia a un trabajo poético en el que se amplía el abanico de lecturas posibles sobre un mito. Por ejemplo, el que hizo Antonio Tabucchi en Sostiene Pereira, una novela que trae a nuestros días, actualizada y original, la historia de Antígona. Pereira, el personaje central, realiza un acto humanitario con Monteiro Rossi, aun cuando para la justicia este no es más que un revolucionario. Lo mismo hizo en su momento Antígona al concederle los honores fúnebres a Polinices, su hermano. Pereira se rebela contra la dictadura de Portugal; Antígona, contra el gobierno de Creonte.
Lo mismo sucede cuando hablamos de Cien años de soledad y la influencia de Sófocles. García Márquez recrea, ahora en el Caribe, la tragedia de Edipo, el incesto y la posterior maldición sobre la familia. Los Labdácidas son, en la obra del Nobel colombiano, los Buendía, y la maldición en ambos casos es cíclica. Los dos autores nos cuentan el inicio y el fin de una casta, sin que ninguno de sus miembros pueda evitar dicha fatalidad.
La diferencia es que Betancourt cree que hace lo mismo, sin darse cuenta de que simplemente copia. Su cuento Una codorniz para la quinceañera relata la historia de un joven enamorado de una chica que anda de novia de un truhán. Lo cierto es que ya en Venezuela se había publicado un cuento similar, titulado Un regalo para Julia. Francisco Massiani, su autor, cuenta la misma historia de Betancourt, con la diferencia de que la suya es anterior por muchos años. Y es acá donde más cuestionamos la palabra “reelaboración”. En el cuento de Massiani, el joven enamorado regala un pollito a la chica que le gusta. Nuestro vate antioqueño, en un destello de genialidad, cambia el regalo por una codorniz.
Esta no es la única coincidencia. Copiamos a continuación dos fragmentos, uno de cada relato, y dejaremos que el lector saque sus propias conclusiones:
Se me olvidó decir que justo en el momento en que la vi salir de su maldito Buick, justo en ese momento, me dio una vaina y en un segundo abrí la caja, agarré al pobre pollo, y lo escondí en el bolsillo de la chaqueta (Un regalo para Julia. Las negrillas son nuestras).
Se me desdibuja la sonrisa, intento frenar, dar la vuelta, disminuir la velocidad por lo menos, pero ya es demasiado tarde. Oigo pedazos de conversación que me deshacen. Antes de enfrentarla, alcanzo a meter la codorniz en el bolsillo de la bermuda (Una codorniz para la quinceañera. Las negrillas son nuestras).
Suponemos que a David también se le desdibujó la sonrisa cuando leyó este fragmento. El parecido es innegable, como también, la situación que recrean ambas historias. Y es aquí donde volvemos al punto central de nuestra disertación: la “reelaboración”. Este cuento es una copia, y punto. Es decir, el calco de un argumento y una secuencia narrativas, ubicados en otro contexto, y ya.
¿El calco de una secuencia narrativa? Sí. En el texto de Massiani, el personaje que decide sorprender a Julia con un pollito está en una disputa imaginaria con Carlos, un chico que quiere hacerle una “cochinada” a la joven (1). Ella está de cumpleaños (2); y Juan, creyendo que el pollito es el mejor regalo (3), la invita a una fuente de soda para entregárselo. Pero a última hora se arrepiente y se queda a solas con el animal. Los empleados del lugar se ríen de él, y él llora (4). Así, en ese orden.
¿Y qué sucede en Una codorniz para la quinceañera? Lo mismo, exactamente lo mismo: el personaje central está enamorado de Martina y tiene una disputa imaginaria con el Pitufo (1). Como Martina está por cumplir quince años (2), nuestro personaje decide regalarle una codorniz (3); pero cuando ella ve con asco el regalo, este se arrepiente y se va de la fiesta, en medio de las risas de los asistentes (4). Así de original es David Betancourt. Tan original como lo podemos ver en los siguientes fragmentos:
Y a todas estas al maldito pollo como que le dio taquicardia porque comenzó a temblar y patalear y no sé qué diablos tenía. De golpe le abrí la jeta y el desgraciado chilló (Un regalo para Julia).
Sigue hablando mientras le doy con disimulo palmaditas al bolsillo para que no se mueva tanto, no piense en asomarse, salirse, chillar y me haga quedar mal, me delate. La codorniz se queja a bajo volumen, como diciéndome que está de mi lado, pero, asimismo, advirtiéndome que si no la saco pronto, si no me voy, hace un escándalo (Una codorniz para la quinceañera).
Pero aquí no para la cosa. Si Nocaut cuenta, grosso modo, la misma historia de Besacalles de Andrés Caicedo (es decir, la historia de un travesti que solo se revela como tal al final del relato), y Una codorniz para la quinceañera es una fusilada atroz de Un regalo para Julia, no deja de sorprender que El viejito del bastón, otro de los cuentos de Ataques de Risa, copia de principio a fin el argumento de Un hombre y un perro, de Luis Fayad. En este último se narra la aventura de un hombre perseguido por un perro sarnoso. Y en El viejito del bastón Risa, el personaje de Betancourt, es perseguida por un viejito en un bus. Los dos, Risa y Leoncio, el personaje de Fayad, se aburren del viejito y del perro. Los dos quieren deshacerse de ellos. Y lo logran. ¿Pero saben ustedes qué pasa al final de cada cuento? Que lo que en un principio fue rutina, desespero, se convierte en una venganza aplazada. Leoncio quiere acabar con el perro, pero este huye. Ha preparado un pedazo de carne con veneno para ratas, pero el perro ya no está a su lado. Y Leoncio, que no lo quería cerca, sale a buscarlo. ¿Y qué hace Risa? Le prepara al anciano unas tostadas con mantequilla, a las que rosea con pastillas para el insomnio. ¿Y el viejo? Ha huido. Y ella sale a buscarlo, con las tajadas en la mano. ¿Coincidencia? Copiamos los finales para que ustedes mismos corroboren lo que decimos:
No ve al perro. Busca debajo de las sillas, hasta levantándolas varias veces, pero no está. Debajo de la mesa del comedor, inútil. Entre la cómoda, vacía. En el baño, desierto. En el cuarto, debajo de la cama y el escritorio, en vano. En la cocina, ni señas. Llega, en su afán, a inspeccionar la gaveta de los cubiertos. No deja sin recorrer y examinar minucioso hasta el último rincón gritando no huyas, no huyas. Decepcionado de sí mismo, ahora sí sollozando un poco, vuelve a arrojarse sobre el sillón, y va a meter la cara entre las manos, avergonzado por su fracaso, cuando ve que ha dejado la puerta abierta. Se recrimina, se ofende varias veces, y toma nuevamente la carne. Entonces, con el pedazo de carne en la mano, sale a la calle a buscar al perro por todas partes (Un viejo y un perro. Tomado del libro Un espejo después, 1995. Las negrillas son nuestras).
Con la escoba no, pienso, puede ser muy peligroso. Dejo la escoba donde estaba. Se me ocurre una idea: saco dos tajadas de pan, les unto mantequilla de maní y encima desmenuzo una de mis pastillitas para el insomnio. Lo obligaré a comer y luego lo sacaré dormido, cargado como un muerto a la calle. Entro en el cuarto. No está. Lo busco dentro del clóset, debajo del colchón, detrás de la mesa. Lo busco en el patio, en la sala, en la cocina, en todas partes… en vano.
Desesperada, regreso a la pieza, me pongo el bluyín, los zapatos y salgo a la calle. Doy vueltas a la manzana, miro debajo de los carros estacionados, detrás de los árboles y postes, entre los jardines y matorrales… No te escondás, no te escondás, cobarde, canallita, grito, y lo sigo buscando y buscando como loca por todo el barrio, por todas partes, horas y horas y horas, con las tajadas de pan en la mano para dormirlo (El viejito del bastón. Tomado del libro Ataques de Risa, 2015. Las negrillas son nuestras).
Juzguen ustedes, amigos lectores. Los enlaces adjuntos los llevarán a los textos originales, en el caso de que ustedes quieran comprobar lo que decimos y puedan, si así quieren, refutar nuestra posición.
Falta, no obstante, un cuento más. El último por mencionar es De reojo. La historia, palabras más palabras menos, es la siguiente: un joven va en un bus por Medellín y anhela ver el título del libro que ojea un gordo. Es su obsesión. Quiere saber qué está leyendo la gente, y si, por casualidad, ese libro es el que él ha escrito. Cuando llegamos a este punto recordamos un relato leído en el Seminario de Literatura española contemporánea. Hablamos de Una bella desconocida, escrito por Javier Cercas e incluido en su libro Relatos reales. Grosso modo, el argumento es el mismo. El narrador ve una película en la que una mujer lee un libro, se encuentra con el autor y le confiesa, hermosa, que su obra le ha gustado mucho. Movido por esta historia, el personaje de Javier Cercas va por el metro de Barcelona en busca de alguien que esté leyendo alguno de sus libros. ¿Coincidencia? A estas alturas del partido, ya no. David Betancourt es un experto en el arte de copiar. Su técnica consiste, repetimos, en contar la misma historia, ambientarla en Medellín, cambiar el nombre de los personajes, incluir algún chiste ramplón, modificar un poco el final y listo. Libros por montones. Cinco para alguien que solo tiene treinta y cuatro años. Pero con ese método, quién no.
Nos preguntamos: ¿en esto consiste el verdadero arte de la escritura? Suponemos que traerán ustedes a colación los paralelismos entre las obras de García Márquez y William Faulkner, y entre las de este y James Joyce. Mencionarán, también, los casos de El curioso impertinente de Cervantes con los cuentos de Boccaccio. Pero, ¿hubo en los autores arriba citados un ejercicio de re-creación, o una simple copia? Los escuchamos a ustedes.
Colectivo Cultural Jorge García Usta
colectivoculturaljorgegarciausta@gmail.com
***
Respuesta de David Betancourt
Medellín, 11 de julio de 2016
Respuesta pública a mis nuevos fieles lectores:
Antes que nada, muchachos, les cuento que su mensaje me llegó en el momento en que estaba terminando la escritura de un cuento de mi sexto libro, basado, curiosamente, en un relato de Felisberto Hernández, que les haré llegar en su momento para que ustedes, fieles lectores de mis libros, le hagan su respectivo análisis. Les adelanto, y les ahorro trabajo futuro por ahí derecho, que ese cuento es otro homenaje u otra versión u otra parodia u otra reescritura (jamás un plagio). Ya saben pues, mis nuevos fieles lectores.
Les confieso que suelo enojarme cuando tengo, como en este caso, que suspender la escritura de un cuento que me tiene muy encarretado. Sin embargo, esta vez no me pasó eso. Por el contrario. Cómo molestarme con ustedes, muchachos, que me leen con tanto juicio, que se reúnen para analizar mi obra, que se llaman y se escriben para hablar de mí, que trasnochan, tachan, subrayan, comparan mis cuentos, buscan, esculcan, redactan textos. Quién podría molestarse con personas que le han dedicado tanto tiempo a lo que escribo y a mí, un escritor que apenas da sus primeros pasos, aún gateando, que han sacrificado o aplazado lecturas en realidad importantes de los grandes escritores por darme una importancia que, sinceramente, no me merezco. Lo reconozco. Me alegra saber que hay gente que ha leído mis cuentos más que yo, que estudia mi obra sin ninguna motivación, por lo menos económica.
Les cuento que cuando iba como en la quinta lectura de su mensaje, que en algún momento me sacó sonrisas y uno que otro sentimiento de vanidad al leer tanto mi nombre, recibí un correo de un escritor que apenas conozco que también lo había leído y se animó a escribirme. El mensaje dice así: “Decía Martín Emilio “Cochise” Rodríguez que en Colombia la gente no muere de cáncer sino de envidia. David, al entrar a las grandes ligas de la literatura, y por la puerta grande, quedás bajo el foco. Si en La Cueva hubo un ganador, quedaron otros mil ciento y pico ardidos. De aquí en adelante verás, estás viendo, la otra cara de nuestra parroquia literaria, a la caza como alacranes de ver cómo bajan al que sube. La culpa es tuya, por escribir bien, por ser un escritor honesto, por trabajar con esmero tu oficio. Van a jugar a ser francotiradores… Ese es el precio del éxito. No te desgastés cazando brujas. Concéntrate en tu obra. Considerá este mensaje como personal y privado, por favor”.
Muchachos, mis nuevos fieles lectores (prefiero, ya que nos conocemos tan bien y nos tenemos confianza, llamarlos muchachos en vez de colectivo), después de este mensaje no pude evitar atar cabos. Resulta, por si no sabían, que el 26 de mayo me gané el premio más importante del país para un solo cuento, el que organiza la Fundación La Cueva. No pasaron treinta minutos desde eso y ya estaba coleccionando insultos y críticas en mis correos y redes sociales, algunos con un tono similar (no el mismo, como si tuviera su esencia pero también la de otros: igual que una versión o un homenaje en la literatura) al que ustedes utilizan en su mensaje, con ese odio que se siente por encimita, como si fuera aire o un fantasma al lado de uno. No les paré bolas, así insultaran algo que no se puede defender por sí solo y que me ha acompañado la mitad de mi vida: mi gorra. Además de criticar el cuento ganador así aún no lo hubieran leído, porque no ha sido publicado.
Además, por arte de magia un cuento mío (“El viejito del bastón”) que ustedes mencionan en su mensaje, publicado hace un año en un portal venezolano (Letralia), a pesar de que nadie lo comentaba ni volteaba a mirar desde su publicación, fue llenándose de comentarios bastante ingenuos, algunos malintencionados, atacándome, denunciando un plagio que no hay por ningún lado. Algunos de esos comentarios estaban escritos en argentino, para despistar al enemigo, con “che” y “atorrante” y todo, desde un computador colombiano que podría estar en Bucaramanga o en Huila, no sé. En un instante pensé que todos habían sido escritos por una misma persona, una sola, que necesitaba desahogarse o le faltaba un abrazo, y no que eran el pensamiento de distintas personas, como, por ejemplo, un grupo de analistas literarios como ustedes.
Por eso ignoré los ataques y nunca respondí. En cambio con ustedes, muchachos, tengo la obligación moral de responderles para compensarles la mucha importancia que me están dando, que, seguro, y se los agradezco mucho y de todo corazón, funcionará como una especie de publicidad no pagada que hará que aumenten mis lectores.
No importa que haya tenido que suspender la escritura de otro homenaje. Homenaje, no plagio. Enseguida les explico por qué y además aprovecho para darles algunos ejemplos y hablarles un poquito de la intertextualidad. Apunten lo primero, para que no lo olviden: la originalidad es un imposible.
Además de lo que les conté arriba, a los pocos días me enteré de que una persona anónima estaba buscando empecinada, desesperadita, a escritores a los que les pedía manifestarse en contra del supuesto plagio de mi cuento “El viejito del bastón” (que hace parte de mi libro Ataques de Risa, ganador de dos premios nacionales el año pasado) al cuento de Fernando Sorrentino “Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza”. Cosa que es mentira, y ustedes, en el fondo, eso lo saben muy bien. También saben que los cuatro cuentos que mencionan, en el fondo son otra cosa, muy distinta a los textos de otros que afirman ser iguales.
Luego, a veces sospecho que es la misma persona, no sé qué piensan ustedes, mis nuevos fieles lectores, un anónimo escribió a los organizadores de los premios que he ganado pidiendo, por favor, que me los quitaran. Los organizadores consultaron con expertos, con críticos y analistas como ustedes (ellos sí imparciales), también con los jurados y, por unanimidad, igualito a como he ganado todos los concursos, por unanimidad, concluyeron que mi viejito no era, por ningún motivo, un plagio del señor del paraguas, que ningún cuento de ese libro (de ninguno mío) era una copia (de todas maneras les agradezco, muchachos, eso en el título que dice “el arte de copiar”, suena bonito) que no era más que otra versión, un homenaje, como yo lo he dicho siempre, pues no suelo desconocer mis influencias.
Uno de los jurados dijo lo siguiente sobre el tema: “Es evidente que David Betancourt leyó el cuento de Sorrentino antes de escribir su cuento, pues hay elementos similares, sin embargo eso no constituye ningún plagio, porque las ideas no se protegen en la literatura. Si las ideas se protegieran en la literatura estaríamos llenos de demandas de plagio, porque muchos escritores han escrito sobre el mismo tema, sobre una misma idea, con aproximaciones diferentes. Lo que constituye el plagio es el texto mismo. En el cuento de Betancourt no hay una sola oración completa que fuera una réplica del cuento de Sorrentino. La redacción de Betancourt es completamente aparte, la idea la desarrolla mucho más, en Sorrentino es un esbozo simplemente, el cuento de Betancourt va más allá, es mucho más redondo, más contundente… Pero la razón principal por la que no se puede considerar plagio es que no hay una sola frase que sea igual entre los dos cuentos. Ni una sola frase. Lo máximo que se puede decir es que el cuento de Betancourt es un homenaje al cuento de Sorrentino o que el cuento está basado en el otro cuento”.
De lo anterior resalto esto, que considero deben conocer a fondo los que cazan brujas para no quedar como radicales o ingenuos o conservadores: “Las ideas no se protegen en la literatura. Si las ideas se protegieran en la literatura estaríamos llenos de demandas de plagio, porque muchos escritores han escrito sobre el mismo tema, sobre una misma idea, con aproximaciones diferentes”. En este sentido, ninguno de los cuatro cuentos que ustedes mencionan, mis nuevos fieles lectores (repito: no quiero decirles “colectivo”, me suena a bus), constituyen plagio, pues no hay nada literal, simplemente parten de una idea de otro con la intención de profundizarla, o mejorar, con mis limitaciones, lo que en otro me pareció una falencia, o acomodar una historia a mis palabras, a mi lenguaje, a mi estilo, a mi manera de ver el mundo, entre muchas otras cosas. Por favor, déjenme jugar.
En El grado cero de la escritura, dice Marianne Ponsford, “Roland Barthes imaginaba un libro hecho solo de citas de otros autores. El escritor norteamericano Jonathan Lethem ya lo hizo, un brillante ensayo de sesenta páginas llamado Contra la originalidad, en el cual se le confiesa al estupefacto lector al final que todo el libro está hecho de citas de otros autores. Y sin embargo el libro se convierte para el lector en algo completamente nuevo”. Y agrega: “Al respecto, nadie ha sido más irónico que Borges. En Borges y yo, uno de los dos dice al otro: “Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje y la tradición”.
A propósito, y otra vez quiero evitarles trabajo, reuniones, llamadas, trasnochos, viajes en colectivo, comprar mis libros, lecturas tediosas, les informo que mis versiones de otros cuentos no son solo esas cuatro que ustedes mencionan, no, no, no, muchachos, mis textos inspirados en los de otros escritores son casi todos los que he escrito (aproximadamente setenta cuentos) y que ustedes no pudieron detectar, quizá, por falta de lecturas, por, y se los vuelvo a agradecer, solo leerme a mí. Búsquenme, muchachos, búsquenme y les hablo de mis influencias, nunca evadidas. Versiones es lo que he hecho, y espero que sepan disculparme mi falta de imaginación pero lo que pasa es que vivo en las nubes, de Juan Carlos Orrego, Luis Miguel Rivas, Andrés Burgos, Ricardo Silva, Julio Cortázar, Fernando Sorrentino, Juan Rulfo, Cepeda Samudio, Fontanarrosa y muchos más escritores a quienes les debo mucho. También de canciones, películas, de anécdotas escuchadas en el barrio, etc.
Sobre este tema, polémico para ustedes, mis nuevos fieles lectores radicales y conservadores, Felipe García Quintero les quiere hablar, no para que cambien de opinión, ni más faltaba, todos tenemos derecho a pensar como si viviéramos en el siglo XV, sino para explicarles otras cosas que, creo yo, no conocen y que les pueden servir para analizarme más adelante, si quieren, pues, o para que analicen al próximo ganador del premio de La Cueva, o del Jorge Gaitán, o del de la Universidad Industrial de Santander, o uno internacional, esos o cualquiera de los que he ganado en los últimos tres años. “Cuando una obra literaria es leída y comparada con otras para determinar los vínculos posibles entre sí, y además establecer en diálogo teleológico los contactos con la tradición de las lenguas, a modo de universos convergentes en los influjos de estilo o tema, surgen diferencias, semejanzas, oposiciones complementarias, bien como continuidades o rupturas temáticas o formales, dado que se han modificado escenarios, personajes, circunstancias, al tiempo de haberse mantenido algunas constantes universales, cuyo resultado final son nuevos libros sobre viejos temas. Por ello, la condición original de la literatura reposa en su pasado”.
Repito: “cuyo resultado final son nuevos libros sobre viejos temas”. Es decir, gracias a las versiones, a los homenajes, a las imitaciones, a las reescrituras, en general a la intertextualidad (jamás el plagio) es que la literatura se ha nutrido y no estancado. Estas formas de escritura alimentan la literatura, la transforman. Por eso les aconsejo, mis nuevos fieles lectores, que critiquen la obra, mis cuentos, por ejemplo, pero no se distraigan, no se desvíen en temas ajenos a la obra misma, no se vayan por las ramas como la novela, ni ataquen al autor (háganle caso a “Cochise”), porque nada aporta eso a la literatura.
Felipe García Quintero dice más, para que lo tengan en cuenta en futuros análisis, muchachos: “Si las diferencias son el resultado de hallar lo semejante, la comparación textual se asume también como un ejercicio de alteridad, donde lo diverso colinda, inevitablemente, con el mundo de la semejanza, porque sus partes divididas se corresponden, y en el recíproco repeler de los polos la unidad está completa. Del encuentro de los libros surge, entonces, [léase del encuentro de, por ejemplo, “El viejito del bastón” y “Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza” o el pollo y la codorniz] una noción de identidad literaria”.
En este sentido, no sé si quieran entender (estoy convencido de que su mensaje nada tiene que ver con envidias, rabias, odios y esas cosas muy colombianas que sienten muchas personas, incluidos, sin incluirlos a ustedes, ni más faltaba, qué falta de respeto, talleristas de RCN, analistas, críticos), mis cuentos no son plagios, porque, entre las razones que les he dado, muchachos, dice Marianne Ponsford refiriéndose a un tema similar ocurrido en 2007 y publicado en la revista Arcadia, “si este fuera un burdo caso de plagio, aquí no cabría el debate. Lo que hace de este un caso interesante es que no hay, en ninguna de las partes, mala fe… Las nuevas tecnologías abren la posibilidad de la vuelta al palimpsesto, como la trova que resulta del nomadismo del trovador, modificada de un pueblo al otro. A nadie le importaba de quién eran los versos sino lo que decían”.
No son un plagio, entonces, la cantidad de novelas que se escribieron en Francia e Inglaterra sobre el Quijote, no continuándolo, sí reescribiéndolo, homenajeándolo… Versiones todas no para descalificar sino para leer con juicio, como ustedes me han demostrado que me leen a mí. Gracias de nuevo.
Esto me da pie para darles algunos ejemplos de lo que hablo con la intención de que, mis nuevos fieles lectores, medio de ustedes, un pedacito de ustedes, o uno entero de ustedes, así no lo reconozca en público, eso no importa, lo que importa es lo de adentro, deje esa forma radical y conservadora de pensar y abra la mente a nuevas (ya viejas) formas de hacer literatura. Antes, les recomiendo leer “el librito amarillo” que cada año publica la Fiesta del Libro de Medellín, donde se le rinde homenaje a un autor de la literatura universal. Son versiones, como la de Hansel y Gretel de los Hermanos Grimm, escritas en un contexto paisa. O, ya que les gusta tanto, no sé si a ellos los quieran denunciar, busquen las versiones de otros textos que hicieron, y les hicieron, Julio Cortázar, Felisberto Hernández, Li Po, entre muchísimos otros, porque yo les voy a dar, para terminar, algunos ejemplos de intertextualidad (es decir, lo que ustedes llaman plagio y los indigna) en la obra de Gabriel García Márquez, que no son pocos, incluso algunos son literales, otros temáticos, estilísticos, de todo tipo.
Lo que ustedes ven mal en mí, García Márquez lo hizo por montones. Y, como a mí, otros nuevos fieles lectores (no sé si colectivos o gente de carne y hueso), lo analizaron y lo atacaron, mientras lo envidiaban en secreto y le aprendían, incluso imitaban lo que él imitaba. Él, como yo, tampoco nunca negó sus influencias y les agradeció, yo ya lo he hecho varias veces en este texto, a sus nuevos fieles lectores conservadores, radicales y publicistas espontáneos que lo hicieron visible.
No suelo dar clases. No soy tallerista. Soy escritor. Sin embargo con ustedes, mis nuevos fieles lectores, haré una excepción. Les daré, con la ayuda de Marta Rivera de la Cruz, de la Universidad Complutense de Madrid, unos ejemplos de intertextualidad en la obra de Gabriel García Márquez, con el fin de que hagan un acto de contrición.
La hojarasca la escribió GGM basado en Antígona. El argumento o idea central es el mismo en ambos textos. Un hombre es condenado a no ser enterrado por haber traicionado a su pueblo. En La hojarasca y Antígona un personaje (la madre) decide enterrar al hijo, a pesar de la voluntad popular de castigar a este hombre después de muerto. Este no es un ejemplo de plagio así el argumento sea el mismo, es una manera de intertextualidad. También en el cuento de GGM “La siesta del martes” se repite el argumento de Antígona. En este caso se repite al pie el mismo argumento, literal, cosa que en ninguno de mis cuentos, hasta ahora, ha pasado. Sin embargo tampoco es plagio.
Asimismo, en Crónica de una muerte anunciada hay influencias de otros textos. De la Metamorfosis, por ejemplo, en la similitud de algunas frases, en el tono y en el inicio. De igual manera, así como yo recurro en mi cuento “El viejito del bastón” a dos autores (Sorrentino y Fayad juntándolos en una misma historia) GGM recurre, además de Kafka a Julio César. Escribe Suetonio, escena patente a la de GGM: “El médico dijo que de todas aquellas heridas solo la segunda en el pecho debió haber sido mortal”. Frase casi literal. Al respecto GGM dijo: “Cualquier parecido con cualquier otra historia, viva o muerta, será pura coincidencia” (El Espectador, 30 de septiembre de 1981). Sabía reírle a la crítica. Qué no sabía.
Muchachos, mis nuevos fieles lectores, lo que los indigna de mí y mencionan en su texto, ya lo había hecho mucho García Márquez, por solo hablar de él. No fui yo el que empezó, lo reconozco, ni para eso soy original. Él se me adelantó y, como yo, afirmó varias veces que no plagiaba, que jugaba, que se divertía, y reconocía sus influencias. Contaba que había extraído muchas ideas que terminaron siendo cuentos y extractos de novelas de Henry James. Dijo una vez que Remedios la Bella estaba basada en el personaje faulkneriano de Eula Snopes, como yo cuando describí mi codorniz, basada en el pollo de otro cuento pero un poquito más tirando a tórtola que a pollo.
Los críticos y, claro, también los envidiosos (el mundo está lleno de eso), acusaban a García Márquez de plagiar a Faulkner. Sobre esto Gabo decía, con ironía: “Yo empecé a leer a Faulkner por pura curiosidad, tratando de descubrir en qué consistían las influencias que me atribuían los críticos” (Revista Ínsula, Madrid, junio de 1968).
Un día de estos paren el colectivo, descansen de mí un ratico, muchachos, y lean, por favor, “Amargura para tres sonámbulos” de GGM y “Una rosa para Emily” de Faulkner a ver si no encuentran más similitudes entre esos dos cuentos que las que forzaron en los míos. Pero lean y no vean tanta televisión.
Ahora, muchachos, voy al punto de las frases similares que ustedes mencionan de mis cuentos en relación con otros. Eso no es pecado. Nuestro Nobel transformó frases (mejor, parafraseó, y eso tampoco está mal) que en el fondo eran la misma idea. Uno ejemplo de muchos, es este: “Julio Cortázar dice en uno de sus libros que después de conocer Viena no seguía recordándola como la había visto en realidad, sino como la imaginaba antes de conocerla. En El amor en los tiempos del cólera Gabo recupera la idea y la frase: “Nadie fue distinto de cómo ella quiso que fuera, tal como le ocurría con las ciudades, que no le parecían ni mejores ni peores, sino como ella los hizo en su corazón y su desgracia, o la del pueblo, fue que después no logró recordarlo como era en realidad, sino como se lo imaginaba antes de conocerlo” (Marta Rivera de la Cruz).
Sobre los textos de GGM, algunos con frases literales de otros textos, con ideas de otros transformadas, a manera de homenaje o de una versión distinta a la original, quizá con la intención de profundizar más en una historia o mejorarla, Mario Vargas Llosa escribió al respecto en Historia de un deicidio: “Cada ficción de GGM se compone de fragmentos que, al desarrollarse, generan las ficciones siguientes, las que, a su vez, modifican las ficciones anteriores y sientan las bases de las ficciones futuras que las modificarán: esta dialéctica de fragmentación y proliferación estará en la esencia misma del arte narrativo de GGM”.
También vale la pena mencionar que Historia de mis putas tristes está basada, pero en ningún momento es copia así tenga pasajes idénticos, algunas frases casi al pie de la letra y el mismo tema (muy único, que pertenece sí o sí a la respiración del creador japonés) en la novela La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata. De igual manera, el cuento “La mujer más bella del mundo” es otro ejemplo claro de relación intertextual entre la obra de Gabo y la novela de Kawabata.
En fin, muchachos, ejemplos hay muchos. Gracias por quererme tanto, por leerme con juicio, por analizarme, por conseguirme lectores. No merezco tanto. Yo sé que ustedes me leían de antes, no como ahora, y me felicitaban, y me halagaban los cuentos que mencionan en su mensaje. Por eso, por seguirme siempre, les quiero dar un consejo. Luego de leer su frase hablando de mis libros y mi edad, muchachos, que dice que yo publico “libros por montones. Cinco para alguien que solo tiene treinta y cuatro años [yo estaba convencido de que yo tenía treinta y tres y cuatro libros publicados]. Pero con ese método, quién no”, les digo que si quieren escribir “libros por montones” deben dedicarse a escribir y a leer y no a mirar de reojo a los otros para ver qué han ganado, buscando qué criticar.
Si quieren, para que no me cojan rabia, muchachos, les propongo algo: devuelvo los premios, dejo de escribir un tiempo y los espero, me dejo alcanzar. Los espero veinte años si quieren. Mientras tanto leo libros y preparo más y más versiones. Eso sí, no me pidan que siga su juego, ni que me ensañe con alguien que empieza a subir, no me pidan que pierda mi tiempo buscando plagios y caídas donde no las hay. No me pidan dictar talleres de escritura para aprovecharlos para hablar mal de alguien que les sacó ventaja. Eso si no, muchachos.
Últimas tres cosas que digo antes de encerrarme en La Cueva:
- “En 2011, John Scalzi reescribió la historia y los sucesos narrados en Encuentro en Zarathustra en su novela El visitante inesperado. Scalzi utiliza el arco argumental de Encuentro en Zarathustra, así como los nombres de los personajes y elementos argumentales, para volver a tramarlos introduciendo nuevos elementos, personajes y sucesos. Cabe recalcar que la novela de Scalzi no es una secuela, sino una reescritura de la obra de Piper”.
Posterior a esta cita, en los comentarios sobre los libros (que pueden ver en Internet), aparecen los siguientes mensajes, de lectores de ambos textos que bien saben qué es la intertextualidad y que disfrutaron cada uno de estos libros a su manera:
Epicureo el 18-04-2016 a las 08:38:35
Aunque la de Scalzi está muy bien, recomiendo empezar a leer la versión de Piper, porque es la original y es más breve. Yo la leí de pequeño, y me parece muy adecuada para lectores jóvenes (12 años). Tiene un bonito mensaje ecologista y antiracista. De esta novela han plagiado George Lucas (los ewoks) y James Cameron (todo el argumento de Avatar).
JaviMera el 17-04-2016 a las 13:49:46
Gracias a ambos.
Aunque son opiniones opuestas, por como las habéis argumentado, me han ayudado a decidirme.
Un saludo.
Las palabras son como las drogas, van directamente al cerebro y te cambian la manera de ver las cosas!
azifarel el 17-04-2016 a las 09:32:58
Será por nostalgia ya que leí Encuentro en Zarathustra hace muchos años pero la disfruté más que la reescritura de Scalzi (que me encanta)
viejo_oso el 17-04-2016 a las 07:59:11
Yo leí «Encuentro en Zarathustra» y me gustó, es una novela corta y entretenida (quizás algo ingenua), pero si quieres una versión de esta novela más larga, con más personajes y sucesos, la reescritura realizada por Scalzi puede que sea mejor opción.
«La edad madura es aquella en la que todavía se es joven, pero con mucho más esfuerzo.»
Jean-Louis Barrault.
JaviMera el 16-04-2016 a las 21:03:45
Fenomenal aporte. Muchas gracias.
De John Scalzi leí la saga «Fuerzas de defensa coloniales» y me gustó mucho.
Por todo ello me entra ahora la duda si leer primero la novela de H. Beam o pasar directamente a la de Scalzi.
Acepto sugerencias. Gracias
- Después de los señalamientos hechos en el texto “David Betancourt o el arte de plagiar”, firmado por el Colectivo Cultural Jorge García Usta, me gustaría saber quién redactó el texto, no para hacerle sugerencias de estilo, la escritura es un proceso, y además quiénes están detrás de este mensaje. Me muero de las ganas de saber quiénes han sido los únicos que se han tomado la molestia de estudiar mis libros. Porque la firma de un colectivo, para mí, sigue siendo un anónimo. Además para agradecerles por recomendarme a dos escritores que ustedes dicen que yo copié pero que yo aún no he leído. Quién sabe, a lo mejor son ellos, así no me hayan leído, los que hacen versiones de mis cuentos.
- A los que les gustó el cuento de Sorrentino y el mío, les recomiendo esta otra versión, en formato audiovisual: https://www.youtube.com/watch?v=hMVZif3nlqQ
Nos vemos otro día,
David Betancourt
Homenaje o plagio, siempre me ha parecido muy delgada esa línea; de hecho estuve leyendo un libro en http://librosonlinegratis.com/ sobre ese tema y la verdad es que aplaudo a David por encontrar justo el punto medio
Califica:
Buen negocio el de David Betancourt Velez. Copia: si se dan cuenta, es un homenaje; si no se dan cuenta, es una originalidad suya. Muy cínico. Creo que un argumento y una secuencia argumental va más allá de una simple idea, hace parte de la estructura de una obra, mucho más si es un cuento, dada la poca extensión. Eso del viejito del Bastón y La Codorniz para la quinceañera fue un vil plagio. Debería repartir sus premios con todos los autores que copió, deberían cobrarle los derechos de autor.
Califica:
Estimados, buenas tardes:
Acá podemos ver como en realidad es Sorrentino quien realizó un plagio sobre la obra de Betancourt. El mismo Sorrentino lo explica.
http://www.revistaojos.com/fernandosorrentino-53.html
Por las dudas, soy Argentino, no un Colombiano diciendo CHE en forma anónima.
No soy escritor, por lo tanto no tengo envidia del éxito o de los premios de David. Creo que debería citar el cuento que esta «reinterpretando», o por lo menos mandarle un mensaje al autor diciéndole gracias.
Saludos.
Califica:
El hecho de denunciar algo con múltiples pruebas no se puede considerar mala intención. Según Betancourt no hay artistas originales. Bajo sus costumbres pretende enlodar a toda la constelación de creadores. En su apología al plagio atropella a todo el mundo para salvarse él. Si es cierto que los jurados de los concursos lo declararon inocente de plagio, pues que publiquen el comunicado. Otra cosa es que les queda muy de para arriba reconocer su incompetencia o su desconocimiento de la obra de Sorrentino (no se les puede culpar con esta era de conocimiento tan vasto), así mismo la editorial no va a echar para atrás la publicación, menos ahora que el escándalo ha de subir las ventas. Betancourt maquilla las obras de otros para darlas por propias. Ha descubierto la solución a la crisis de la creatividad, de la falta de inspiración.
Califica:
Yo no estoy de acuerdo con lo que denuncia ese grupo. David no copia ni plagia: él reelabora cuentos publicados por otros autores. Obviamente esa metodología es un camino bastante mediocre, por supuesto quien la ejecuta también lo es, pero de ningún modo está plagiando. Eso debe quedar bien claro.
Califica:
Estoy de acuerdo con David. Pero creo que es suficiente, no debería hablar más del tema. Es el precio de la fama. Los que se van relegando quieren hacerte caer. Yo también he encontrado diálogos de algunos de sus cuentos con otros. Y más de los que ellos han encontrado. Pero nada más eso son, diálogos. Sus cuentos se van por otro lado, presentan una perspectiva diferente del asunto, o simplemente rozan la idea que los inspira pero se alejan por completo. Son muy forzadas esas comparaciones de frases puntuales. Muestran, además de desconocimiento, unas ganas terribles por hacer daño. Siendo así, todos plagiamos desde que comenzamos a usar una lengua.
Califica:
Le queda a uno la sensación que el escritor Betancourt se escuda en que si otros lo han hecho por que él no lo puede hacer. Mejor descrésteslos y escriba algo totalmente original. Así si demostraría la grandeza de la que humildemente se jacta.
Califica:
A el Colectivo Cultural Jorge García Usta le hace falta un poco de mundo cotidiano .
Recomendado salir de los análisis y mirar http://everythingisaremix.info/watch-the-series/ .
Todo es una mezcla: copiar, transformar y combinar.
En todas las ramas, todo el tiempo y para todo.
Califica: