Debería existir una ley que prohiba morirse sin pedir permiso a los que has amado; a los que te amaron y tu a ellos no; a los que te conocieron y se alejaron; a los que te son próximos; a los que te ayudan, a los que te quieren; a los que no te podrán olvidar, aunque les gustaría; a los que saludas todos los días al poner un pie en la calle; a los que visitas sin que te esperen y a los que te esperan siempre; a los de la tiendita de la esquina y a los de los puestos de Paloquemao que visitas cada semana; a esos amigos que nunca ves y que están ahí.
No debería uno morirse tan pronto, bajo pena de ser borrado de todos los registros civiles, escolares y académicos, médicos, militares, de la biblioteca y del museo, del club de fútbol y de la peña taurina.
No debería uno desaparecer sin pedir permiso bajo pena de que todo lo que te haya pertenecido o te pertenezca sea destruido y perseguidos todos cuantos te hayan conocido con el fin de borrar tu recuerdo, tu memoria, para que quedes como sin haber nacido y que nadie pueda hablar de ti.
Prohibido morirse sin agotar todas las bondades de la existencia. Sin pedir permiso. Aunque no es necesario que te lo den.
En memoria de Oscar Alzate Londoño.
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