Manos que trabajan, mujer trabajadora: Inés Chirimoskai
Hoy, día mundial del trabajo, no puedo evitar hacerle un homenaje a Inés, campesina, soñadora, indígena de la etnia Misak que lo perdió todo y sin embargo consigue contagiar ilusión cuando habla de sus sueños.
La conocí en el hospital de Silvia, Cauca, esperando los resultados de un análisis hecho a su nieto enfermo. La acompañaba Inesita. Preciosa niña de cuatro años que ya conoce el poder de la cámara, en cuanto ve una, automáticamente sonríe. Me costó retratarla al natural. Inés Chirimoskai tiene que proveer casa, comida, educación y después de perder a su marido ha encontrado de nuevo la esperanza en las semillas de papas y maíces antiguos.
Arriba en la montaña la vida es dura pero sus manos hábiles la hacen más llevadera con el trabajo de costura, la siembra y la compañía familiar. Después de muchos años de incertidumbre, Inés ha conseguido creer que otro mundo es posible. Tras la cosecha de éste ciclo lunar Inés se siente un poco más confortada
El año pasado tuvo que ir a cuidar a su hija enferma a Bogotá y cuando regresó las vacas y las plagas se habían comido todo. Tuvo miedo pero miró a la niña y supo que nuevamente tenía que comenzar.
Ahora, ha vendido toda su cosecha de maíz y ajies ahumados, hoy se afana para convertir su casa en un restaurante en el que esta mujer de la etnia Misak, de manos luchadoras, ofrecerá en pleno campo, al amparo de la montaña, a tres cuadras y media de la plaza principal de Silvia, sopa de pomboy, mazamorra de zapallo, sango, mote de maíz, arepas de mote acompañadas de masitas fritas, yucas al frescoldo o tortillas de maíz capio.
Inés no quiere ser de las personas que emigran al Huila a buscar un pedazo de tierra para cultivar. En Silvia la sincronización entre la tierra y el hombre es un mandato natural bajo el que todos quieren cobijarse. Emigrar a otras tierras es muy doloroso para un Misak, razón de más para Inés, cuando coge sus herramientas de trabajo, sale al campo y más tarde, sentada cerca del fuego, teje para completar el dinero que les permita seguir adelante.
Una lucha en solitario, allá en la alta montaña de Silvia, en la que a veces el ulular de viento y en otras épocas no tan lejanas, el miedo a los ataques de guerrilleros y paramilitares, pueden ser la única compañía. Sola en medio del fuego, cómo cuando perdió a su marido, y allí sin rendirse se quedó con su hija mayor, sus tres nietos y la pequeña Inesita para recuperar sus cultivos de papa, maíz y flores, pero sobre todo, recobrar el olor de la tierra, la hora de la siembra, el calor del hogar y del trabajo.
*Inés Chirimoskai, es una de las más comprometidas colaboradoras de raSa proyecto, del que ya tengo prometida una entrada, pero será cuando lancen la Segunda Canasta Ancestral, en la que estarán sus mazorcas.
Sigo con entusiamo Los Mundos de Vandalia y me sentí especiamente conmovido con la historia de Inés. Es bueno visibilizar las vidas de personas olvidadas, castigadas, que afrontan con humildad y tenacidad su lucha diaria.
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Gracias.Veo que te gusta el blog y desde luego me entusiasma tener un seguidor. Algo es algo, dijo el diablo y se echó un alma al hombro. Y tienes razón, Inés y el mundo rural que representa hay que revindicarlo y traerlo siempre a nuestras vidas.
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