Leonardo da Vinci es sin duda uno
de los personajes más fascinantes de la historia. Seguramente, muchos conocen
sus contribuciones al arte, pero pocos al conocimiento del mundo culinario y de
las costumbres exóticas alrededor de la mesa. A raíz de la publicación de sus Notas de cocina por parte de Shelagh y
Jonathan Routh,[1] podemos acceder a innumerables
curiosidades. A estas notas se les conoce como el Codex
Romanoff, aceptado entre especialistas como de autoría de Leonardo y que
ya mencionamos en una entrada pasada sobre los más antiguos recetarios. No
obstante, en los últimos tiempos circulan noticias entre blogueros
gastronómicos que desestiman esta compilación y asumen que fue una broma de
alto nivel emprendida por sus autores y secundada por los propios prologuistas
del libro. Algo realmente inédito en el mundo editorial, si fuera verdad. Aquí
no podemos someter estas opiniones a prueba, pero pensamos que aunque Leonardo
no fuera su autor verdadero, esas notas si proceden de la mano de un hombre
renacentista con influencia en las cortes italianas y conocedor del mundo de la
cocina en aquellos tiempos.
Hoy comentaremos algunas de
ellas. La más impresionante es la descripción de la «manera correcta de sentar
a un asesino a la mesa». En la medida en la que un asesinato podía ser planeado
durante una comida, se pensaba que lo más «decoroso» era que el asesino se
sentara junto al «objeto de su arte». Este acto debería ser discreto y no
interrumpir la conversación. El principal asesino de César Borgia -Ambroglio
Descarte- era tan discreto que ninguno de los comensales parecía advertir sus
acciones. Después de este acto, tanto cadáver como manchas de sangre (de
haberlas) debían ser retirados por los sirvientes para, oígase la
consideración, evitar perturbar las digestiones de quienes se encontraran cerca
del lugar de los hechos. El lugar vacío sería oportunamente llenado con un
invitado suplente.
Además de asesinos, a la mesa se
preveía sentar enfermos. Con sífilis o con heridas, con hipo o agitaciones
nerviosas, no debían ser sentados junto a personajes importantes, a menos que
estos fueran hijos de Papas o sobrinos de cardenales. Tan incómoda compañía se
asignaba a personas de menor rango y lo que suena sorprendente, a notables
extranjeros!. Otros enfermos sí eran aceptados junto al «señor» (podía ser
Ludovico Sforza), las personas con incapacidad de movimiento, enanos o con
defectos físicos. A los apestados se preveía sentarlos en una mesa diferente,
lejos de la principal y de madera, para que terminada la comida, pudiera ser
quemada junto a los utensilios que estos usaron.
Relata también «Da Vinci» la
presencia de otros personajes particulares del mundo eclesiástico, cuyas
costumbres en la mesa dejan mucho que desear sobre su santidad. El propio Papa
Borgia y su sobrino el cardenal Salviati, fingían comer poco durante la Cuaresma
pero en privado se atiborraban de carnes y testículos de pollo. Y durante el
periodo no cuaresmal, los sacerdotes de inferior rango tenían permiso del Papa
para bailar sobre las mesas y golpear la cara de quienes no se unieran al
festejo.
Otros tiempos, parte del proceso
civilizatorio, como lo observara Norbert Elías. Según sus estudios, nos
encontramos en un periodo en el que «El comportamiento y el código de
comportamiento han comenzado a moverse, pero el movimiento es aún muy lento».[2]
Como buen observador, «Da Vinci» resumía así
las conductas indecorosas en la mesa de «mi señor», listado con el que cerramos
esta entrada poco gustosa pero que en la época de Da Vinci se consideraba
todavía ‘normal’: sentarse sobre la mesa, sentarse en el regazo de otro
invitado, poner las piernas sobre la mesa, sentarse bajo la mesa, poner la
cabeza sobre el plato para comer, tomar la comida del plato del vecino -excepto
con su consentimiento-, escupir, poner comida medio masticada en el plato del
vecino, enjugar el cuchillo en las vestiduras del vecino de mesa, hacer dibujos
con el cuchillo sobre la mesa, limpiar la armadura en la mesa, tocar un
instrumento musical, pellizcar o golpear al vecino, conspirar, hacer
insinuaciones impúdicas a los pajes, golpear a los sirvientes, regresar la
fruta mordida a la fuente.
Fuentes:
Shelagh y Jonathan Routh, Notas de cocina de Leonardo Da Vinci. La afición
desconocida de un genio; trad. Marta Heras. Madrid, Temas de Hoy, S.A.,
2003.
Norbert Elias, El proceso de la civilización. México, Fondo
de Cultura Económica, 1994.