Papilla estelar, 1958
Mujeres de extrema erudición como
la pintora surrealista hispano-mexicana Remedios Varo o la monja poeta Sor
Juana Inés de la Cruz, utilizaron la «hechicería doméstica» como medio de
experimentación. En términos sencillos, el reino de la cocina les sirvió para
acercarse al conocimiento.
Desde los tiempos más antiguos,
mujeres con fama de brujas y hechiceras se dedicaron a similares actividades, a
veces con resultados mortales en relación a sus comensales-víctimas.
Nos recuerda Héctor Zagal que
«entre la hechicería y la cocina el eslabón es firme y estrecho» pues ambas
requieren recetarios y ambas tienen recetas secretas. Un poderoso brujo puede
asemejarse a un buen chef. Las brujas que profetizaron el reinado de Macbeth en
la obra de Shakespeare prepararon un cocido infernal en el que mezclaban
escamas de dragón, raíz de cicuta, hígado de judío viejo, hiel de cabra, labios
de tártaro, nariz de turco, dedos de un bebé ahogado por su madre y otras cosas
repugnantemente asombrosas.[1]
En un cuaderno manuscrito de
dibujo, Remedios Varo ofrece «recetas y consejos para auyentar los sueños
inoportunos, el insomnio y los desiertos de arenas movedizas que se acumulan
bajo la cama».[2]
Su pintura posee aspectos místicos de gran valor que se relacionan con
actos cotidianos como la alimentación. En su obra pictórica de 1958, Papilla estelar, se puede apreciar a una mujer
dentro de una casa flotando entre nubes, , alimentado una luna creciente (puede
ser la metáfora del bebé) dentro de una jaula. La materia estelar es capturada
y molida por una moledora tradicional y convertida en papilla para alimentar a
ese ‘bebé’.
Mientras cocinaba, Sor Juana era
atenta a los cambios de la materia y mientras escribía se preguntaba «Qué
mágicas infusiones/ de los indios herbolarios/ de mi patria, entre mis letras/
el hechizo derramaron?».[3]
La mulata, visionaria y profetisa
limeña Ana María Pérez, es todavía recordada hoy por su curiosa relación con el
manjar blanco.[4]
Según consta en las actas de su proceso inquisitorial, fue procesada por
afirmar que el éxito de sus dulces radicaba en que Jesucristo (o el diablo para
los inquisidores) era su ‘manjarblanquero’. Esto le valió 100 azotes y desfilar
con sambenito en un auto de fe de 1625. En medio de la tortura reveló muchas de
las recetas que incluían pechugas de gallinas deshilachadas, leches y azúcares.[5] Por esta referencia se aprecia que
el manjar blanco de Ana María Pérez no era todavía el por nosotros conocido
dulce de leche o arequipe. El famoso cocinero Robert de Nola del que hemos
hablado en este blog otras veces, lo definía como ‘la mejor cosa del mundo’.[6]
Según ha mostrado el estudio de
muchos procesos inquisitoriales de la América hispánica, el delicioso chocolate
habría servido como camuflaje de la hechicería. La mulata Leonor de Isla,
gaditana y habitante del puerto de Veracruz en la Nueva España, fue implicada
en un proceso de brujería por el cual se sabe que con fines de ligar (someter)
a un amante le daba sangre menstrual en el chocolate y también tostaba y molía
un junquillo (descrito como hierba macho-hembra, que era el famoso peyote) que
vertía en el chocolate.[7]
En otros casos se habla de hierbas y de polvos negros preparados con
partes de animales que no queremos mencionar.
Claro está que las sospechas
contra el chocolate, bebida asociada desde muy temprano a la sexualidad por
parte de los conquistadores como Bernal Díaz del Castillo, tendrían su momento
culmen cuando la Inquisición centró en este alimento su atención. Le llamaban
casi en modo delirante, «brebaje despertador de las concupiscencias».[8]
Esto no era sin embargo un freno para que las mujeres se hicieran llevar
a la iglesia una taza de chocolate y dulces para fortalecer su estómago
mientras duraba el largo sermón. Así lo constató el viajero inglés Tomas Gage a
su paso por San Cristóbal en la región de Chiapas en la cuarta década del siglo
XVII.[9]
Una relación similar a la del
chocolate con la brujería, la tenía en la antigua Europa el pan y en particular
las figurillas de masa de pan. Johannes
Hartlieb contaba en un libro como le habían informado que las mujeres con
frecuencia fabricaban «atzmannen» y los calentaban al fuego con el fin de
atormentar a los hombres. Añadía, además de clamar por la persecución de estas
prácticas, que era un tipo de hechicería muy difundido.[10]
Se sabe también, que una torta de pan y la escritura sobre ella, servían
para antiguas prácticas de adivinación.[11]
Hemos esbozado algunas curiosas
relaciones entre las preparaciones culinarias y la hechicería. El arte de
cocinar era algo muy preciso y preciado, como la hechicería también. Al
cocinero de la reina Isabel la Católica, mientras preparaba el manjar blanco y
otros ricos potajes con azúcar y almendras, se le pedía hacer un juramento para
no gastar en estas confecciones más de lo necesario.[12]
Para finalizar, un consejo para
los amantes de la buena cocina: medirse en la cantidad e intensidad de los
condimentos para evitar intoxicar a los invitados y ser acusados de prácticas
no nobles similares a las de la hechicería.
[1] Héctor Zagal Arreguín, Introducción a la gran
literatura a través del arte de bien comer. México, Cruz, 2000.
[2] Janet A. Kaplan, «La subversión en la cocina»
en Remedios
Varo, 1994.
[3] Enrique Flores, «Sor Juana chamana» en Mitologías hoy 3, 2011, p.5.
[4] El manjar blanco o comida blanca en el siglo
XVII era originariamente una crema espesa hecha con pechuga deshilachada de
gallina o con capón, arroz, almendras y azúcar y se consideraba de gran
delicadeza. Por la necesidad de los ayunos, en los monasterios se fue
transformando en un delicioso postre.
[5] Lucero de Vivanco Roca Rey, «Imaginario
apocalíptico (colonial) en la narrativa peruana contemporánea: a propósito de
Fernando Iwasaki» en Academia.edu y Fernando Iwasaki, Inquisiciones peruanas, Sevilla, Renacimiento, 1997.
[6][6] Referencia en el blog ‘Recetas con historia e
historia de la gastronomía’. URL: http://historiasdelagastronomia.blogspot.com/2006/09/manjar-blanco.html
[7] Campos Moreno, Araceli, «El conjuro de las
habas, texto adivinatorio del virreinato mexicano» en Mariana Masera (ed.), Literatura y cultura
populares de la Nueva España,
Unam, 2004, p.71.
[8] Agueda Méndez, «Una relación conflictiva: La
Inquisición novohispana y el chocolate» en Secretos del oficio. Avatares de la Inquisición novohispana, México, El Colegio de México,
2001, p.96.
[9] Sonia Corcuera, «La embriaguez, la cocina y
sus códigos morales» en Pilar Gonzalbo (dir.), Historia de la vida cotidiana en México. México, D.F.:El Colegio de México-FCE, 2005.
[10] Christoph Daxelmuller, Historia social de la magia, Barcelona, Herder, 1997, p.128.
[11] Véase mi post «Que el demonio se dice
estrella» en Los reinos de las Indias en el Nuevo Mundo, http://losreinos delasindias.hipotheses.org
[12] Sonia Corcuera, op.cit., p.551.