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Ningún sistema político y económico de los que se han experimentado en toda la historia de la humanidad ha sido perfecto. Esto es una obviedad. Pero ya no lo es tanto cuando examinamos detalladamente la historia política de Hispanoamérica, especialmente en la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Por ejemplo, en casi la totalidad de los países europeos se prohíbe el uso y la apología a sistemas totalitarios como el Fascismo y el Nazismo, en el caso español se incluye el Franquismo; sin embargo, otros países como Suiza y Polonia incluyen en dicha prohibición al Comunismo, más allá lo ha llevado la Constitución de Polonia, cuya sociedad sufrió la opresión y la miseria tanto del Nazismo durante la Segunda Guerra Mundial y posteriormente durante décadas el yugo totalitario de la Unión Soviética comunista, equiparando de esa manera ambos sistemas como regímenes criminales. En este caso, los políticos polacos parecen haber comprendido que ambos sistemas son dos caras de una misma moneda. Así también lo han hecho otras naciones que estuvieron oprimidas bajo la cortina de hierro soviética: Lituania, Estonia, Letonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Rumanía, Croacia, y por supuesto, la hoy devastada Ucrania que resiste los delirios totalitarios y los actos criminales de Putin.

Resulta entonces apenas contradictorio que, en nuestro hemisferio, mientras los políticos de izquierda, ahora llamados progresistas, condenan cada una de las acciones criminales que cometieron las múltiples dictaduras militares de Hispanoamérica, muchos de sus lideres y seguidores aparecen en protestas públicas y marchas con símbolos soviéticos y reivindican en sus más trasnochadas esperanzas, la imposición del comunismo tanto político como económico en todo el continente. La pregunta es ¿por qué mientras censuran los crímenes de lo que se denomina la derecha y ultraderecha, se justifican los crímenes y la violencia política que ha costado la vida de millones de personas en todo el mundo a nombre del comunismo?, ¿qué permite o favorece que se instale en la mentalidad de una sociedad el idealizar los sistemas totalitarios de izquierda?

La historia nos da varias pistas. En la Alemania de la década de los 20’s, el país sufría una de las inflaciones más altas del mundo, los sistemas políticos tradicionales habían sido incapaces de ponerse de acuerdo y el desprecio de la población hacia ellos creció de tal manera, que fueron guiados por los sentimientos de desprecio, hacia un régimen totalitario que prometía un cambio. En la Venezuela de los 90’s, la crisis económica y la pobreza creció de forma alarmante, los partidos tradicionales habían convertido la democracia en un régimen populista que mientras se encargaba de regalar y subsidiar la mayoría de los productos de consumo, se embolsillaba buena parte de los ingresos petroleros para su beneficio personal. Eso llevo a los venezolanos al desespero político y a una ilusión de cambio que los ha llevado a uno de los regímenes más atroces que se han visto en la historia de Hispanoamérica, el socialismo del siglo XXI.

La democracia en todo el continente se encuentra estancada, la población agotada de tantas promesas incumplidas. A eso se suman partidos políticos que en toda su gama de variedades se dedican a la corrupción, y recurren a cualquier artimaña para conseguir votos que les permite prolongar el saqueo continuado que realizan de la sociedad y los recursos del país. Mientras que el fanatismo de quienes continúan abrazando la biblia marxista, nos conduce a más pobreza, más corrupción y al absurdo de que si no podemos ser naciones prosperas, nos conformamos con democratizar la pobreza, la violencia, el crimen y la ignorancia.

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Historiador y Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, Doctor en Historia de la Universidad Pablo de Olavide en Sevilla - España. Con más de 20 publicaciones entre libros, capítulos de libros, artículos, papers y otros documentos. Entre mi experiencia profesional se encuentra mi trabajo por cinco años en proyectos de memoria histórica para las Fuerzas Militares, el Centro Nacional de Memoria Histórica y el IGAC.

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