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La conmemoración de la Semana Santa en el mundo católico nos recuerda el transcurrir de los últimos días de la vida corporal de Jesús en la tierra. Desde la conocida entrada triunfal a Jerusalén el Domingo de Ramos, hasta su resurrección el Domingo de Pascua. En ese corto periodo de tiempo, podemos sin lugar a duda encontrar una metáfora de las principales enseñanzas que debiésemos analizar en el transcurrir de la vida de cada uno de nosotros, y ese debiese ser en principio un argumento fundamental para motivar una profunda reflexión sobre nuestro día a día.

1. El éxito o triunfo pasajero: Sin importar en que campo profesional nos desempeñemos, ni de cuanta adulación recibamos en la cúspide de nuestros mayores logros, nuestras victorias personales solo serán un recuerdo lejano que vivirá en nuestra memoria, y por ello, nuestras metas deberán renovarse para motivarnos a la satisfacción diaria del deber cumplido. Sin importar el tamaño de nuestros objetivos o ambiciones, el día debe terminar con un nuevo reto para el siguiente amanecer.

2. La furia y la cólera sin control: Desde el niño que llora por no obtener el dulce o juguete que desea en el instante, o el adulto que desata su enojo y violencia por la intolerancia y el deseo de imponer su visión de la realidad; la rabia sin control, más allá de un fenómeno cultural, parece un instinto permanente de nuestro comportamiento. El poner la otra mejilla no es la respuesta más común, y la violencia desde la mínima a la mayor escala posible, sin importar religión o cultura, es la moneda de cambio en todo el mundo. La tolerancia y la paciencia serán actitudes por entrenar.

3. La traición: Se debe desconfiar de quienes te rodean y lisonjean en tu momento de prosperidad y abundancia, pueden ser esas mismas personas las primeras en deshacerte de ti a la primera oportunidad, renegando de su falsa amistad y menospreciando tu arduo trabajo para lograr lo alcanzado, buscando alimentarse y apropiarse de tus resultados y esfuerzo, para luego atacarte en tu instante de vulnerabilidad.

4. El sufrimiento: Aprender que el dolor, el fracaso y la constante decepción forman parte del ciclo de nuestras vidas, y que la negación del sufrimiento como parte de la existencia, solo nos conduce a prolongar la frustración y la sensación de desilusión, generará una actitud que alimentará una negatividad que detendrá cualquier intento de cambio y crecimiento individual. En síntesis, el sufrimiento debe conducirnos al aprendizaje y a la fortaleza mental, no a las lamentaciones.

5. El final: Esta etapa es intrínseca a todo lo que tiene un origen, parece una sentencia obvia, pero ponemos nuestra energía en detener lo inevitable. Nuestro rechazo permanente al final de cada experiencia de nuestra vida, especialmente las más satisfactorias, solo incrementan la tristeza de dejar ir, lo que, por una u otra circunstancia, tarde o temprano, deberá de acabar.

6. Un nuevo comienzo: El final de un ciclo debe representar el comienzo de otro. Sin importar cuanto se tuvo o cómo se vivió en el pasado, tenemos siempre la posibilidad de levantarnos y empezar de nuevo, aunque sea desde cero, sin olvidar las lecciones que hemos aprendido en la escuela de la experiencia, teniendo presente los errores que no deben repetirse y las situaciones o personas de las que debemos alejarnos.

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