Dentro de las cosas que nos caracterizan como cultura tercermundista es que somos líchigos y amarrados. Tratamos de ahorrarnos cada peso que podemos, pedimos rebaja en todo, y eso se nota en cosas que van desde comprar el reloj en sanandresito aunque sea chiviado, hasta mandar hacer un andén con cemento más barato aunque en 2 meses las baldosas se despeguen. Claro, hay cosas que son absurdamente caras en Colombia, por culpa de la cantidad de impuestos que tienen, pero ese es tema de otra entrada que escribiré algún día, como por ejemplo que un parlante portátil que acá vale 250 mil pesos, en Dubai se consigue por 150 mil. Sí, Dubai, que se supone que es donde todo es carísimo porque tienen toda la plata del mundo.
En fin, volviendo al tema central, culturalmente estamos buscándole el quiebre a todo, que la rebajita, que atravesémonos Bogotá para ir a donde me venden la camiseta 5 mil pesos más barata (aunque en transporte nos gastemos 7 mil), que si me lleva por la puerta de atrás, que me cuelo en Transmilenio aunque pueda morir atropellado en el intento. Y claro, los ilustres contratistas de obras públicas rebajan costos para ganarse su partecita, y luego somos los peatones los que nos torcemos un pie en el hueco que dejó su corrupción. Es que acá queremos sacarle tajada hasta a los parqueaderos: los constructores hacen 6 parqueaderos donde caben 5, aunque a los conductores les toque hacer magia para parquear. Y eso pasa en conjuntos residenciales, centros comerciales, y así. Pero pasemos a un ejemplo concreto.
Recién inaugurado, tuve la oportunidad de conocer el nuevo estadio de los Dallas Cowboys, y me dije algo como «juemadre, a esto le caben al menos tres Campínes«. La verdad es que no he podido confirmarlo porque por más que busqué, no encontré el dato de cuánto mide el estadio bogotano, al menos en altura. Sé que el de los Cowboys mide 292 pies (89 metros) que es aproximadamente un jurgo. Yo no creo que El Campín alcance los 40 metros, aunque puedo equivocarme; si alguno tiene el dato, se le recibe.
Por encimita les cuento que el estadio este es muy imponente. Desde lejos ya llama mucho la atención. La entrada no parece la de un estadio sino un lobby de hotel. El lujo -o las comodidades, más bien- se sienten en todo lado. Todo es entapetado, en cada esquina hay un televisor para no perderse detalle de los partidos: es decir, uno puede ir al baño tranquilo sin sufrir porque justo en ese momento hicieron gol, además de que en los baños hay sistema de audio con la transmisión del partido. En fin… el estadio tiene cuanta comodidad se imaginen.
Como si fuera poco, en abril del 2010 demolieron el estadio ‘viejo’. ¿Viejo? ¿Saben cuándo lo construyeron? En 1971. Claro, es viejo, llevaba casi 40 años. Ahora, ¿quieren saber cuándo construyeron El Campín? en 1952. Bueno, de hecho la cancha como tal es de 1938. A mí me dio pena cuando me enteré. Y no pena ajena, precisamente. Cuando estaba averiguando esperaba un… 1970 cuando mucho. Pero ¿1952? ¿La remodelación? Bueno, hace poco le remodelaron una parte y pues… bien.
En fin. La vaina es que a nosotros los tercermundistas como que nos da pena gastar y por tanto cobrar. Y lo más triste es que nos da miedo prestarlo porque se lo tiran. Es como si yo no le prestara a mi ahijado un carrito destartalado con el que jugaba cuando niño, porque de pronto me lo daña. Mientras tanto, los gringos se dan el lujo de encender a dinamita un estadio que era 20 años más joven que nuestro único estadio capitalino, del que muchos se sienten orgullosos. Parte del orgullo campinero es que el 29 de noviembre de 1967 se jugó el primer partido con luz artificial. Perdónenme, pero que usemos un estadio que cuando lo construyeron no tenía servicio de iluminación no me hace sentir bien ni sacar pecho. Es más, ese partido fue entre Santa Fé y Checoslovaquia. ¡¡¡ UN PAÍS QUE YA NI EXISTE !!! ¡¡ HACE VEINTE AÑOSSSS !! Qué oso.
Bueno, todo eso me puso a pensar inicialmente en que ‘estos gringos sí gastan plata en pendejadas’. Pero luego pensé en que es todo lo contrario: los gringos sí saben invertir la plata. OJO, no gastar, sino invertir. Mientras el estadio de Bogotá costó 719 mil dólares, el de los Cowboys (no se vale decir el de Dallas, porque allá hay cualquier cantidad de estadios y centros deportivos) costó 1.300 millones de dólares. Y no me vengan con pendejadas de «es que la devaluación, es que antes era todo más caro» y demás. Simplemente no tenemos visión. Recuerdo que a nuestro ilustrísimo ex alcalde Samuel Moreno le dio cosa invertir en un escenario para eventos con cupo para miserables 20 mil personas -que a mi juicio se queda corto para una ciudad de unos 8 millones de habitantes. Y eso que, si mal no estoy, era parte de sus propuestas de campaña. La verdad no sé qué dijo Petro al respecto, pero de pronto alguien nos puede ilustrar.
Y es que esas construcciones de gran tamaño son inversiones y, como tal, el dinero no se recupera al otro día, ni al otro año. Es una inversión a largo plazo. Nada más miren la estrategia de Dubai, que en 30 años se volvió la 3a ciudad más turística del planeta. Y les falta, porque seguro quieren ser los primeros, y aún no han terminado de construir todo lo que planean. Si le damos vida útil de 50 años, con que el saldo no sea rojo a 10 años ya es ganancia, ¿no? Debemos pensar a largo plazo. Y estas inversiones no es que se recuperen del arriendo de carritos de perros, de casetas de palitos de queso a 5 mil ni de clásicos Santa Fé – La Equidad. No señores. Se recupera con mercadeo de verdad, con eventos grandes. Si tuviésemos un estadio de verdad, U2 ya habría venido. Ok, si tuviéramos el estadio y si lo prestáramos, no como niños consentidos y envidiosos.
El estadio de los Cowboys tiene el televisor de alta definición más grande del mundo. Y créanme, es cochinamente grande. Cuando a uno se lo cuentan uno dice «huy sí, muchos duros» pero una cosa es que se lo cuenten y otra es verlo. Yo casi boté la baba pensando en lo que sería jugar Kinect en esa joda. Claro, la mayoría lo usarían para ver Desafío India y esas cosas. El televisor ese mide 48.7 x 30 metros, o sea más grande que una cancha de baloncesto profesional. Absurdo. Y eso en Colombia sería despilfarrar la plata, pero lo que los gringos logran con vainas como esa es que los turistas, como uno, se vayan y paguen 15 dólares por entrar a conocer el estadio, televisor incluido. No lo ven como un televisor grande, lo ven como una atracción turística, que genera plata. En mi grupo íbamos como 50 personas. Nos despacharon en 2 horas. Por día deben entrar al menos unos 10 grupos. A eso súmenle lo que uno paga por la foto de rigor y lo que se compra en la tienda de recuerdos. Hagan el cálculo: Mal contados, 7.500 dólares diarios en ingresos, más souvenirs.
Y también está la plata de prestar el estadio. Ellos sí prestan el juguete nuevo. Como parte del tour lo pasan a uno por la bodega en la que tienen montones y montones de ‘cesped’ artificial. Ellos saben que esas vainas se gastan y, eventualmente, se dañan. Parte de las cláusulas al prestarlo es que se reemplaza cualquier porción de campo que se considere en regular estado. Imagínense lo que costaría una lesión de uno de esos jugadores de fútbol americano. Y la demanda. Pues es más barato cambiar el campo entero y, por tanto, cobrarlo e incluirlo en el contrato. Simple. Se dejan de pendejadas. Aquí nos da miedo prestar las ruinas del Campín porque no vaya y se nos lesionara «La Champeta» Velasquez. Y eso nos pasa en todo, es parte de la cultura. Somos líchigos, y mientras no dejemos de pensar con esa envidia, mientras no nos dé pena invertir en vainas buenas y cobrar por lo que valen, pues seguiremos en la inmunda. Mientras sigamos creyendo que vamos por buen camino y que «si no está dañado para qué arreglarlo» seguiremos nadando en el lodo.
Casualmente este lunes salió una noticia que asegura que nuestra infraestructura de aeropuertos está «rezagada 30 años». ¡TREINTA! Y para dar otro ejemplo, también de esta semana: Las obras de la calle 153 en Bogotá presentan nuevos retrasos: estaba para entregarse en julio de este año. Pues no han ni empezado las obras, vaya uno a saber por qué. Ni hablemos de las obras de la calle 94, que cuando la entreguen ya mi sobrinita tendrá hasta novio. Ejemplos hay cualquier cantidad. Yo muestro dos, ambos publicados esta semana. Imagínense si uno hace una investigación más profunda.
Miremos de nuevo Dubai. Hoy hablaba con mi amiga Rocío, almorzando, y me dijo algo muy cierto: ¿Dubai qué era? Nada. Un peladero. No había sino arena. Hoy en día es el epicentro del lujo en el mundo. Hay parques acuáticos, hasta esquiar en la nieve se puede. ¡En un desierto! Eso es saber invertir el dinero. Claro, ellos tienen mucha plata, pero nosotros, en Colombia, no necesitamos construir nada, ya tenemos toda la naturaleza lista. Lo que sí debemos hacer es protegerla, no tumbar árboles para hacer hoteles, sino crear infraestructura amigable con el ambiente, en la que aprovechemos esas maravillas naturales que «nos tocó» tener.
Ojalá llegue el día en que pensemos en grande, que tenemos de dónde y cómo. Talento siempre ha habido en este país, pero nos falta creernos el cuento. Y eso nos toca a todos, desde dirigentes y gobernantes hasta a nosotros, los ciudadanos.
Aprovecho para contarles a los Community Managers que estén leyendo por acá, que hay un curso llamado «SEO para Community Managers» dictado por uno de las personas que más sabe del tema en Colombia, Luis Betancourt. Si quieren inscribirse o más información, acá la encuentran toda.
Respondiendo las preguntas de la semana pasada: Blatter renunció ese mismo día, la selección perdió con Portugal en el Mundial Sub 20, pero pasamos a la siguiente ronda, hasta que perdimos con USA y ahí se acabó todo. Aún no sé qué es lo que quiere la nena, ni qué va a pedir la princesa.
Aún no he logrado escribir dos veces por semana, creo que seré sincero conmigo y me diré que no la voy a lograr por el momento, así que sigamos todos los jueves. Gracias a todos los que han estado pendientes.
Entradas anteriores: «Avianca, no me lleve«, «Y no son shantas, son gomas«, «Le pasó a un amigo: Un día Juliana llegó«.
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