Hace un tiempo hubo una polémica muy fuerte acerca de la creciente inseguridad en Transmilenio, de la falta de civismo de los usuarios, de los vendedores, los cantantes, limosneros, ladrones, etc. Todos los días había una noticia nueva, un atraco nuevo, pero al parecer a los medios de comunicación ya se les volvió paisaje el tema, como todo. En un tiempito se nos olvidará la emergencia ecológica en Tumaco. En fin, desde ese entonces yo quería escribir esta entrada y hasta ahora vengo a hacerlo. Ahí tienen lo incumplido que me he vuelto. Qué penononón con todos ustedes.
No sé si conozcan aquella historia (teoría, fábula, mito, no sé) que habla de un experimento en el que ponen un simio con unas bananas en el árbol, y que cada vez que el simio este va a coger bananas lo mojan y se cae. Hasta que el mono se mama y deja de intentarlo. Luego meten otro mono, que obviamente se sube, aunque el otro trata de detenerlo. Cuando está allá arriba, lo mojan y se cae. Así hasta que ninguno de los dos lo intenta. Cuando entra el tercero, intenta subir pero los otros dos lo detienen, hasta que se aburre y tampoco lo intenta. Cuando entra el siguiente y ve que ninguno lo intenta, tampoco lo hace él. No sabe por qué, pero sabe que no debe subirse allá.
Lo mismo es con nosotros. ¿No les ha pasado que llegan al apartamento inmaculado de algún amigo o familiar y les da pena pisar el tapete? ¿No les ha pasado que van a otra ciudad, muy bonita, limpia, y les da pena tirar un papel a la calle? ¿Y por qué no les da pena tirarlo en Bogotá? Pues porque la ciudad está «abandonada», no es de nadie. Y lo que no es de nadie…
Cambiemos de ejemplo, algunos quizás han escuchado mencionar la Teoría de las Ventanas Rotas. De acuerdo a Wikipedia, esta es su definición:
«La Teoría de las ventanas rotas es una teoría de criminología que sostiene que mantener los entornos urbanos en buenas condiciones puede provocar una disminución del vandalismo y la reducción de las tasas de criminalidad».
En otras palabras, lo que se mantiene bonito, se queda bonito. Y eso influye en el comportamiento de la gente, criminales incluidos. Esto no es nada nuevo. Por allá en 1986 (hace casi 30 años) salió un artículo en Estados Unidos, que inspiró un libro publicado en 1996, en el que se mostraba el siguiente ejemplo:
«Consideren un edificio con una ventana rota. Si la ventana no se repara, los vándalos tenderán a romper unas cuantas más. Finalmente, quizás hasta irrumpan en el edificio; y, si está abandonado, es posible que lo ocupen ellos y que prendan fuego dentro.
O consideren una acera o una banqueta: se acumula algo de basura; pronto, más basura se va acumulando; con el tiempo, la gente acaba dejando bolsas de basura de restaurantes de comida rápida o hasta asaltando coches».
Bueno, pues todo muy bonito, pero es teoría. Son ejemplos de «imagínense que hay un edificio, ¿listo?». Eso no nos basta y las teorías son para probarlas. Necesitamos que nos muestren las cosas, porque somos incrédulos por naturaleza y la plastilina no es suficiente. Esta teoría salió del siguiente ejercicio: un sicólogo de la Universidad de Stanford (esos gringos son felices haciendo estudios, lo bacano es que les salen) y su equipo dejaron un carro abandonado en el Bronx. En casi ningún lugar, ¿no? Y como si fuera poco, lo dejaron sin placas y con las puertas a medio cerrar. ¡ADIVINEN QUÉ PASÓ! Pues pasó lo que todos suponemos: a los 10 minutos ya lo estaban desvalijando. A los 3 días ese carro ya no tenía nada que valiera la pena robar, entonces lo empezaron a destrozar, me imagino que a bate, martillo, piedra, pata, lo que se nos atraviese. Norrrrrmal. Lo mismo pasa si se deja un carro así en El Cartucho.
Pero la cosa no terminó ahí. Dejaron otro carro, igualito, pero en Palo Alto, el sector más «puppy» que se les ocurrió. ¡ADIVINEN QUÉ PASÓ! Lo que suponemos: Nadaaaaaa. Pasaron 3 días y nada, el carro ahí, bonito, igualito, inmaculado. Con alguito de polvo, pero nada que no caiga con trapo seco. Entonces el sicólogo este le dio un par de martillazos a la carrocería, dejándole unas magulladuras. ¡ADIVINEN QUÉ PASÓ! A las pocas horas el carro ya estaba desvalijado, cual Bronx. Sencillamente porque el carro con abolladuras y nadie que lo arregle da la sensación de estar abandonado, de no ser de nadie. Y lo que es de nadie…
De nuevo, muy chévere todo, simpático el experimento, pero eso es un carro. ¿Qué pasa con una ciudad? Es que arreglar una ciudad como Bogotá es muy jodido, dirán algunos. Impósibol, dirán otros, que están estudiando inglés. Pues el ejercicio con una ciudad ya se hizo, y no en cualquier Zipaquirá, Chiquirriminchi o San Vicente del Caguán. No señores, se hizo en NUEVA YORK, que está llena de gente. Hasta las tits, dirán los que estudian inglés.
Hace unos años el Bronx era uno de los lugares con mayor índice de criminalidad del mundo, el metro de Nueva York daba vergüenza, lleno de ladrones, limosneros, gente cantando por unas monedas, nadie pagaba pasaje (¿se les hace conocida la escena?). Era tan tenaz la cosa en el metro, que en 1984 un ciudadano llamado Bernhard Goetz se mamó de la inseguridad y la tomó por sus propias manos, propinándole 5 balazos a cuatro tipos que lo querían atracar. (¿Se les hace conocida la escena?) Uno de los atracadores quedó paralítico de por vida, pero en el juicio declararon inocente a Goetz porque se demostró que actuó en defensa propia (eso sí no pasa acá, acá los juicios duran años enteros y pues… al final no se decide nada. Hasta los ladrones quedan libres en 2 horas).
Pues el alcalde de Nueva York dijo algo como «shit! Esta ciudad se la está llevando el patas!» pero en inglés. Y empezó a aplicar la teoría de las ventanas rotas. Lo primero que hicieron allá fue limpiar los vagones del metro, les quitaron los graffitis, limpiaron toda la basura, y lo dejaron todo muy bonito. Claro, hubo muchos opositores diciendo algo como «este tarado se está gastando la plata en poner el metro bonito, ¿para qué? si igual lo van a volver a ensuciar», pero en inglés. El man siguió con su tarea, porque estaba convencido de la teoría. A él no le importaba el populismo ni caerle bien a la gente, él quería arreglar la ciudad. Después de un tiempo la gente dejó de ensuciar el Metro, se veía muy bonito. Las paradas del metro eran tan bonitas que hasta estatuas le pusieron y ahora se respiraba civismo, cultura, y demás en ese metro.
Pero sabían que eso no podía para ahí, todavía había inseguridad. Más limpia, sin basura, pero insegura. Entonces procedieron a controlar con policía el acceso. Ya no podían entrar personas sin pagar el pasaje, no podían entrar limosneros ni vendedores. Con el tiempo se acabaron los atracos. Bonito, ¡no?
Unos años después llegó el alcalde Giuliani (uno de los mejores alcaldes de New York) y aplicó la teoría a toda la ciudad. Empezó por el Bronx que era conocido por ser uno de los lugares más inseguros de todo el país, lo recuperaron, lo volvieron una zona segura, bonita, limpia y, sobretodo, próspera. Tengo entendido que hay calles comerciales con las mejores tiendas del mundo. No lo aseguro porque no he ido.
Bonito, ¿no? Pues les cuento que eso en Bogotá se empezó a hacer. Lo primero que se hizo fue educarnos: Nos hicieron notar que éramos unos maleducados, que cruzábamos la calle en cualquier lugar, que no respetábamos semáforos, cebras, y entre nosotros nos sacábamos tarjeta roja cuando hacíamos algo mal, a manera de juego. Pero funcionaba. ¡Nos educaron! Eso unos años antes se habría pensado imposible. Y fue lindo mientras duró.
Luego nos empezaron a recuperar el espacio público: se mejoraron los andenes, se le dio prioridad a los peatones y se le quitó a los carros. Se creó un sistema de transporte masivo, bonito, limpio, sin vendedores de maní dulce, sin cantantes. Uno podía dormirse en un Transmilenio sin que lo despertara alguien que le deja un cocosette en las piernas «para que lo aprecie sin ningún compromiso y lo lleve por tan solo mil pesitos». Podía escuchar la música de su iPod sin que se subiera un tipo con parlante a cantar rap, o el que se sube a pedir plata puesto por puesto porque acaba de salir de la cárcel. Era un buen sistema de transporte, muchos dejaron de sacar sus carros porque se podían evitar el trancón en estos buses y además iban seguros. También recuperaron El Cartucho. Dejó de ser el expendio de bazuco, se hizo un parque muy bonito, se recuperó el espacio público. Se recuperó el espacio público en el barrio 7 de agosto, se sacaron los vendedores ambulantes, se hicieron andenes bonitos. La seguridad se recuperó. Y fue lindo mientras duró.
Todos sabemos que hoy en día Transmilenio se volvió más inseguro. Y todo empezó cuando «se rompió la primera ventana». Cuando se dejó entrar al primer vendedor ambulante y no se le dijo nada, entró el segundo, el tercero. Luego entraron los que piden monedas a cambio de unas canciones, detrás de ellos llegaron los limosneros, los que acaban de salir de la cárcel, los que piden plata porque los robaron y no tienen para el pasaje a Villavicencio (y todos los días piden con la misma excusa). Claro, con ellos entraron los atracadores, los violadores y toda clase de hampones. Hasta que la gente se empezó a aburrir, y empezaron a tomar la justicia por las manos, a patear a los ladrones, a un atracador lo mató su víctima, cuando le quitó el cuchillo y se lo clavó. Pero no pasó nada con eso, porque no hay autoridad. Porque acá vemos normal que pase eso. No hay un alcalde que diga «shit, this city is going to hell» pero en español.
Hace un tiempo yo alegaba que la inseguridad en Transmilenio era responsabilidad del alcalde (Petro, actualmente). Claro, me pelearon, me ofendieron, me dijeron que el alcalde no es policía y no puede estar en todos los buses y estaciones. Obvio que no. Y tampoco se le pide eso. Pero sí tiene la autoridad para recuperar Transmilenio, recuperar la dignidad del peatón, recuperar los espacios públicos. Pero no lo ha hecho, no lo piensa hacer. Ayer, incluso, explotaron dos petardos en la ciudad. ¿Y Petro? En un tren de Europa y sin wifi. Juemadre, si nuestro alcalde no puede ser alcalde porque no tiene wifi estamos jodidos.
Copio otra parte del texto:
Una buena estrategia para prevenir el vandalismo, dicen los autores del libro, es arreglar los problemas cuando aún son pequeños. Repara las ventanas rotas en un período corto, digamos un día o una semana, y la tendencia es que será menos probable que los vándalos rompan más ventanas o hagan más daños. Limpia las aceras todos los días, y la tendencia será que la basura no se acumule (o que la basura acumulada sea mucho menor). Los problemas no se intensifican y se evita que los residentes huyan del vecindario.
El problema ya no es pequeño, incluso puede que se le haya salido de las manos. Pero todavía se puede. Digo, lo hicieron en Nueva York. No sabemos qué tenga que pasar para que Petro tome las riendas y nos devuelva la seguridad. No basta con que haya mujeres violadas en Transmilenio. No basta con que la gente tome la justicia por cuenta propia. No basta con que haya terrorismo en la ciudad. O quizás sí, ojalá. Yo soy incrédulo, yo creo que lo que sucederá es que con Petro no pasará nada y, Dios lo quiera, seamos inteligentes y escojamos uno mejor en las elecciones. Ojalá el siguiente alcalde nos devuelva la ciudad que alguna vez tuvimos. Amanecerá y veremos.
Actualización Julio 6 – 2015: Comparto acá el comentario de un lector, que me parece que resume bastante los comentarios y mi opinión.
Carlos Toro:
Creo que hay gente que no entendió (o interpretó erróneamente a partir de su mala fe) el sentido de esta entrada. Su autor no está diciendo que “arreglar los vidrios de las ventanas” sea la solución a los problemas de la ciudad; eso era solo una ilustración de su argumento, según el cual las características del espacio público tienen una relación directa con la calidad de vida. Por otra parte, es cierto que Bogotá tiene problemas estructurales que no surgieron en esta alcaldía, aunque sí se han profundizado durante ella. Asimismo, administraciones anteriores han demostrado que sí es posible enfrentarse a dichos problemas (la actividad privada sin orden, la falta de cultura ciudadana, la ilegalidad, la inseguridad, la calidad del transporte público) con éxito. La administración Petro ha sido un desastre, por más que el alcalde y sus defensores nieguen la responsabilidad que a aquél le corresponde.
OTRA ACTUALIZACIÓN: Hoy 9 de julio se publicó una nueva noticia en El Espectador: Presunto atracador murió luego de que ciudadanos le propinaran golpiza. No es un hecho comprobado que fuera la golpiza la causa, pero es posible. Yo me pregunto ¿será este el momento en que la alcaldía tome cartas en el asunto? ¿O nos quedaremos con campañas en cartelitos que digan «no mates a los ladrones que eso es malo»?
Aclaración: No estoy en contra de los graffitis, por el contrario, me parece que, bien hechos, son una expresión de arte increíble. Me alegra que en Bogotá sean legales.
En una próxima entrada les voy a dar la fórmula infalible para escoger alcalde, no solo de Bogotá sino de cualquier ciudad. ¡Garantizado! No se la pierdan.
Quería publicar ayer pero no lo logré. Normalmente salimos los jueves. Muchas gracias a todos los que están pendientes, a los que se tomaron el trabajo de comentar y, sobretodo, de saludar a mi mamá por su cumpleaños. Son ustedes muy queridos, muy formales, ¡adorados carajo! Hoy volvimos a una entrada de opinión, que tenía pendiente hace rato. Estoy organizando otro blog para separar los temas, aunque todavía no sé si dejar acá los temas de opinión y en otro las historias de Andrés (que antes publicaba en http://lepasoaandres.blogspot.com/) o al contrario. ¿Ustedes qué opinan?
Muchas gracias también por leer, compartir, opinar. Lo más grato para un bloguero es que lo lean y lo comenten, y ustedes son los mejores. Por eso volvieron Marmotazos el blog más leído durante un buen tiempo. Nos leemos cada jueves. ¡Chau!
Entradas anteriores: «Le pasó a un amigo: Las Vaqueritas«, «Y no son shantas, son gomas«, «Le pasó a un amigo: Un día Juliana llegó«.
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