Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

Este tema es la excusa perfecta para contarles cosas que no le digo a casi nadie. Pero teniendo en cuenta que sería una conversación difícil prefiero no tenerla. Una conversación difícil no siempre debe ocurrir. Con quien hablo, de qué hablo, y, sobre todo, los motivos por los cuales quiero hablar son las variables para tener en cuenta a la hora de enfrentarse a un momento que sin lugar a dudas puede significar un antes y un después.

La sensación incómoda generada por emociones como el miedo, la angustia o la incertidumbre que surgen cuando pensamos en la necesidad de sentarnos frente a otra persona a revelar lo que pensamos y sentimos, es el indicador más claro de que estamos enfrentados a una conversación que nos dejará expuestos y nos hará vulnerables. Qué importante es tener entonces interlocutores que valoren la valentía de quitarnos la piel para abrir sin restricciones la baraja de palabras que pondremos sobre la mesa. No siempre el interlocutor será amable o entenderá el valor que tiene para el valiente expositor haber tomado la decisión de contar lo que tenía que contar. Por esta razón no todos son o somos los escogidos por alguien más para tener una conversación difícil. Quienes suelen estar más abiertos a escuchar, o aquellos que han demostrado con hechos que sus reacciones son más pausadas y que su capacidad de ponerse en el lugar del otro es más aguda, suelen ser los primeros en recibir información determinante, pues en ellos está el vehículo hacia la moderación del mensaje o hacia la orientación de los hechos.

¿Cómo reaccionar cuando alguien nos habla de algo que duele, o que nos incomoda, o con lo que sencillamente no estamos de acuerdo? “te tengo que decir algo” es la frase que inmediatamente nos predispone a reaccionar. Afortunadamente, muchas veces pensamos en cosas mucho peores que las que nos van a decir, entonces cuando sabemos el verdadero motivo, sentimos un alivio profundo y agradecimiento a la imaginación desbordada que nos preparó para que el golpe no haya sido tan fuerte. En otros tantos casos, no hay imaginación que valga y que suprima el impacto de recibir aquello que realmente no queríamos oír.

Las conversaciones difíciles dependen entonces de quien decide hablar y de quien recibe la información. Pero no siempre la paz y la mesura son los concejeros frecuentes en un momento en el que la tensión se apodera del instante en el que se dijo aquello.  Por eso hay expertos que han dedicado su vida a pensar en cómo tener una conversación difícil. Hay motivadores que impulsan a conversar, hay estudiosos que presentan metodologías, y hay consejeros de turno que siempre tendrán una opinión sobre si decir o no lo que hay que decir.

Dicen los expertos en conversaciones difíciles que estas deben tener siempre lugar. Desde el púlpito del conocimiento los sabios nos tiran a la hoguera cuando se trata de iniciar una conversación que no va a ser fácil, y nos mueven sugiriendo que, si no hablamos, significa que subvaloramos la capacidad del interlocutor para recibir lo que les vamos a decir o que no encontraremos la paz ni la iluminación. Existe un abanico infinito de posibles conversaciones difíciles que podrían tener lugar a lo largo de la vida, pero no todas son necesarias, no en todas encontraremos ni paz, ni luz, ni calma. Sin duda el alivio de hablar, o tender un puente entre dos puntos de vista opuestos son una joya de la cual todos deberíamos disfrutar una que otra vez en la vida. Pero ¿siempre debemos hablar? ¿nuestras palabras son necesarias cada vez que hay un punto de vista distinto, o cuando sabemos que pueden ser un dardo para alguien más?

Hay conversaciones difíciles que deben existir en algún punto, hay otras que no. Y no se trata en estos casos de ocultar una verdad, se trata de no hablar de cosas, ideas o hechos que no tendrán ninguna relevancia en el interlocutor, o que de alguna manera generarán un daño innecesario. Así mismo, si como promotores de aquella conversación nos sentimos disminuidos, o nos duele, o nos lapida o nos destierra, dudaremos de la necesidad de decir lo que tenemos que decir, pero es aquí cuando el fuego interno de autenticidad que nos hace ser quienes somos, o la luz que buscamos en la verdad y en experimentarnos en nuestro estado más auténtico aparecerá, y las consecuencias de lo que digamos será la revelación de un ser más grande, consciente e inquebrantable.

Pero no quisiera que después de este párrafo saliéramos corriendo a decir todo lo que no nos hemos atrevido a decir por buscar desesperadamente una supremacía humana en la verdad. Las conversaciones difíciles pueden o no suceder. ¿para qué tenerlas? ¿qué busco con esa verdad? ¿qué busco con contar lo que pienso o siento? ¿qué me den la razón? ¿convencer al otro de mi punto de vista? Si este es el objetivo creo que es mejor no decir nada. Para tener una buena y real conversación incómoda se necesita un punto de vista diferente, generar una incomodidad, y entre más grande mejor, así será más valioso el momento, y el agua quedará más transparente.

Escojamos nuestras conversaciones difíciles, tengamos muchas, evitemos otras. Si nos dan miedo seguro si debemos tenerlas, si se superpone la soberbia evitémoslas, si causará un daño realmente innecesario, piénselo, si no le importa llevarse por delante lo que sea, pause, piénselo bien también. Hable con calma y criterio, que la angustia no lo detenga y que la incomodidad lo motive.

Compartir post