Los recorridos de ambas carreras para el año entrante demuestran las diferencias entre las perspectivas que tienen para hacer una competencia más atractiva.
Ayer, con la presentación del trazado de la edición 103 del Giro d’ Italia los ciclistas ya tienen a disposición la referencia detallada para elegir sus objetivos de cara a la nueva temporada. Está claro, que es muy complicado que gente como Roglic o Dumoulin, vayan a optar por acudir al Tour, puesto que presenta un recorrido desbalanceado, con poca contrarreloj y muy favorable para los pedalistas de su país; en cambio el Giro tiene un buen kilometraje de crono, que en todo momento le pone la presión a los escaladores para marcar diferencias en las jornadas montañosas, que también están bien repartidas y que invitan al ciclismo de ataque. Y a pesar de que todavía falten 7 meses para la ronda italiana y de que se desconozca la nómina de vueltómanos que acudirán a la prueba, me atrevo a decir que esta carrera está con una gran probabilidad de ofrecer más espectáculo que el mismo Tour.
El Giro es esa carrera que no tiene un dominador claro, que se presta para el desorden y el espectáculo, y más aún cuando aprieta a tanto a trepadores como contrarrelojistas. El contexto de este diseño, obliga a los escaladores a aprovechar cada día para tratar de marcar diferencias, son 6 finales en alto en los que perfectamente el ciclista que no resiste la longitud y altitud de un puerto, puede sufrir, es un buen número de oportunidades para sacar ventaja, pero a la vez parece no ser suficiente por los muchos kilómetros de contrarreloj, quiere decir, que en un día de montaña donde el escalador no sea superior, puede estar perdiendo la prueba, el margen de error es mínimo y eso le pone un ingrediente interesante a la ronda italiana. Desde luego el reto de los expertos al cronometro es el de aguantar en ese tipo de jornadas y dar el golpe sobre la mesa los días de las cronos. El ganador de este Giro será un ciclista completo y pasará por todo tipo de exigencias para acreditarse el triunfo.
El Tour tiene una perspectiva totalmente opuesta. Desde hace varios años ha estado bajo la supremacía del Sky (Ineos actualmente), donde todo el mundo tiene miedo a atacarlos y donde también la organización ha perdido el enfoque, han apostado por trazados favorables para los suyos, no aguantan la sequía de títulos franceses y por cualquier bando busquen que esa falta de triunfos llegue a su fin. El trazado para 2020 escasea en kilómetros de contrarreloj, sus puertos no superan los 2300 metros, son pocos los finales en alto, y varias etapas acaban en muros y descensos, un diseño para alguien explosivo en subidas cortas y con una buena defensa en la contrarreloj, que es capaz de aguantar en subidas largas, pero que explota cuando la altitud alcanza cifras altas, ¿saben quién encaja en todas esas características? Julian Alaphilippe, el mismo corredor que este año estuvo cerca de la hazaña de ganar el Tour.
Y con eso no pretendo desmeritar la calidad de este ciclista, que con pundonor y sacrificio se ganó la admiración de más de un aficionado, pero es innegable que él es el centro de atracción de todo este recorrido, el de un Tour que debe recomponer el camino y pensar en el beneficio del espectáculo y de la equidad, para que motive a todo tipo de ciclistas a que asistan a su carrera, así como se acostumbró a hacerlo el Giro que desde hace rato se convirtió en la gran vuelta más atractiva.
Alejandro Matiz