Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

klebold 4

Las que somos mamás, por momentos largos o cortos, sentimos que tenemos el control de nuestros hijos. Creemos que conocemos sus sentimientos, que podemos leer mejor que nadie sus emociones y pensamientos, y que gracias a nuestros esfuerzos y convicciones tenemos la llave de la mente de estos nuevos seres humanos.

Nada menos cierto. Lo volví a confirmar en estos días con el relato de Sue Klebold.

Nunca imaginó ser la madre de un asesino. 15 muertos , 23 heridos y 17 años después, la mamá de quien acribillara con bombas y armas de fuego a jóvenes de su misma edad – entre los 16 y los 18 años – cuenta lo que significó perder al menor de sus dos hijos y descubrir que después de todo, lo único que buscaba el joven era acabar con su sufrimiento y justificar su suicidio.

Ella nunca lo supo.

En su libro “El Juicio de una madre: la vida tras las secuelas de una tragedia”, la progenitora de uno de los dos autores de la famosa masacre de Columbine ocurrida en Littleton, Colorado, en abril de 1999, cuenta cómo vivió el doloroso duelo de la muerte de su hijo explicando a la vez los devastadores efectos de la depresión, los retos para detectarlos y los enigmas del suicidio en adolescentes. Tres cosas que nunca consideró cuando su hijo aún estaba vivo.

Sus últimos díasEl libro hace un corto recuento de los hechos ocurridos ese trágico 20 de abril hace 17 años.

Impacta la descripción de su tormento cuando tan solo días posteriores a la tragedia y junto con los investigadores del caso hace un recorrido al interior de la escuela donde sucedieron los hechos.

Con pelos y señales habla de su confusión y rabia cuando la ponen a repetir los pasos de su hijo quien con uno de sus mejores amigos, a mansalva y sin contemplaciones, va de salón en salón y de pasillo en pasillo terminando con la vida de 12 jóvenes y una de sus maestras.

Klebold se muestra confundida. Para ese momento tiene en su memoria el recuerdo de un adolescente curioso, atento, inteligente. Un joven con un futuro promisorio, interesado en la tecnología, y sociable. Un ser muy lejano a quien luego es caracterizado como uno de los monstruos de Columbine.

Cuenta en su historia que no olvidará nunca el recuento de cómo hacia el medio día de ese día, Dylan y su amigo Eric terminan con su vida pegándose un tiro en la cabeza en la misma biblioteca donde por años leyeron y compartieron con compañeros y amigos.

Es ahí donde descubre la clave de los hechos. Pasando por el dolor, el miedo, el resentimiento, la rabia y la frustración, esta mujer va entendiendo que la imagen de su hijo era solo una careta, una máscara tras la cual se escondían grietas mentales profundas que sin querer lo convirtieron en asesino.

Y ella no lo vió. Confundió los comportamientos normales de un típico adolescente con los síntomas de una depresión profunda. Iletrada frente a los sentimientos que hundieron a su hijo y alimentaron su suicidio, Klebold narra su historia con la idea de informar a otros padres sobre las altas posibilidades de perder a un hijo a manos de insidiosas y escondidas batallas mentales producidas en gran parte por las presiones sociales típicas de esta etapa de la vida.

Según dice, a diferencia de su amigo Eric, a quien varios psiquiatras califican de psicópata, Dylan era un joven enfermo que buscaba acabar con su propio dolor a través de la muerte.

Al juntarse con Eric logra su cometido llevándose por delante la vida de varios inocentes.

Y es que para los jóvenes pensar en el suicidio es mucho más común de lo que se cree. Según el Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC por sus siglas en inglés), el suicidio es la tercera causa de muerte entre niños de 10 y 14 años, y la segunda entre adolescentes entre los 15 y los 34 años.

Aunque en Colombia desde el 2013 se viene hablando con mas propiedad y conocimiento del tema, aún es un tabú.

La ignorancia o falta de aceptación de las presiones sociales en los colegios, la racionalización de los síntomas depresivos como comportamientos normales de la adolescencia y la falta de información, hace difícil la conexión entre las señales y la gravedad de la situación.

La negación del suicidio como mecanismo de escape evita las conversaciones sobre el tema. Según psicólogos citados en el libro de Klebold, tan solo una pregunta al respecto podría prevenir intentos de suicidio en esta población.

Estar involucrados en la vida de nuestros hijos, indagar, preguntar, conocer a sus amigos. Saber qué dicen en las redes, confirmar sus planes e interesarse por sus pensamientos y emociones es parte del trabajo. Informarse, leer y estar dispuesto a hablar de temas incómodos podría prevenir tragedias como la de Columbine.

Sin embargo es claro que a veces ni lo mejor de nuestro trabajo como padres puede desenredar el complejo mecanismo mental que nos rige y que es a la larga, propio e individual.

 

Compartir post