Por PanzaVidela

El domingo pasado, en el clásico capitalino organizado por la alcaldía, los que asistimos al estadio con la ilusión de ver el homenaje a Pelé, tuvimos que ser testigos  -¡una vez más!- de los desmanes y la violencia que ocasionaron los mismos desadaptados de siempre. Tristemente, los que tuvimos suerte fuimos testigos, otros menos afortunados se encuentran entre las víctimas.

No me voy a cansar ni voy a desfallecer -desde esta tribuna de opinión- en la tarea de hacer un llamado a las autoridades competentes, a los hinchas, a todos aquellos que hacemos parte, de una manera o de otra, de la fiesta del fútbol. Para que hagamos lo que esté en nuestras manos para cambiar -poco a poco- este cáncer de la sociedad que se fue infiltrando en el fútbol. Porque debe estar claro, en contra de lo que afirman peyorativamente aquellos que no gustan del fútbol, que el problema de la violencia es, antes que todo, un problema social que encontró un terreno fértil en los estadios de fútbol. No al contrario.
 
El pasado domingo, sobre las 2 de la tarde, entrando al estadio por el costado de oriental, le pregunté a unos agentes de servicio público dónde podía reclamar mi boleta de entrada gratis. Muy amablemente me invitaron a tomar por un costado de la calle, porque por el otro costado «había peleas entre las barras y mi integridad física corría peligro«.  Finalmente, con suma precaución, logré ingresar al estadio con una boleta que me regalaron unos hinchas «de los buenos».
 
Una vez adentro, me encontré por casualidad con los amigos de la Barra «El Búfalo», quienes muy amablemente me acogieron para ver el partido junto a ellos. Los vi llamando por teléfono a otros miembros de la barra, algunos que querían asistir a la fiesta con sus hijos o familiares, invitándolos a no ir al estadio, pues «la cosa estaba peligrosa».  Cerca a nosotros, en la tribuna, veíamos muchachos de 12 a 15 años, disfrazados de hinchas, algunos durmiendo sobre las bancas (incluso durante todo el partido), otros fumando marihuana, otros más celebrando los actos de violencia que veíamos desde nuestra posición -en Oriental General- en la tribuna de Altas Norte.

Hablando con los compañeros de la barra, reflexionábamos sobre lo triste de la situación. Sobre el porqué los hinchas de bien habían tenido que renunciar (no ahora, sino desde hace muchos años) a ir al estadio. El fútbol convertido en sinónimo de violencia, de vandalismo, de guerra.  Mi señor padre, quien viera las hazañas del joven Pelé, quien asistiera a aquel famoso juego donde fue expulsado en el Campín por el «chato» Velásquez, y quien hubiera querido ir al homenaje al Rey Pelé, ya me había dicho años atrás: «Mijo, yo al estadio no vuelvo, para que me den una pedrada sobra tiempo». Y así, como él, son muchos hinchas de bien, gente decente y sana que solía asistir al estadio a disfrutar de la fiesta del fútbol, que nunca más volvieron.

Ellos nunca más regresarán, eso está claro. Pero yo sí creo que así como el problema fue creciendo gradualmente, entre todos, si trabajamos por cambiarlo, podremos lograrlo. Para que el día de mañana nuestros hijos y nosotros mismos, podamos volver al estadio a disfrutar de la fiesta del fútbol en paz y armonía. Para que regresen los tiempos en que el grupo de amigos hinchas de equipos rivales puedan volver juntos al estadio. Porque la lógica invita a pensar que los que tienen que renunciar a ir al estadio no somos los hinchas de bien, sino los vándalos y los gamines disfrazados de hinchas, esos desadaptados sociales que nada tienen que ver con el fútbol.

Este problema es mucho más serio de lo que muchos piensan. Las peleas y riñas en las tribunas de un estadio no son sino la punta del iceberg. El problema viene de las calles, de la oficina, de los colegios. De la falta de tolerancia y respeto que nos caracteriza. La buena noticia es que todo se puede cambiar. Así reciba críticas por este escrito, no voy a desfallecer en la misma y repetida invitación. Al respeto, a la tolerancia, a que aprendamos a convivir con aquellos que opinan o piensan diferente a nosotros. Es la única manera, ese es el único comienzo. Porque los únicos beneficiados o perjudicados siempre seremos nosotros mismos. El fútbol no es sino un pretexto.

¡Saludo albiazul!