Por PanzaVidela

Esta mañana vi la foto del grupo de jugadores antes de subirse al avión. Orgullo, felicidad y sueños de gloria en un equipo que por primera vez en su historia jugaba la final de la Copa Suramericana. Cuentan que el pequeño municipio de Chapecó, ubicado al oeste del estado de Santa Catarina, estaba completamente transformado por el inesperado éxito internacional del equipo. Toda la ciudad se había convertido en una gran familia unida por una ilusión llamada Chapecoense. Basta con imaginar cualquier pueblo desconocido de nuestro folclórico continente enceguecido por la ilusión más noble que pueda existir: el fútbol.

Era tal la felicidad que reinaba en el Chapecoense que su director técnico -Caio Júnior- había expresado esta irónica frase -días atrás- luego de la clasificación a la final de la Copa: «si muriera hoy, moriría feliz».

El equipo brasilero tenía programado viajar en un Airbus 320, pero debido a una desautorización de la autoridad aeronáutica brasilera tuvo que volar en un vuelo charter desde Santa Cruz de la Sierra en Bolivia. Viajó en un avión cuya autonomía de vuelo no alcanzaba a cubrir la ruta programada. Imposible creer que en 2016 suceda ésto. Un dato revelador: el piloto principal era el mismo dueño de la pequeña compañía.

Una vez conocida la tragedia los jugadores, cuerpo técnico y directivos del Nacional expresaron su tristeza y oficialmente enviaron a la Conmebol la loable petición que se le otorgue el título de la Copa Suramericana al grupo de jugadores que a esta hora descansa en paz.

Si la Conmebol acepta sería un noble y digno homenaje hacia un equipo cuyos sueños de gloria habrán sobrepasado nuestra condición humana. Y en su pueblo podrán escribir en alguna pared de barrio: «Chapecoense Campeón».