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 Este mes se conmemora los 30 años del Nobel de García Márquez. El reconocimiento que se le ha brindado en Colombia, México, su país de residencia desde hace más de cuatro décadas,  y en general en el subcontinente americano y el mundo entero, corrobora la importancia de su figura;  y claro de su obra y su legado, que el escritor tolimense William Ospina sintetizó en una entrevista: «Gabo nos enseñó la manera de reconocernos a nosotros mismos».

En esta entrega, tres historias, anécdotas, que en un escritor célebre emergen con fertilidad; relatos en detalle para acercarnos, y si es posible, conocer al Nobel colombiano.

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Historia desde El Rascacielos
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García Márquez llegó a Barranquilla en 1953 para trabajar en los diarios El Heraldo y Crónica. Su labor era lo que hoy denotamos como un «todero»: desde notas editoriales, columnas, perfiles, reportajes, cuentos improvisados a última hora, y lo que hiciera falta para cerrar la edición. El pago no era bueno: 4 pesos por un editorial ó 3 por una columna, por lo que tuvo que vivir en un burdel del centro de la ciudad, precisamente, a la vuelta del periódico. Alfonso Fuenmayor le apodó El Rascacielos, y allí, en el cuarto piso, en un cuarto pequeño y acalorado, con dos camisas, dos pantalones, un par de calzoncillos, y los borradores de su novela «La Casa» como únicas posesiones, vivió dos años.

  En los días que no tenía con que pagar el alquiler diario de la pieza dejaba las hojas de su novela -que estaba envuelta en una agenda de piel fina que salvó de los desmanes del Bogotazo- al vigilante del burdel, quien comprendía bastante bien que al joven escritor lo único que le importaba en este mundo era ese cartapacio. Gabo se hizo amigo de las muchachas que trabajaban en el Rascacielos, les escribía cartas de amor para sus novios o engaños retóricos a sus padres. Ellas en agradecimiento lavaban y planchaban su ropa, y organizaban su habitación.

  Un amigo suyo del Grupo de Barranquilla en una de las infinitas tertulias en La Cueva, una especie de bar bohemio, comentó que Gabo era el tipo más afortunado de este mundo por vivir en un burdel y ser amigo de todas las trabajadoras. Gabo, sin atosigarse por la envidia ajena le dijo que así como un chef pasaba todo el día en medio de alimentos, recetas y platillos, no comía lo que hacía por fisico tedio. A él le pasaba lo mismo.

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La primera marcha política

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La primera vez que Gabo fue a un evento político fue en marzo de 1948 en la Marcha del Silencio convocada por el líder Liberal Jorge Eliécer Gaitán. Apático a cualquier cosa que tuviera relación con lo político (siempre recordaba la espera perpetua de su abuelo por la pensión de veterano), aislado de la realidad social del país, que se encaminaba irremediablemente hacía una guerra civil, el joven estudiante de Derecho  vivía entre las clases en la Universidad Nacional en las mañanas y las tardes de lectura voraz, «con una lista de libros prestados con tiempos estrictos de entrega».

  Los fines de semana los pasaba en Cafés como El Automático o El Molino, escuchando las eternas tertulias de los poetas grandes del país que allí se reunían: León de Greiff, Eduardo Carranza, Eduardo Zalamea Borda y otros. Recuerda Gabo que todos en la pensión estaban alarmados por el creciente clima de tensión en sus regiones, las cartas que llegaban de sus familias estaban acompañadas de malos presagios y ruegos por el cuidado y la sensatez de no inmiscuirse en cosas políticas en Bogotá. Él no percibió esta atmósfera hasta cuando fue a la Marcha del Silencio.

  Escribió en sus memorias «Era una multitud ataviada de negro en un silencio desgarrador en el que podía oírse respirar», caminaban con antorchas y la consigna dictada por el mismo Gaitán de cero palabras y aplausos. Se trató de un acto simbólico en protesta por la persecución y asesinato de líderes y simpatizantes liberales a manos de la policía conservadora, apodada como Chulavitas o Pájaros. Gabo caminaba al lado de una mujer que musitaba oraciones en ademán de plegaria y un rosario en sus manos. Un hombre la regañó: «Señora, por favor….». Ella hizo un gesto de «!perdón¡», y volvió a concentrarse en su plegaria.

  En ese acto conoció de primera mano la realidad del país, semanas después la encontraría de frente en el Bogotazo. Esta misma mujer, unos momentos después de ser abaleado Gaitán en la esquina de la Séptima el 9 de abril y conducido de urgencia a la clínica Central, fue hasta el charco de sangre todavía caliente y espesa, humedeció su pañuelo entre la sangre y lanzó un grito desgarrador:

– «Hijueputas», «…me lo mataron».

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El Coronel en París
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Tras el éxito del Relato de un Náufrago, Gabo fue a Europa en 1955 para cubrir la Conferencia de los Cuatro Grandes (Estados Unidos, Unión Soviética, Francia e Inglaterra) y escribir crónicas desde Roma, El Vaticano y la Europa Oriental. Unos meses después El Espectador fue clausurado por la dictadura de Rojas Pinilla, que le envío un cheque junto con el pasaje de vuelta a Bogotá. Gabo decidió reembolsarse el dinero y alquilar un cuartucho en el Barrio Latino, en el que sobrevivían jóvenes artistas, escritores que venían a probar suerte en París en un intento desesperado por alcanzar el reconocimiento y la fama.
 
 Con el paso de los días el dinero se acabó y Gabo se enfrentó a la miseria con toda suerte de trucos y artificios: dormía de día y escribía de noche, «para engañar al hambre», vendía botellas que recogía en los botes de basura de restaurantes y catas de vino; incluso, comía en comedores públicos improvisados en la calle, en el que en diferentes cazuelas se preparaba caldo con el mismo hueso de res que un vendedor prestaba por poco dinero. Además, cuando no tenía con qué pagar el alquiler de su cuarto en la pensión, su dueña lo dejó vivir gratis en la buhardilla del edificio durante más de un año.

   En esta época escribió su primera novela, El Coronel no tiene quien le escriba, en clave de sus vivencias y los recuerdos de su infancia en Aracataca. La historia del Coronel es una metáfora de sí mismo: terco y obstinado por no vender su gallo de pelea, que encarna el honor, vive con su mujer cuyos reclamos incesantes lo perturban inicialmente y luego harán parte de la rutina en una especie de fondo musical en la espera infinita por la pensión de guerra. Gabo en estos días tenía un romance con la actriz de teatro española Tachia Quintanar, que intentaba ayudarlo con algún dinero que ganaba lavando platos o barriendo bares. Ella recuerda que Gabo no prestaba ninguna atención a sus reclamos y quejas, lo encontraba absorto escribiendo en las mañanas, ataviado con una ruana raída, el gorro de lana para protegerse el frío y unos guantes gastados en las yemas de los dedos de tanto hundir las teclas de la máquina de escribir.

   Gabo en tono de sorna le decía cada día: «¡llegó la Generala!».
 

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Archivo de imágenes: Rodrigo García Barcha, años setenta en Barcelona escribiendo el Otroño del Patriarca; Manuel H. Registro fotográfico de El Bogotazo, archivo personal; Atget, París, años veinte.

En Twitter @ferchorozzo

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