El repudio al varón que cobra por dinero es milenario. Aunque es considerado el oficio más antiguo del mundo, los trabajadores sexuales masculinos  componen un grupo complejo, diverso y poco visible porque no existe un arquetipo conocido o bien definido.

En el oficio de la prostitución masculina se identifican diferentes tipos de actividades, la primera de ellas y la más visible es el turismo sexual que se da en lugares atractivos para vacacionar como las playas de los países del sur de Asia o la red de proxenetismo que dejó más de 250 víctimas en Cartagena. Organismos internacionales calculan que hay un millón de personas en el mundo prostituyéndose, y el negocio mueve unos cinco mil millones de dólares por año. En medio de todo esto, Sri Lanka le quedó, como especialidad, los chicos.

En México se les dice chichifos o prostitutos. En Cuba se les llama jineteros y pingueros. En Argentina, taxiboys. En Ecuador, cacheros. En Perú, fletes. En Colombia, prepagos o pirobos.

Así lo explica Camilo Ernesto Morales, antropólogo bogotano, 33 años, egresado de la maestría de Estudios de Género de la Universidad Nacional, que hizo una investigación sobre la prostitución masculina en Chapinero en 2010, en la que analizó de primera mano la conformación del mercado sexual, la relación de categorías de la sexualidad y las percepciones de los propios sujetos acerca de su oficio en la ciudad.

Gabriela Wiener cuenta en su libro de crónicas Sexografías que “el sexo es un contenedor infinito donde cabe el mundo, un espejo empañado en el que cualquiera puede reconocerse, aunque sea en voz baja”.

La prostitución masculina era un oficio bastante común en la Grecia antigua: solía ser practicada por esclavos procedentes de la guerra (quienes pagaban impuestos por ejercerla) y también por quienes eran considerados no-ciudadanos. Un hombre adulto, miembro de la polis, que fuese acusado  o señalado de ser un puto o pórnos, se exponía a la total restricción de sus derechos civiles y políticos. El legislador Solón fundamentaba tal prohibición sobre la base de que “aquel que vende su cuerpo por dinero igualmente puede vender los intereses de la comunidad”. Además del juicio moral y social que recaía sobre los ciudadanos que se atrevían a prostituirse, sus padres contaban con la atribución de marginarlos y desheredarlos legalmente.

 

Ecos del rechazo al varón que se prostituye se han hecho sentir en Latinoamérica dos milenios más tarde. Josecarlo, un joven de extracción humilde, se hizo estrella por aparecer en un talkshow de la televisión abierta chilena. “La mayoría de mis clientes son heterosexuales y tienen familia”, reveló en aquella ocasión (junio de 2013) el joven puto ante su boquiabierto anfitrión. Esa mima anoche el hashtag #SoyPuto se volvió trending topic en Chile. En el mundo. Hoy Josecarlo escribe columnas de opinión, milita en el Colectivo Universitario de Disidencia Sexual (CUDS), y acaba de publicar su libro #Soy Puto, el cual reúne diversos relatos autobiográficos, cuentos porno, ensayos feministas, crónicas denunciantes y columnas de opinión sobre el aborto, la prostitución y la diversidad sexual.

La primera referencia sobre la prostitución masculina aparece en la que se considera la obra clásica de la prostitución en el país: La prostitución en Colombia (1970), en la que el autor advierte que su análisis no incluye la prostitución entre hombres, por ser un fenómeno fuera del alcance de su estudio. En forma concordante y aunque algunos testimonios mencionan la existencia de prostitución masculina en un bar del centro de Bogotá ya en los años cincuenta, la primera referencia clara se ubica en los años setenta en los bares ‘Arlequín’ y ‘El Farol’ del centro y ‘Yango’ de Chapinero. También se habla de prostituidos hacia 1977 en la Plazoleta de Las Nieves y en los alrededores de los cinemas de la calle 24, en el centro de Bogotá. Un grupo particular de prostituidos en los años ochenta era el de 22 muchachos que prestaban el servicio militar, los cuales “no se sentían ejerciendo un oficio y consideraban esta práctica solo como una manera transitoria de resolver su falta de solvencia económica”.

A finales de los años noventa e inicios de milenio, el tema irrumpe en definitiva (Calles de San Francisco se hicieron conocidos en los noventa). Se escriben monografías e investigaciones sobre el tema. Los prostitutos, dice Esteban Salazar, son un producto urbano, de medias y, especialmente, grandes ciudades.

En cada lugar hay una manera específica de acceder: en la calle los contactos con los clientes se dan en carro o sin él; en los bares a través de charla directa y citas por internet y teléfono, en los videos y saunas a través de los empleados de estos lugares y de los que realizan shows especiales como strippers y divas.

Así las cosas, la investigación de Camilo Morales es una etnografía en los lugares donde se da el contacto entre el cliente y el trabajador sexual, y las especialidades del oficio: pirobo, stripper, masajista. La rentabilidad del negocio depende del cuerpo del trabajador sexual, de los lugares a los que tenga acceso y de la disciplina en el trabajo. Las tarifas encontradas por Morales en campo varían desde tres mil hasta cien mil pesos, que puede subir hasta doscientos mil pesos en una noche.

¿Los putos son un tema poco estudiado en Bogotá?

En parte, la mayoría de trabajos realizados se encuentran dentro de las ciencias de la salud y programas gubernamentales, producidos desde una perspectiva biomédica y esencialista, que privilegian la mirada desde fuera, analizan la prostitución (masculina y femenina) como un problema que involucra códigos de policía, saber médico prostibulario y rezagos moralistas; y a quienes la ejercen, enfermos, personas miserables que necesitan ayuda para salir de ella. En ningún momento consideran a las personas involucradas como sujetos, ni les interesa su manera de pensar respecto a su oficio.

 

¿Las categorías de identidad de género e identidad sexual se asocian con las prácticas sexuales de una manera directa?

Las preferencias en las prácticas sexuales que se mercantilizan, mantienen y reproducen la dominación masculina: se paga más a las personas que se especializan en prácticas sexuales asociadas con la masculinidad, como la penetración, que a los trabajadores que realizan prácticas sexuales más variadas asociadas con lo femenino.

 

¿En qué se diferencia la prostitución masculina de la femenina en la ciudad?

La masculina es invisibilizada por la sociedad porque su ejercicio vulnera el ideal de lo masculino. Los sujetos que intervienen son considerados liminales: los trabajadores son discriminados por su profesión, que es catalogada como despreciable y va en contra de la dignidad humana y, a su vez, discriminados por sus prácticas sexuales “antinaturales” o “pervertidas”.

Por otra parte, cada trabajador sexual se maneja a sí mismo; se establecen alianzas de protección entre ellos pero no se encuentra la figura del proxeneta (encargado de brindar protección, cobrar el pago y vincular a nuevas trabajadoras sexuales), tan famosa en la prostitución femenina.

 

¿Los putos masculinos ganan más que sus compañeras de oficio?

Una de las motivaciones para incursionar en esta investigación fue la idea de comprender los modos en que la dominación masculina se transforma a través de las prácticas sexuales. Sin embargo, en el caso de la prostitución esto no ocurrió. Las prácticas obedecen a un mercado y el mercado reproduce las jerarquías de género; la manera más clara de verlo es que el trabajador sexual viril es mejor pago que el femenino.

 

 

¿Hay exploraciones eróticas vedadas, algún tabú?

Las prácticas asumidas como eróticas y por las que se paga están basadas en la relación pene-ano, penetración. El resto de exploraciones eróticas entre hombres no se mercantiliza, no tienen un precio especial, no están vedadas, pero ningún trabajador sexual las menciona.

 

Entonces, ¿cómo entendió o clasificó el mercado erótico masculino? ¿Hay diferencia entre roles de género y roles sexuales?

Mi propuesta es combinar la actuación del individuo para buscar clientes y la práctica sexual que vende o realiza por dinero. De este modo, se explican las categorías sociales que ellos mismos tienen. Para ser claros: la actuación en el mercado es masculina y femenina, y las prácticas masculinas son penetrador, ávido anal y versátil.

 

Penetrador, ávido anal, versátil, ¿podría explicar estos rótulos en la prostitución masculina?

Yo tomo como base a Gilles Deleuze que habla del corte y el flujo de deseo. Así, las prácticas en Chapinero privilegian las relaciones pene -ano, e invisibiliza otras, por ejemplo boca-ano. En Chapinero las prácticas masculinas que encontré en mi trabajo de campo, las clasifiqué en esos roles sexuales.

 

En la prostitución masculina participan menores de edad, una relación entre el cuerpo y el Estado. ¿Qué opina de esta relación?

El menor de edad en Colombia es considerado incapaz de decidir sobre su cuerpo y su sexualidad, por esto se cree que no hay autonomía en la decisión de dedicarse a este oficio. Existe la imagen de que son manipulados y obligados por terceros; estos terceros supuestamente son mayores de edad y, por traficar con menores de edad, delincuentes.

En mi trabajo de campo ese consenso moral se vio relativizado: muchos menores de edad manifiestan haber tomado una decisión por sí mismos, relacionada con una búsqueda de autonomía para no depender de sus padres y ayudar a sus familias. Algunos de ellos, que estuvieron en programas gubernamentales de rehabilitación, se burlan de esos programas, de las prácticas sexuales que mantenían en los sitios a donde los llevaban y del trato de niños que les proporcionaban, muy lejos de su realidad.

 

¿Qué sucede en el día a día de estos chicos?

En la vida cotidiana hay  persecución por parte de las autoridades con el objetivo de entregarlos al ICBF u otra entidad que se haga cargo de rehabilitarlos y buscar al adulto responsable de la situación del menor. Para ellos, el ejercicio de la prostitución resulta más riesgoso por esta situación. Si se les diera un estatus de sujetos autónomos y autodeterminados, se podría negociar con ellos maneras de dignificar su trabajo y garantías para su vida en las calles y en la relación con sus clientes.

 

Pero eso es un deber ser que se estrella con la realidad…

La discusión sobre la autonomía es compleja, porque está en juego la cuestión de los derechos de niños y niñas, los límites de la moral pública y la moral sexual con respecto a los niños, niñas y adolescentes. Tampoco quiero dar a entender que el oficio se da en condiciones favorables para ellos. Precisamente la prostitución está asociada con situaciones de marginalidad del oficio y de los sujetos que la practican.

¿Cómo se relaciona su trabajo con el tema de derechos sexuales?

Lo que aparece en mi investigación es la práctica de la sexualidad de un sector doblemente liminal para la sociedad bogotana: “putos” y además “maricas”. Es por esto que se evidencia la autonomía en el ejercicio de la sexualidad, al igual que la diversidad de conceptos respecto a lo digno e indigno y el derecho a escoger la manera de vivir su sexualidad.

Se trata de una realidad invisibilizada del ejercicio de los derechos sexuales. La prostitución, así como las prácticas sexuales de menores y las prácticas sexuales por fuera de lo conyugal, forma parte de esas reivindicaciones políticas. Tenerlas en cuenta puede contribuir para avanzar hacia una sociedad menos puritana y confesional y, a su vez, dejar claro que la agenda de derechos sexuales va más allá de las leyes sobre parejas del mismo sexo.

 

En Twitter @Sal_Fercho

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