Hortensia Bussi conoció a Salvador Allende en el Terremoto de Chillán, en 1939. Seis meses después se casaron y fueron padres tan pronto como pudieron. ‘La Tencha’, el apodo con el que es conocida en Chile cuenta que la vida le cambió el 11 de septiembre de 1973 en el golpe de Estado en el que Allende murió: ‘El Pinochetazo’. Desde entonces, Hortensia conoció el odio, el deseo de venganza y el desquite ante los militares traidores, encabezados por Augusto Pinochet.

En una serie de entrevistas hechas en los años ochenta en México, país que recibió a su familia tras el golpe, ‘La Tencha’ recuerda que el joven Allende era una mezcla de masón y líder estudiantil socialista con un agudo sentido del humor y un alto sentido de humanidad. Pero era confiado, y esa fue su pérdida.

Este texto fue elaborado con fragmentos de entrevistas y blogs del diario francés Le Monde, la revista chilena La Lamentable, y con archivos audiovisuales de la RTVE.

 

¿Dónde estaba el 11 de septiembre de 1973?

En Tomas Moro. Nuestra residencia.

 

¿Qué pasó los días anteriores?

El día 10, lunes, trabajé como siempre en La Moneda. Por la tarde se celebró una conferencia de prensa y me llamó la atención la cantidad de periodistas que asistían. No era habitual que asistiesen tantos. […] Por la noche nos reunimos en nuestra residencia en Tomás Mor, en Santiago de Chile. Le pedí a mi hija Isabel que cenase con nosotros para explicarle a Salvador el balance de nuestro viaje a México. Él nos había hecho unos encargos: unas chaquetas de sport… se las probó, le quedaban perfectas, se miró en el espejo del baño y dijo una frase que nunca olvidaré: “A ver si estos me dejan usarlas”.

El golpe era inminente, Salvador Allende pensó en convocar a un plebiscito. “Que sea el pueblo quién decida si quiere que me vaya o me quede”, dijo Allende en una de sus últimas entrevistas.

(La salida constitucional a una situación tensionante, que amenazaba con desembocar en una guerra civil entre los detractores de la Unidad Popular y los que apoyaban a Allende. Además, la conspiración camuflada entre secretarios y ministros de Economía y Guerra había abandonado cualquier disimulo. El mismo Allende lo sabía.

Elegante, de gustos finos apareció en revistas internacionales, como la francesa Vogue, por su elegancia en el vestir. La Tencha murió en el 2009, a los 94 años. 

 

¿Qué estaba haciendo en la mañana del 11 de septiembre?

Yo estaba muy cansada tras el viaje de México y me fui a la cama sobre la 1:30 de la madrugada. No me desperté hasta que Salvador me llamó por teléfono. Miré el reloj: eran exactamente las 7:45. Mi sueño había sido profundo. No había oído nada. Salvador me dijo: “Te hablo desde La Moneda. Ha habido un golpe. Valparaíso está tomada por los golpistas”. Luego añadió: “La situación es crítica pero no desesperada y te pido que llames a nuestras hijas y que vayan a reunirse contigo en Tomás Moro”. Yo le pregunté: “¿Tú crees que eso es lo más seguro?”. “Sí”, me respondió. “Que vayan con los niños. Yo resistiré. Creo que todavía puedo contar con la lealtad de los carabineros y de sectores de la aviación”. En esa hipotética lealtad se basaba su confianza al decir que la situación.

 

¿Logró comunicarse nuevamente con Allende aquella mañana?

En el curso de la mañana traté inútilmente de comunicarme con Salvador en La Moneda. Cada vez que llamaba me decían que estaba reunido. Incluso me comuniqué con el subsecretario de Interior, Daniel Vergara, colaborador leal, quien me dijo: “El presidente no se puede poner al teléfono”. Le pregunté que estaba diciendo Salvador. Vergara me explicó que estaba pidiendo que las mujeres –nueve, contando a Isabel y a Beatriz (sus hijas)- y todo aquel que no supiera manejar un arma debía abandonar La Moneda porque salvador no quería el sacrificio de nadie.

Luego supe que también le había pedido a Joan Garcés que se marchase porque, le dijo, alguien tenía que escribir la historia de lo que había pasado. “Alguien debe contarlo y ese alguien eres tú”, le dijo.

 

¿Cómo fue la despedida de Allende y sus hijas, Beatriz e Isabel?

La despedida fue trágica. Salvador las sacó a empujones, sosteniendo un arma en las manos. Ellas lloraban, conscientes que le veían vivo por última vez. Unos momentos antes le dijo “Ustedes deben estar con su madre”, les ordenó a Isabel y a Beatriz, embarazada de siete meses, cuando las dos le dijeron que querían quedarse con él hasta el final.

 

¿Quiénes se quedaron con Allende en la casa de Gobierno?

Con Salvador se quedó un reducido grupo de leales, no más de cuarenta personas, que murieron con él. Yo, mientras tanto, seguía insistiendo con el teléfono. Llamé a varios comandantes en jefe con los que nos había unido una buena amistad pero ninguno de ellos se puso al aparato. Tomé conciencia de que se iba a hacer realidad la frase que había escuchado en boca de Salvador: “No saldré vivo de La Moneda. Me tendrán que sacar en un ataúd”. Dejé la residencia de Tomás Moro y busqué refugio en el domicilio de un matrimonio amigo.

 

¿Cómo fue el proceso del exilio en México?

Llegué a México solo con lo puesto. En el aeropuerto nos esperaban el presidente Echevarría, altos cargos del gobierno y periodistas […] Beatriz (la hija predilecta de Allende) nunca asumió su salida de La Moneda. Siempre consideró que traicionó a su padre al abandonarle. Eso y otras muchas circunstancias la  llevaron al suicidio. Siempre me quedará el peso de no haber estado más con ella en su exilio en Cuba, donde Beatriz se sintió muy sola. Pero el exilio es eso: soledad.

En el golpe de Estado, Allende le telefoneó desde La Moneda para decirle que iba a morir allí, bajo los cascotes y las bombas.

 

¿Cómo fue el entierro de Allende?

Cuando me entregaron el féretro lo abrí. Un velo blanco cubría el cadáver. No me dieron tiempo a retirarlo, poder ver por última vez el rostro de Salvador. Un militar me cogió la mano en el momento en el que yo iba a levantar aquel velo y me dijo que luego lo vería, pero me engañó porque sellaron el féretro y cuando el 12 de septiembre llegamos al cementerio de Viña del Mar ya no pude ver el cadáver.

 

¿Quiénes la acompañaron ese día?

La triste comitiva la formaba mí cuñada Laura, dos sobrinos y yo. El cadáver de Salvador llegó en un avión militar destinado al transporte de tropas. El cementerio estaba tomado por soldados armados con metralletas listas para disparar. Como si el pequeño séquito fuese peligroso.

Cuando el carretón con el féretro en el que yacía el cuerpo de Salvador estaba junto al nicho en el que iba a ser enterrado tomé un puñado de flores de otras sepulturas y al tiempo de arrojarlas sobre el féretro dije a los presentes que debían saber, para que se lo contasen a sus familiares, amigos y vecinos, que estaban enterrando a Salvador Allende, presidente de Chile.

 

En Twitter @Sal_Fercho

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