Ojalá este grosero y amenazante vericueto vocal del pastor Arrázola, y la acusación de malabares financieros de él y su familia, no caigan como peste de langostas sobre el buen trabajo que hacen muchas iglesias en Colombia.
Por un inesperado resquicio que dejaron la confesión sobre la entrada de dineros de Odebrecht a la campaña de Juan Manuel Santos y el descarado acto de unción y coronación de Germán Vargas Lleras, alcanzó notoriedad la noticia sobre el pastor Miguel Arrázola.
Fue titulada de una manera inconveniente y provocadora, mezclando peras con manzanas: “Acusan a pastor del ‘No’ en plebiscito de amenazar a periodista”. El asunto comienza con estas palabras lanzadas por el pastor de la iglesia “Ríos de vida”, en Cartagena, contra el periodista Lucio Torres, según relata el corresponsal de El Tiempo John Montaño: “Como sabes que no te puedo pegar, que bien te mereces un par de garnatá (bofetada), pero yo tengo unos manes ‘tablúos’ (fuertes) que te pueden hacer la vuelta y matarte, dale gracias a Dios que soy nacido nuevo y que tengo el Espíritu Santo en mi corazón, porque si no fuera así, hace rato estuvieras en la ciénaga de la Virgen boca abajo”.
No son, claro, palabras de un pastor sino de un matón. Torres asegura que Arrázola y su familia hacen un uso no santo del diezmo tributado por sus seguidores y que la iglesia está más bien convertida en ríos de plata. Afirma la nota que hay un video donde pasa lo más grave y es que los fieles asistentes celebran y aplauden los improperios de su guía. La esposa de Arrázola denuncia una persecución contra su familia mediante “publicaciones de seudoperiodistas, con videos editados, frases fuera de contexto, testimonios falsos y chismes de esquina de barrio”. Todo causado, dice ella, por la decisión de votar “No” en el plebiscito. Torres dice temer por su vida.
Aunque cada una de las partes de este relato (religiosas, políticas y mafiosas) parece sacadas de los países violentos del África subsahariana, el hecho merece algunas reflexiones. Que por supuesto, vayan más allá de las primarias manifestaciones de señalar a las multiplicadas iglesias y a los acrecentados pastores de explotar a su feligresía y constituir la oración en una mina de oro.
Vamos, pastores, vamos
Hace algunos días escuchaba una charla del pastor Rick Warren, en la que explicaba en términos muy interesantes esta figura de quien guía a las ovejas. El pastor es definitivo en su vida, pues estos mamíferos cuadrúpedos son animales muy vulnerables, tanto en su existencia cotidiana de interminable pastar como en su reacción ante el pánico, lo imprevisto y los depredadores. La condición precaria de su dentadura hace que sus hábitos alimenticios de supervivencia se puedan convertir en un mecanismo de muerte.
La figura del pastor y las ovejas es milenaria en la representación de las iglesias. Son los primeros animales mencionados en el Antiguo Testamento, y pastores eran Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, el Rey David y hasta el profeta Mahoma. La analogía de cordero y sacrificio es una constante religiosa.
Las congregaciones solían antes, más que ahora, recibir el nombre de rebaños. Y solo Cristo es el cordero de Dios y al mismo tiempo el Buen Pastor.
Pero como mi tarea no es la exégesis mística, luego de citar estos componentes históricos paso a explicar porqué lo hice. A las iglesias, católicas y cristianas, acuden personas vulnerables. Unas porque han reconocido felizmente que son pobres de espíritu (que no es otra cosa que asumir la necesidad de Dios en sus vidas) y otras porque situaciones de descalabro humano las impulsan a buscar el apoyo divino. En este grupo pueden estar quienes sufren la enfermedad propia o de sus seres queridos, los traspiés económicos, el desconsuelo del desamor o la turbulencia de pasados que arrastran con adicciones y falta de carácter, penas todas que derriban la prepotencia innata de los seres humanos y son depredadores de la felicidad, que es el significado natural de la bendición.
El pastor, y vale entonces la analogía con las ovejas, es definitivo. Además de la función natural de divulgar la palabra bíblica y propiciar la oración –que es la llave maestra–, se convierte en animador, recreador, consejero, inyector de ánimo y esperanza, líder scout en la dura caminata montaraz de la existencia, pintor de sueños y apoyo señero en esta tarea de vivir, que resulta más confusa e inasible en un país como el que tenemos actualmente.
Las tres del tintero
Tres elementos se pueden confabular para torcer el camino de los pastores. El primero es su grado de influencia. Puede ser bueno cuando transforma vidas e infunde ganas de vivirlas en la fe y en el temor de Dios, que tampoco es lo que se piensa. Pero muchas veces, puede malograrse y abusar de su feligresía, como las noticias informan aquí y en otros países en cuanto a aprovechamientos sexuales y económicos.
Este último punto, la platica, es crucial. Muchas iglesias cristianas han contravenido la antiquísima prédica católica de la pobreza física como condición ineludible de entrada al Cielo. Es más: animan a sus feligreses a realizar emprendimientos con provechosos resultados financieros, para mantenerse ellos y sus familias en una condición de bienestar que ni La Biblia ni el Dios eterno les niegan ni prohíben. Les recuerdan, eso sí, que no se olviden ni de su Creador, ni de su prójimo, ni de este mundo de inequidad cuando tengan los bolsillos llenos. Ni que tampoco hagan caso omiso de su iglesia.
Es allí cuando aparece el diezmo (segundo elemento), cuya etimología se refiere al 10%, y es una forma de aportar al más básico sostenimiento de la iglesia. Cuando llega la hora de criticar o de calificar aprovechamientos económicos como de los que se sindica al pastor Arrázola y a su familia, el diezmo siempre cae en la red de la malicia. Y en una lógica perspicaz se deduce una forma de exprimir la fe y se concluye la tontería de los contribuyentes.
Un tercer elemento en el que se puede desviar la intención de los pastores es en el llamado “Voluntariado”. Que es poner a trabajar a la gente en términos de “servicio” y atravesando la frontera del abuso. Es una línea delgada que los pastores sabios y competentes mantienen bajo continua supervisión. Recostarse en la noción de “voluntariado” para no pagar por el trabajo es, por lo demás, una práctica institucional de los que manejan grandes fondos y donaciones sobre los que no se ejerce mucho control y tampoco se audita verazmente en la enredada trama de los subsidios y las calamidades nacionales.
¿Por qué y para qué?
Ojalá este grosero y amenazante vericueto vocal del pastor Arrázola, y la acusación de malabares financieros de él y su familia, no caigan como peste de langostas sobre el buen trabajo que hacen muchas iglesias en Colombia.
Me consta que tanto pastores y sacerdotes como congregaciones ayudan a vivir y sostienen en fe el ánimo de innumerables personas, especialmente las de edades avanzadas que viven en una infame soledad y en una devastadora orfandad social. La iglesia, para ellas, es una verdadera familia.
No soy un fanático religioso ni hago proselitismo, como me calificaron algunos comentaristas de la nota anterior de este blog que testimoniaba mi búsqueda http://blogs.eltiempo.com/motor-de-busqueda/2017/03/13/creo-en-dios-padre-todopoderoso/
Me agrada y coincido con una aseveración de Rick Warren (de quien ya hablé y que además, es el autor del valioso libro Una vida con propósito). Tiene que ver con que Jesús no vino al mundo a darnos una religión sino a liberarnos de ella, para que tuviéramos una relación directa y verdadera con Dios.
Conozco pero no soy parte activa de la Iglesia El Encuentro -Alianza Cristiana de Colombia, disfruto de la amistad humilde de sus pastores, a quienes sé probos y bienhechores y muy poco seducidos por la bien llamada ostentación, contra la que disponen como muralla su visible sencillez. Me sorprende el auge de la asistencia y lo que pasa en “El lugar de Su Presencia”, y tengo la mejor impresión de la Iglesia Cristina «Semillas de Vida» y de la tarea edificadora del pastor Camilo Bedoya y de su esposa. Y me divierte mucho escuchar al párroco de la Iglesia de Santo Domingo Savio, en Pasadena (Bogotá).
Y si se me viene el mundo encima, el Buen Pastor me cuidará como a una de sus ovejas.