Aunque ya hemos visto decenas de muertos en celebraciones desbordadas gracias a los triunfos de la Selección Colombia, vale mucho que la gente se pueda esconder un rato de lo más importante que pasa en este país.
Si a Colombia la clasifican como uno de los países más felices del mundo es porque su gente es capaz de aislarse de la realidad. Es una cualidad peligrosa, ya que si bien parece ser el mejor escudo protector, también nos suele llevar a una absoluta indiferencia.
Esto es lo que pasa: importa más la lesión en el hombro de James que el paro agrario. Nos interesa lo que nos afecta directamente, pero lo demás, la desgracia ajena, se ve en el noticiero y se supera sin denuedo.
Es lo bonito del fútbol, “lo más importante de lo menos importante”, tal cual dice la frase célebre. Y en ese sentido es una bendición. Durante el partido ante Paraguay en la Copa América nuestro pequeño mundo se enfadó por el uniforme blanco de Colombia, le hizo chiste al compararlo con el Once Caldas, “filósofos” dijeron que ese color era bienvenido porque estábamos hablando de paz, Juan Manuel Santos envió en Twitter un mensaje de alegría por la clasificación anticipada y, en síntesis, tuvimos el placer de ver, hablar, escribir y leer sin el peso de la realidad y cambiarlo por la emoción de ganar un partido de fútbol.
La Selección Colombia es el bálsamo que este país requiere en momentos. Es imposible pensar que no se puede disfrutar de la vida mientras a cada rato se nos habla de muerte. Eso sería inaguantable. Más de 100 niños menores de cinco años han muerto en Colombia por probables casos de desnutrición en lo que va de 2016, según el Instituto Nacional de Salud. Se robaron Reficar. Intervinieron el ‘Bronx’ y supimos cosas terroríficas, casi innombrables. Se pelearon hace nada dos tipos en Bogotá, entonces uno le echó gasolina al otro en la cara y le prendió fuego.
Cosas así nos llegan todos los días. Pablo Armero, aparentemente, golpeó a su mujer y lo que sacudió a la gente fue que ella dijera que se darán una nueva oportunidad. Somos así. Por eso, toca imponer ley seca, prohibir celebraciones con harina en la Copa América porque con un trago en la cabeza celebramos triunfos con balazos. Después del 5-0 ante Argentina en el ’93 fuimos noticia en el mundo no solo por lo que hizo Colombia en el estadio Monumental sino porque hubo decenas de muertos. Dentro de poco, el 2 de julio, se cumplirá un año más de la muerte de Andrés Escobar.
Repito que no podemos negar lo que somos. Estaría mal hacerlo. Sin embargo, mientras la Selección Colombia gana –y nosotros medio nos comportamos- podemos salir un poco de este mundo trágico. El sábado, Colombia vs. Costa Rica. Luego, los cuartos de final. Después no sabemos lo que pasará en la cancha, pero seguramente sí lo que sucederá en esta Nación.