El respeto no se exige con irrespeto, eso está claro, pero parte del gremio del periodismo deportivo se merece un escarmiento por la soberbia que le hace creer que es más importante que el futbolista o el director técnico.
Y por eso mismo es que el protagonista muchas veces se hastía y decide callar ante la prensa –lo cual es su derecho- o explotar, quizá como lo hizo James con una ‘pistola’, nada peor que las armas que sí llegaron a mostrar en su momento tipos como Faustino Asprilla, Teófilo Gutiérrez y el propio Maradona.
Hace poco no más, en Medellín, los periodistas deportivos decidieron no atender la conferencia de prensa de River Plate, porque el jefe de prensa del equipo argentino había ordenado atender solo medios de su país en la víspera del partido ante el DIM por la Libertadores.
“Los medios colombianos nos atendieron muy mal en el sitio de concentración. A un colega prácticamente lo sacaron empujado del sitio y en el reconocimiento del terreno de juego tampoco nos atendieron. Es un tema de dignificar la profesión y por eso decidimos unirnos”, dijo el periodista Óscar Tobón, en declaraciones publicadas por El Colombiano.
Hace poco también, pero en España, un periodista fue blanco de reproches por parte de lectores e hinchas del Real Madrid. En resumidas cuentas, John Carlin les dijo ‘miserables’ a quienes no eran capaces de reconocer el carácter “sublime” del triunfo 6-1 del Barca ante el PSG por la Champions.
“El fútbol despierta pasiones solo equiparables en intensidad a las políticas”, dijo entonces la defensora del lector de El País, Lola Galán, quien instó en su columna «Ofensas futbolísticas» a “no dedicar calificativos ofensivos a los de un equipo en concreto”.
Dicho esto, es propicio afirmar que el respeto se debe dar en las dos vías. En Colombia, la prensa deportiva –amiguista y revanchista- se ha cansado de insultar al futbolista y al técnico. Y hoy juzga a James –sin conocer la versión oficial del jugador- por lo que hizo. Sin embargo, vale decir que algunos colegas sí merecen su escarmiento por sus continuas ofensas. Y porque se creen todopoderosos a punta de una verborrea malsana, de una crítica que no sirve para nada.