No es poco lo que nos jugamos a diario en Colombia. Nada menos que la vida. Por eso, goles como los que hicieron Roger Martínez o Duván Zapata ante Argentina pueden hacernos pensar en mejores cosas que las que ocurren en nuestra terrible cotidianidad.
El país casi se volvió loco con el triunfo ante el equipo de Messi. ¡Y cómo no! Solo 10 % de las personas que necesitan tratamiento mental en Colombia lo reciben. Entonces todos vimos en los noticieros que los hinchas gritaron que Colombia ya iba a ser campeón de la Copa América. Una vez más el favoritismo a flor de piel. Una vez más, los excesos.
La Selección Colombia tiene el gran poder de hacernos olvidar de nosotros mismos. Pero pedirle más como remedio quizás sea demasiado ante tantas afrentas que sufrimos día a día en este país de dolores y tragedias.
Colombia no vistió nada de rojo ante Argentina. Ese color en nuestra bandera representa la sangre derramada en las batallas de antaño, pero también sirve para las guerras de ahora. Y estas guerras no son pocas. Todos los días contamos asesinatos. De gente común, de líderes sociales, de estudiantes, de madres cabezas de familia, de hijos, de hermanos y de padres. Estas penas son para todos. 59 niños son víctimas diarias de violencia sexual en Colombia, según un reciente informe de Medicina Legal. En los primeros cuatro meses del año 213 menores fueron asesinados. Somos anormales, sí, porque nos acostumbramos a realidades compuestas de masacres, mentiras y duelos. No todo el mundo vive así, con el temor que sentimos de nosotros mismos. “No hace falta conocer el peligro para tener miedo”, dijo alguna vez Alejandro Dumas.
Hace poco no más, en Japón, país que curiosamente fue invitado a esta Copa América, fue noticia un ataque con cuchillo que dejó tres muertos. ¿Apenas tres muertos? Eso nos preguntaríamos nosotros en esta nación salvaje, donde esa cifra se sobrepasa sin pausa día a día, sin importar si es por robar un celular, por un disidente de las Farc, por un narco, por un sicario, por un borracho al volante, en fin, por lo que sea.
Así es que la Selección Colombia nos hizo olvidar de este país por unos instantes. Qué alegría tan finita. ¡Vamos, Colombia! Gracias. No nos queda sino conservar la esperanza de nuevos triunfos. Podemos perder todo menos eso. Si bien el destino de un país no puede recaer en unos guayos únicamente, la Selección Colombia siempre servirá como excusa de reconciliación y ánimo. Soñemos, otra vez, con el equipo nacional como el mejor contraataque de nuestras pesadumbres.
Victorias así son un alivio, un descanso absoluto. Significan una pausa, un suspiro profundo.