A la famosa pregunta ¿Qué quieres ser cuando seas grande? relucían en mis amigas de 8 años respuestas como maestra, odontóloga, doctora, ingeniera, abogada, modelo e incluso muchas de ellas decían: Mamá. Por mi parte, siempre quise ser Bióloga, y es que en ese afán por ir más allá y “no tragar entero”, como me inculcaron en mi entorno familiar, sumado al amor por lo desconocido, siempre supe que quería ser esto que hoy soy.

¿Por qué? Simple, me imaginaba haciendo todo tipo de experimentos, mezclando sustancias, protegiendo animales y generando acciones que ayudaran a mejorar el ambiente y, por qué no, salvando el mundo. A mis 8 años lo pensaba tanto, que me soñaba siendo una científica y eso, para mí, era ser una heroína.

En esa idea nunca hubo desigualdad, nunca existieron premisas machistas como que ser mujer sería una limitante para hacer ciencia, que los hombres son más “inteligentes” que nosotras, y por tanto merecedores de mejores oportunidades y que ciertas carreras a lo largo del tiempo han sido cosa de hombres y por eso las mujeres no tenemos la capacidad de asumirlas. En mi caso, por el contrario, siempre recibí apoyo y pude hacer todo lo que desee, razones que me motivaron a cursar un pregrado en ciencias y a estar vinculada desde muy temprana edad a la investigación.

 Es fundamental que nuestros referentes sean cercanos: nuestras maestras e investigadoras jóvenes, mujeres de la cotidianidad, reales, inteligentes y talentosas»

Ser mujer es sinónimo de delicadeza, pero también de templanza; de amor, pero también de tolerancia; de desigualdad, pero también de resiliencia. Es realmente triste saber que existen mujeres que deben escoger un extremo: La carrera científica o ser mamá y esposa. Y algunas ni siquiera llegan a ejercer por el simple hecho de ser mujer. Está mal y sí, hacer ciencia también es cosa de mujeres, ¡no podemos hacerlo a un lado!

¿Acaso no viviríamos en un mundo mejor si no existieran brechas como la desigualdad y la falta de educación, que nos impiden ser lo que queremos? Yo tengo claro que debemos trabajar duro para cambiar estas percepciones que nos afectan como sociedad.

Permitamos que nuestras nuevas generaciones sean lo que deseen, que estereotipos absurdos no marquen lo que son y serán, y que —día a día— en la lucha por mejorar, nos permitamos amar lo que hacemos, pues no hay mayor placer que ese.

Particularmente creo que es fundamental que nuestros referentes sean cercanos: nuestras maestras e investigadoras jóvenes, mujeres de la cotidianidad, reales, inteligentes y talentosas… no figuras perfectas, lejanas e idílicas. Fomentemos y normalicemos la ciencia y, sobre todo, la ciencia en las mujeres. ¡Porque la ciencia también es cosa de nosotras!

Un buen día dijeron que el mundo necesita ciencia y la ciencia, mujeres… y yo lo creo.