Una semana de recordar lleva a mil reflexiones. Merecemos complacernos, cambiar, sentirnos vivos, disfrutar, caernos y levantarnos. Elegir la vida, sus experiencias, sus miedos, sus amores, sus desamores, sus desafíos y todo lo que hacemos -siempre- desde lo que somos.
Estamos acostumbrados a suponer, a opinar y hacer juicios ligeros sin conocer los posición del otro. Nos han enseñado que hay una única forma de ser y de hacer las cosas, que debe encajar y agradar. Pero no. Merecemos ser libres y que nadie opine sobre nuestras elecciones, pero sobretodo no merecemos el tiempo, el desgaste, la energía que nos quita etiquetar al otro por su estilo, sus reacciones, sus miedos y sus confusiones. Por su forma de ver el mundo, de moverse, de vivir sus vulnerabilidades y por su forma de amar.
La vida es rápida y fugaz, vulnerable y frágil como para gastarla en minimizar y reducir las elecciones del otro a lo que nosotros creemos, a moldear la vida ajena a lo que uno es. Lo cierto es que cada elección de vida es válida, respetable y valiosa. Que merecemos vivir plenamente y que el otro, al igual que yo, vive sus propias batallas diarias. Liberarnos de juicios es dar a la gente la libertad de verdaderamente ser.
Sonrío porque hoy escribe una mujer que entendió que escoge cada espacio que habita. Y esos espacios siempre deben sumar. Una mujer que aunque nunca se vio definida por el pensamiento de alguien, reafirma cómo encontró su necesidad de hablar, contar, ser; a partir de todo lo que ha vivido. Una mujer que se exige genuinidad. Ser ella sin poses, sin reservas y con mucho disfrute.
La vida es eso que pasa mientras ves la vida que otras vidas quieren que veas. Y bueno, yo decidí ver más, vivir más, sentir más.