Hoy es de esos días que necesitan 30 y no 24 horas. Intensos, agotadores, productivos, que retan y exigen. Son las 9:08 pm y mil reflexiones no me dejan dormir, sólo pienso que mi alarma sonará en unas horas y empiezo a escribir tan rápido como pueda.

Yo, que soy inquieta y apasionada, que lucho y trabajo por lo que quiero, que nada me queda grande, entendí que el amor no llega, está en uno, y que lo descubrimos cuando entendemos que los cambios los gestamos dentro. Me costó lagrimas hace muchos años entender eso.

Los cambios son una semilla que se nutre de nuestras experiencias, nuestros sueños, de los silencios del corazón -los cuales evito, por mil motivos, pero esa es otra historia-, de nuestros miedos y de nuestras más profundas pasiones. También de nuestras frustraciones y aciertos.

Los cambios llegan cuando permanecer igual se hace insostenible en nuestra alma y se vuelven tormenta de inevitable transformación. Te incomoda, te molesta, la evolución personal te exige movimiento, es física pura.

A veces, el pasado llega buscando rasgos en lo que ya no somos, y cuánta verdad hay en que nos redescubrimos, pues eso conlleva darnos nuevas oportunidades, ver bondad y nobleza. Pero como super héroe de película, el amor llega a salvar la vida, se siente como ráfagas de luz y cursilería, ansiosas pero también convencidas, firmes y muy seguras por ver el crecimiento. Estamos en constante transformación. En construcción, para ser exactos. La paz y tranquilidad, en este punto son inquebrantables.

Mi evolución me exige tanta atención y yo, que soy tan inquieta y apasionada, hago frente a eso todos los días. No hay mayor plenitud que esa, pararme ante el mundo y ante mi misma, siempre con ganas de tomar acción, viviendo de realidades no de certezas ni de mañanas, siendo agente de cambio y tomando responsabilidad con este pedacito del mundo que es mío.

Entendí que el requisito para amar es amarte a ti mismo, y este es el preámbulo para dar lo mejor que hay en ti.

Tener claridad ante todo… lo es todo.