La sociedad humana es un producto combinado de la evolución natural y del desarrollo social. De allí deriva su doble naturaleza. En consecuencia, las actividades propias del hombre y de manera especial los procesos productivos, que constituyen la base de la riqueza y el progreso social deben considerarse desde esta perspectiva de integración recíproca de lo natural y lo social, aspectos que simultáneamente se contraponen y se identifican, pero en donde la parte social juega el papel determinante. Como el hombre depende de la naturaleza en la consecución de su medios de vida, inexorablemente entra en la compleja red que interconecta totalidad de los elementos bióticos y abióticos del sistema ecológico terrestre, pero con una propiedad cualitativamente diferencial respecto a los demás animales, como que, por su condición social y racional, su situación no es pasiva, sino profunda. El hombre es la única especie viviente con capacidad para transformar conscientemente el mundo: la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. Dicha propiedad no puede concebirse más que por medio de una organización económica, social, política y cultural, superior y diferenciable cualitativamente de la estructura biológica.
El predominio de la razón ha convertido a los hombres en seres completamente egocéntricos. Quizás esta racionalidad egocéntrica es la que ha generado concepciones antropocéntricas que en últimas han desarrollado toda una cadena de tragedias, conflictos, concepciones utilitaristas que fácilmente han afianzado una fragmentación de la conciencia humana; de tal forma que es muy común que pensemos una cosa, sintamos otra, digamos otra y hagamos otra. Por ello, tal vez somos completamente indiferentes a la destrucción de la vida humana y al arrasamiento de la naturaleza y, por eso, hemos perdido el respeto por la vida a pesar de que siempre la llevamos para todas partes.
Deberíamos darnos cuenta que nuestra capacidad de dañar el planeta puede tener efectos globales e incluso permanentes. El segundo consiste en percatamos de que el único modo de comprender nuestro nuevo papel de arquitectos de la naturaleza pasa por sabemos parte de un complejo sistema que no funciona según las sencillas reglas de causa y efecto a las que estamos habituados. El problema no radica tanto en nuestro efecto sobre el medio ambiente como en nuestra relación con el mismo.
Si se acepta que el problema ambiental que hoy vive el mundo requiere la formación de una nueva sociedad, nos situamos necesariamente en el horizonte de la cultura. En estas condiciones se puede intentar una historia ambiental, que debería abordar temas como: el estado de los ecosistemas y su influencia en la formación de los sistemas culturales, la transformación del medio debida a la orientación de la cultura y la manera como la naturaleza se venga de las construcciones culturales que sobrepasan sus propios márgenes ambientales. Lo anterior, con relación al hecho de que la crisis ambiental moderna, que debe asimilar las experiencias del pasado, está exigiendo una nueva manera de comprender y de construir los sistemas culturales del hombre.
Entre las políticas que favorecen una mejor asignación del capital y una mayor productividad, se destacan la reducción de los obstáculos regulatorios en los mercados de bienes que lastran la competencia, la promoción de mayores inversiones en innovación y desarrollo, y garantías de que el capital se dirija a un espectro más amplio de empresas innovadoras. La reducción de las barreras de entrada y la mejora de las condiciones estructurales para la creación de empresas también contribuirían a impulsar las inversiones respetuosas con el medio ambiente.