Antes no había tantas personas «osadas y atrevidas» (positivamente) como hoy en día, por ejemplo: en los hoteles ya no hablan en sus redes sociales de cómo reservar una habitación, sino que se atreven a enseñarnos a cocinar.
Los policías de tránsito cambiaron sus patrullas por parlantes y rondas infantiles, para atreverse a bailar en la calle y recibir ayudas.
Los cantantes ya no cobran por sus presentaciones, porque se atrevieron a hacer conciertos virtuales gratis.
Los que diseñaban ropa exclusiva y prestigiosa, se atrevieron a confeccionar tapabocas.
Los novios dejaron de ser novios, pero por atreverse a dar el siguiente paso casándose a través de una videollamada.
Un par desconocidos que apenas se seguían en sus redes sociales, ahora se atreven a «salir virtualmente» todos los días.
Es evidente que a partir de este año todo cambió y cambiará. Incluso, sus relaciones más cercanas, porque descubrió quiénes son las personas a las que usted realmente les importa.
Y si tuvo la oportunidad de atreverse a conocer a alguien a pesar de la cuarentena, distanciamientos, encierros, teletrabajo (a veces con largas jornadas laborales), déjeme decirle que es muy afortunado, porque tal vez esa persona que llegó a su vida tratará de hacérsela aún mejor, y usted debe hacer lo mismo por él o ella. Se lo deben.
A fin de cuentas, se atrevieron a buscar a alguien o alguien los buscó y el internet les facilitó «el trabajo» a ambos.
Su majestad el internet.
Yo solía creer que ese simple: www solo nos facilitaba mantenernos informados, las compras, el trabajo, el entretenimiento, hacer pública nuestra vida privada y conectarnos con otras personas de nuestros círculos sociales, pero es mucho más que eso, porque con las redes sociales aprendí a ver el verdadero valor de una persona, y que ese valor no se encuentra en su time line en el estilo de las fotografías que pública con frases bonitas, su forma de vestir, con sus mejores selfies o atuendos, en sus viajes, en lo que gasta, lo que vive o disfruta, no, no, no.
Todo eso es una fachada muy al estilo de los influenciadores que a la final nadie puede certificar que sí influyen en la vida de alguien o que son capaces de hacerlo.
Los verdaderos influenciadores de la vida, como nuestras madres o padres, ni siquiera tenían redes sociales, aunque en la actualidad algunos ya cuentan con sus propios perfiles, pero no tienen miles de seguidores, ni mucho menos bots para aparcar la falsa necesidad de alimentar su ego con sus semejantes o sus pocos seguidores reales, y ellos sí se atreven a influenciarnos todos los días, incluso, nos dieron las bases para identificar el valor de los demás.
El verdadero valor que en muchas personas se da a flote cuando se olvidan de sí mismos, para situarse en el lugar del otro, sustituir su yo por alguien. Algo a lo que muchos dirían: sentir empatía.
Eso es atreverse a mucho, porque no todo el mundo lo hace.
Ese auténtico valor es el más admirable y aprendí a verlo en las personas con las que interactuó casi todos los días, porque más allá del simple formalismo, del cómo estás, realmente sí les apetecía saber cómo estaba, cómo me sentía; y si estaba mal, trataban de regalarme un poco más de su tiempo (fuera del ámbito laboral) para escucharme, darme una mano, para ponerse en mis zapatos y asimismo, ponerme en los de ellos.
Recordemos que no todo en la vida se trata de recibir, también debemos dar. Así que compartir un poco de nuestro tiempo a alguien también es un buen regalo.
En Twitter también he leído a muchos atrevidos, de esos que quieren vivir mejores experiencias ya sea viajando más por el país o por el mundo, luchando por sus propios patrimonios, por sus sueños, también están esos que valoran a sus familiares y amigos y que anhelan reunirse con ellos para disfrutar su compañía, por ejemplo:
Los que se atrevieron a valorar sus amistades:
En esta época de compartir, atrevámonos a pensar más en el otro, en la salud de los otros y de los nuestros, incluso, en la labor de aquellos profesionales de la salud que ya dedican hasta tiempo extra viendo por otros, otros que de alguna u otra manera, con responsabilidad o sin ella, tuvieron que llegar allá por el virus que aún no termina.
De nosotros depende que estas fiestas de fin de año sean tan felices como lo decimos a diario. Feliz Navidad. Más allá de prosperidad, deseo que se atrevan a ver, cuidar y pensar en el otro sin importar que sea por una llamada o videollamada.
Le dedico este artículo a mis excompañeros de trabajo, con los que viví el encierro de la cuarentena por más de 12 horas al día, ellos son Silvana, Johan, Iván, Alejandro, Jaime y David. Gracias por estar ahí.