En las cálidas calles de una ciudad muy bella de Colombia, Nicolás y Mariana tejieron una historia de amor, pero no del tipo que la gran mayoría de personas anhelan.

Cuando se habla del amor, uno cree que todas las historias son alegres, pero la realidad puede ser otra.

Nicolás, un romántico empedernido, estaba completamente enamorado de Mariana. Sus ojos reflejaban estrellas cada vez que la veía o la escuchaba, pero en los ojos de Mariana, no brillaba la misma luz.

Mariana, a primera vista, parecía ser el “regalo” o “traído” que Nicolás le pidió a la vida, lamentablemente el corazón de esta mujer era un laberinto oscuro de egoísmo y mentiras. Estaba con él por razones que solo ella entendía, algunas de ellas eran: conveniencia, interés, un escape de su triste realidad, incluso, algunas personas muy cercanas a ella veían que este hombre se convertiría en la nueva victima de un juego perverso de traición y mentiras.

A ella le encantaba sumergirse en el océano de la falta de respeto, pero no lo hacía sola, porque siempre llevaba consigo y hasta las profundidades a un tonto que le mostró sus verdaderas intenciones y sentimientos desde el principio. Él nunca vio venir nada de esto, estaba cegado por su soledad y carencia de amor propio.

Mariana, Mariana, toda una narcisista consumada, capaz de entregársele a otros por ratos de placer, mientras dejaba que Nicolás se ahogara en ese océano de desamor.

Las infidelidades de Mariana eran constantes en su relación. Porque su libido insaciable la llevaba a terrenos prohibidos, explorando “pasiones” efímeras con algunos de sus exnovios, conocidos o amigos, además, hasta su propia mejor amiga le celebraba esos encuentros, mientras Nicolás construía castillos de ilusiones rotas, ilusiones que seguía alimentando cada vez más por no querer ver lo que desde el principio era obvio.

“No hay peor ciego que el que no quiere ver”

La familia de Mariana, observadora del tormento que sufría Nicolás, le pedía que lo liberara de la red de mentiras que tejía a su alrededor, pero ella se negaba. Les decía que amaba a Nicolás, que no podían entender la complejidad de su relación y del “amor bonito” que vivían ambos.

Después de mucho tiempo y muy engañado, pero aún sin saberlo, Nicolás construía su día a día alrededor de la esperanza de que algún día Mariana vería el amor en sus ojos. Pero, mientras él tejía un tapiz de sinceridad, ella bordaba mentiras con hilos de conveniencia.

Un día, la verdad golpeó como una tormenta feroz.

Nicolás, por fin abrió los ojos, y en frente de él vio la señal más clara de todas, el computador de Mariana. Nunca había pensado en revisar sus cosas, siempre creyó que por hacerlo se convertiría en una persona tóxica, aun así, le importó un comino todo lo que se dice alrededor de esa valiente, pero atrevida acción.

Encontró en sus chats las respuestas que tanto necesitaba, conversaciones muy subidas de tono y casi que explicitas con la mejor amiga, eran tan detalladas y precisas que Nicolás se quedó sin habla, aunque escuchó en su interior un “te lo dije” muy, muy fuerte.

Él se atrevió a ver la conversación completa, supo de sus infidelidades, incluso hasta la ubicación del motel que la mejor amiga frecuentaba con sus ligues y ahora su pareja. No podría creer esto, es más, si alguien se lo hubiese contado, dudo mucho que lograran convencerlo, estaba totalmente cegado. Hizo lo que cualquier otra persona mentalmente fuerte hubiera hecho, guardar silencio, cerrar el computador e irse a pensar muy lejos de ella, a pesar de que Mariana aún se encontraba durmiendo en su cama.

En las noches, él no podía dejar de pensar lo que leyó, lo fácil que era para su pareja estar con otros hombres y mirarlo a los ojos para decirle con su compartida boca: “te amo”, “eres el amor de mi vida”.

Mariana, cansada de sostener la fachada durante 2 meses y el sentimiento de culpa que la hacía ver aún más oscura y deprimida, confesó la realidad ante Nicolás. Su mundo se derrumbó, y los pedazos rotos de su corazón quedaron esparcidos como hojas en un vendaval.

La familia de Mariana, que siempre supo la verdad, irónicamente envolvió en amor y compasión a Nicolás. Juntos enfrentaron las ruinas de un amor que nunca fue.

Mariana, atrapada en las consecuencias de sus acciones, se sentía mal consigo misma, o eso era lo que trataba de mostrar para manipular a los que siempre había manipulado, aunque algunos de ellos también pudieron abrir los ojos para darse cuenta qué tipo de mujer es la que vieron crecer.

Seguramente para sus allegados y que ahora saben de su actuar, los sentimientos de desaprobación y vergüenza los invade tan solo al verla.

La despedida llegó, Nicolás se alejó, llevándose consigo el peso de una relación que fue una ilusión. Ahora su tarea es encontrar la curación en el abrazo de sus amigos y familia.

En las semanas que siguieron, Nicolás emprendió el viaje para redescubrirse a sí mismo. La traición y el dolor se convirtieron en catalizadores para un renacimiento personal. Mariana, en su soledad, sigue enfrentando las consecuencias de su propia avaricia emocional, la carencia de amor propio, lidiar con las energías de sus compañeros sexuales y tratar con amistades que la ignoran o rechazan en la primera oportunidad que se les presenta.

Así, la historia de Nicolás y Mariana se convirtió en una odisea de amor no correspondido y autoaceptación. En las cenizas de la desilusión, ambos aprendieron que la verdad, aunque dolorosa, es el único camino hacia la liberación. Las sombras que alguna vez ocultaron la realidad se desvanecieron para él, en ella, según su apariencia, siguen acompañándola.

En este viaje de redención y autodescubrimiento, Nicolás encontró la fuerza para renacer, y Mariana, envuelta en la soledad de su propio laberinto, comenzó a buscar la luz de la verdad en su propio reflejo. Aunque para poder hacerlo necesitará encontrar en el amor propio lo que tanto necesita. Algo que Nicolás también le dijo antes de marcharse de su vida.