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En los últimos años me he dedicado al estudio juicioso de la relación de los medios de comunicación con la familia y la infancia. Y lo he hecho producto de mis actividades académicas como profesor universitario y como padre de familia, interesado y preocupado por la manera como los medios y sus mensajes afectan (positiva y negativamente) al núcleo familiar y a los niños.
A través de ese viaje he descubierto una enorme cantidad de cosas. Teorías, propuestas, reflexiones, críticas, en fin, toda una oferta de posiciones y criterios. Desde el clásico «los niños no entienden» hasta revolucionarias teorías del desarrollo de la inteligencia audiovisual, que plantean que los niños, desde que nacen, desarrollan procesos audiovisuales que se inician con el reconocimiento de las facciones de la cara de la madre como instinto de supervivencia. Uno de los principales autores es Tomás de Andrés, un español que presentó un informe para el Ministerio de Educación y Ciencia de España y que se puede descargar gratuitamente desde http://ares.cnice.mec.es/informes/15/index.htm.
Otros, como Valerio Fuenzalida, reconocido internacionalmente por sus estudios sobre audiencias, han corroborado que los niños son una audiencia muy importante a la cual se le debe prestar toda la atención del caso. Entonces, sí comprenden lo que ven, lo que escuchan, lo que leen y lo que navegan.

Sin embargo, los medios de comunicación siguen tan campantes exhibiendo sus contenidos llenos de violencia, antivalores, incitando al consumo indiscriminado, al alcohol, a la droga, en donde a lo largo y ancho de sus pantallas, espectros, páginas y punto com se muestran familias fracturadas, desleales y atípicas, y en donde se estigmatiza a los adolescentes como incultos, inmorales, conflictivos, violentos y caprichosos. Lo que prevalece es el interés financiero producto del rating y no la responsabilidad con las audiencias. Pero ahí no radica únicamente el problema. El verdadero problema está en casa.
Hoy día la familia se encuentra muy amenazada. Diversas situaciones han llevado a que no sea como antes: la inserción de la mujer a la vida laboral, las migraciones, la inestabilidad económica, la fallida comunicación intrafamiliar, entre otros, han llevado a que el núcleo fundamental de la sociedad se vea seriamente afectada.
Todo lo anterior ha traído como consecuencia que la familia pase menos tiempo junta y cuando lo hace, en un almuerzo en cualquier restaurante de la ciudad, parece más un grupo de desconocidos. Usted seguramente los ha visto: papá y mamá, cada uno en su dispositivo móvil, seguramente atendiendo cuestiones de la oficina mientras que lo hijos no se separan de sus audiófonos conectados a su reproductor musical. Y ni hablar de la casa, en donde cada habitación es un mundo desconectado del resto del hogar pero hiperconectado tecnológicamente con el resto del planeta con todos los riesgos que ello conlleva. Hasta el más pequeño lugar en donde se encuentre la familia es un abismo de soledad e individualidad mal entendida.
Allí, en ese abismo, es por donde se cuelan los mensajes equivocados que muchos transmiten. Allí, en ese abismo, es donde los niños y adolescentes son más vulnerables a los contenidos mediáticos ya que las franjas televisivas han desaparecido, las emisoras no tienen control, los periódicos presentan en sus portadas solamente cadáveres y algunas revistas cadáveres morales sin ropa y sin pudor mientras que Internet no tiene horario ni restricción.  El panorama se ensombrece cuando no existe acompañamiento, orientación, guía.
 
Con este escrito doy inicio a una serie de reflexiones  y orientaciones a padres de familia acerca de su importancia en la formación de los niños, especialmente frente al consumo de  medios de comunicación (TV, radio, prensa, Internet, dispositivos móviles, tablets…). Somos nosotros, los padres de familia, los llamados a formar a nuestros hijos, a guiarlos, a darles ejemplo, a ayudarlos a ser consumidores críticos y no consumidos por los medios. 

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