A la hora de escribir esta, la última entrada del año, estaba bastante convencido de escribir una entrada comentando algunos de los sucesos más importantes de la política educativa en el país durante este 2015; sin embargo, la época navideña y las circunstancias me hicieron cambiar de idea y reflexionar sobre un punto fundamental de la educación con una anécdota de Navidad.
Para 2011 yo estaba a cargo del segundo grado de primaria en el colegio Débora Arango. A finales de noviembre, Didier, uno de los niños a mi cargo, me preguntó mientras salían del salón al descanso si existía el niño Dios. En ese momento no creí que era un buen momento para responder la pregunta como se debía y le dije que hablaríamos después mientras me aseguraba de que todos hubieran salido y cerraba la puerta del salón. Didier era un niño que a lo largo del año había hecho avances muy importantes con respecto a la ansiedad que sentía estando en el colegio y se había visto en su rendimiento académico y las relaciones con los otros niños, por lo que también sentí que debía darle una respuesta que fuera más allá del sí o el no.
Mientras los niños estaban en el descanso, entré a la biblioteca del colegio y saqué el ejemplar de un libro que contenía la famosa carta de ‘Yes, Virginia’ (Sí, Virginia’), y que estaba ahí gracias al proyecto de bilingüismo del colegio. Para quienes no conocen la carta, en 1897, Virginia O’Hanlon, una niña neoyorquina, escribió al diario The New York Sun preguntando por la existencia de Papá Noel. La respuesta del editor es una parte fundamental del folclor navideño de los Estados Unidos. Una vez de regreso al salón después del descanso y aprovechando que ya estaba terminando el día de clase, decidí cerrar el día con la lectura del libro para todo el curso, y no solo para Didier. La respuesta del editor, que básicamente apunta a la idea de la existencia de Papá Noel como un símbolo cuya existencia va más allá de lo visible, es perfectamente adaptable al Niño Dios, y de la mejor manera que pude articularlo, le dije a los niños que la pregunta sobre la existencia del Niño Dios no era una pregunta sobre si era real o no, sino alrededor de lo que representa. Siempre y cuando esas cosas que representa existan, siempre existirá el Niño Dios.
Más allá de la época navideña de la anécdota, siento que la manera en la que se condujo todo recoge un aspecto fundamental y olvidado de la relación entre un docente y sus estudiantes. Si bien hubiera podido hacer la fácil y decir sí o no, por una coincidencia afortunada pude aprovechar la pregunta y responderla de una manera que no rompía la ilusión de los niños, pero lo más importante, me permitió hablarles como sujetos dialogantes, que si bien son niños (y de segundo grado), no hay razón para infantilizarlos o hablarles de manera condescendiente. Desafortunadamente, ese es un principio que se ha olvidado, especialmente en la educación pública, en la que los docentes han optado por una actitud confrontacional con estudiantes y padres de familia, dando por sentado su incapacidad de participar en un diálogo serio y en un proceso constructivo, algo que debe ser recuperado y que puede ser recuperado a medida que empecemos a pensar a la práctica en el aula como el principal indicador de la calidad docente, algo que puede darse a través de un cambio tan fundamental como la evaluación de carácter diagnóstico formativo.
Con esta entrada, Paedagogica entra en un receso de final de año para volver el 20 de enero de 2016. Quisiera agradecer a Federico Arango, Camilo Calderón, Marcela Han, la comunidad de blogueros de El Tiempo y, de último pero no al final, a todas las personas que han leído este blog a lo largo de 2014.
Felices fiestas para todos.
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