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Además de una cada vez mas precoz decoración navideña, la llegada del mes de noviembre trae consigo un nuevo afán en los colegios, especialmente los colegios públicos tomando en cuenta los afanes del calendario; a medida que se están cerrando los currículos de las materias para el año lectivo, llegan los periodos de exámenes y recuperaciones, y algunos estudiantes pueden salir a vacaciones con la certeza que pasarán al siguiente grado; por otro lado, otros tienen que hacerlo sabiendo que ese paso aun está pendiente o, en el peor de los casos, no va a ser posible. ¿Qué hay detrás de este fracaso escolar? ¿Qué podemos hacer al respecto, tanto para manejarlo como para reducirlo?

Contrario a la creencia popular, la decisión de la repitencia de un estudiante en un colegio no es una que se tome a la ligera o por capricho. Idealmente, los sistemas de evaluación institucional de los centros educativos tienen una serie de instancias a través de las cuales directores de grupo y coordinadores toman esta decisión de una manera informada y consensuada, tomando en cuenta la información dada por los reportes de calificaciones de los estudiantes, los reportes del departamento de orientación (Si es que los hay), y el juicio clínico de los docentes frente a la capacidad de los estudiantes de afrontar los retos del siguiente año escolar. La experiencia personal como docente y coordinador me puso en situaciones donde estudiantes que, si bien nominalmente hablando tenían los requisitos para pasar al año siguiente, en términos de aprendizajes y desarrollo de competencias no estaban listos para pasar al grado siguiente.

Estas situaciones siempre resultaban en trabajos de negociación y establecimiento de acuerdos entre institución y padres de familia bien sea para aceptar las decisiones tomadas por el comité de evaluación y promoción relacionadas con un acompañamiento tendiente a resolver las dificultades presentadas o la repetición del curso por parte del estudiante. Situaciones como estas ponen de manifiesto la falta de propiedad de parte de las estructuras normativas existentes para manejar la promoción de los estudiantes con dificultades en su aprendizaje. El famoso decreto 230, pensado como un mecanismo para promover la excelencia en las prácticas y garantizar altas tasas de éxito escolar, terminó siendo malinterpretado y, en conjunción con las problemáticas de cupos y cobertura escolar terminó convirtiéndose en una pasarela automática de estudiantes en los que los problemas se le pasaban al director de grupo del siguiente año, una situación que no fue debidamente remediada en 2010.

Una forma de abordar el problema asociado al fracaso escolar parte de abandonar la idea, a todas luces errada, que cobertura escolar y calidad escolar no son conceptos incompatibles. Una educación de calidad y de buenos resultados puede darse y al mismo tiempo proveer cupos para todos. Al mismo tiempo, debe haber un esfuerzo serio por parte de las instituciones educativas y de los docentes por tener un diálogo serio con los padres sobre los mecanismos de evaluación y promoción. Los docentes parecen olvidar que un padre debe saber mas sobre la evaluación de su hijo que la nota que sacó al final del periodo y que en algunos casos, los padres no logran comprender el sistema de evaluación del todo. Un dialogo abierto y la creación de un proceso participativo en el que todos dan su parte para lograr el éxito de los estudiantes tendrá un efecto positivo y significativo sobre las tasas de éxito escolar.

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