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Hace unos dos años, cuando vino Andreas Schleicher (El hombre detrás de las pruebas PISA) a Colombia, tuvo la ocasión de visitar un colegio en la costa Caribe junto con la ministra de educación María Fernanda Campo y el tipo de comitivas que siempre suele estar en esas visitas. Como suele ocurrir en ese tipo de visitas, hubo un pequeño número musical para recibir al ilustre visitante… El número musical en cuestión resultó ser un grupo de niños de primaria bailando la coreografía de El Serrucho de Mr. Black. El año pasado, desde el gobierno de Cartagena, se inició una cruzada para prohibirle la champeta a los niños. Situaciones como las que acaban de ser presentadas, si bien pueden quedarse en lo anecdótico, también son sintomáticas de los errores que comete la institucionalidad a la hora de abordar el tema de la educación sexual. Una situación que se hizo aun más notoria con la polémica iniciada la semana pasada en relación con la posibilidad de incorporar contenidos de educación sexual desde incluso el preescolar. ¿Cómo abordar el tema?

Parte de la polémica está originada, a mi juicio, en una utilización del término que no se corresponde el 100% con la realidad, y por otra parte, en una concepción a todas luces errónea de lo que realmente implica el término ‘educación sexual’. Ordóñez, y los sectores de mentalidad similar que lo acompañan en sus cruzadas, consideran que la educación sexual se encuentra relacionada solamente con el coito y la concepción, y que tales temas no son aptos para el oído de niños, niñas y adolescentes. Sin embargo, el contexto nacional nos demuestra de manera dolorosa que va más allá.

Desde muchos sectores, se ha defendido la idea que la educación en estos temas es responsabilidad de la familia, aun así, las historias de abuso y acoso sexual a menores que aparecen con relativa frecuencia en el radar noticioso demuestran una dolorosa verdad: es en el hogar, donde deberían estar más a salvo los niños víctimas de esos crímenes donde, a fin de cuentas, menos están a salvo. Lo que hace necesario que sea en la escuela donde los niños de edad preescolar entiendan que nadie tiene derecho a obligarlos a hacer algo que no quieren. Son los altísimos índices de embarazo adolescente, y las muertes asociadas a estos embarazos, los que demuestran que enseñar a ‘aguantarse el gustico’ es una política completamente ineficaz, la cual no hace más que perpetuar un problema de salud pública con consecuencias significativas en las comunidades donde tiene prevalencia.

Finalmente, son los casos de matoneo a estudiantes LGBT en los colegios de Colombia tanto públicos como privados, y por parte de estudiantes, docentes y directivos, y con consecuencias que van desde la deserción escolar al suicidio, los cuales ponen de manifiesto la necesidad imperativa de crear un currículo nacional de educación sexual.

Este currículo debe reconocer, aunque a algunos sectores de la sociedad les parezca una idea completamente impresentable en pleno 2016, que la vida sexual hace parte integral de la cotidianidad de las personas. En un país cuya cultura popular vende modelos tóxicos de lo masculino y lo femenino que terminan permeando muchos niveles de la vida cotidiana, resulta necesario un diálogo nacional del que haga parte la escuela para combatir y reducir el efecto de dichos modelos.

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