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https://www.youtube.com/watch?v=T4zHLOWUrKY

Quienes, como yo, tenemos más de treinta años entre pecho y espalda, recordamos esta cortinilla de los años de la televisión educativa, antes de la licitación de 1992, y es un video que traigo a colación por una razón muy especial. Uno de los primeros recuerdos que tengo, junto con el gol de Rincón a Alemania y la Libertadores de (El más grande) Atlético Nacional en 1989, es ir a recoger a mi abuela materna Rosario al aeropuerto en 1989 cuando tenía 4 años (Recuerdo perfectamente que ese día vi a un Sikh en las llegadas internacionales y mi papá me explicó el concepto sorprendente para entonces de ‘El extranjero’). Mi abuela Rosario murió en 1993 tras una batalla contra el cáncer de pulmón cuando yo tenía 8 años y cursaba el tercer año de la primaria. Solo fue hasta ese entonces que me enteré que mi abuela Rosario había pasado la mayor parte de su vida en el analfabetismo, siendo solo hasta 1991 (Cuando yo cursaba el primer año de la primaria) que decidió inscribirse al servicio de alfabetización para adultos de Camina. Tengo grabada en mi mente con tinta indeleble la imagen de su nombre escrito con letra temblorosa en los renglones de una cartilla del programa.

Hasta el sol de hoy, nadie, ni mi madre, ni mis tías, sabe cómo hizo mi abuela para inscribirse por cuenta propia al programa. Tomando en cuenta su situación en ese entonces, resulta claro que lo hizo tras un gran esfuerzo personal o con la ayuda de alguien quien nunca sabremos quién fue.

Cincuenta años después de la llegada de mi familia materna a Bogotá, puedo decir con toda seguridad que existe tal cosa como un sueño colombiano, y que dicho sueño colombiano es en buena parte gracias a la educación que permite un empoderamiento y un crecimiento personal y económico… Gracias a la educación mi madre pudo obtener su titulación como normalista y licenciada, gracias a la educación, sus nietos hemos podido lograr cosas importantes en nuestras vidas que de otra manera no habríamos podido lograr, y que desearía que ella estuviera viva para ver. Sé que una buena parte de esta reflexión está basada en mis proyecciones sobre alguien que falleció hace más de veinte años, pero junto a estas proyecciones también conjugo muchas de las experiencias como docente de básica primaria en el sistema oficial donde encontré padres en una situación similar a la de mi abuela, y pude ver la sensación de orgullo y de logro en sus rostros y los de mis estudiantes una vez tomaron la decisión de alfabetizarse. Y es este cúmulo de experiencias personales y profesionales las cuales me convencen que quienes trabajamos por la educación en Colombia tenemos un imperativo moral. Más allá del rédito personal que sacan algunos inescrupulosos y de las posiciones anquilosadas disfrazadas de buenas intenciones de otros, la educación empodera, da sentido de logro y de avance, abre puertas y mejora las vidas de todos.

Siendo esta la entrada número 100 del blog, quise traer una reflexión personal sobre la importancia que le encuentro a trabajar por la educación de este país. Quiero agradecerle de nuevo a Federico Arango por la invitación a colaborar en este espacio, a Camilo Calderón y a Marcela Han, a quienes han leído este espacio y a todas las personas con quienes he trabajado en los últimos años en distintos espacios y con quienes se han hecho importantes avances por la educación en este país. No se puede ceder en el esfuerzo. 

 

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